El número de accidentes y el de occisos en las carreteras españolas durante el luengo acueducto propiciado por las festividades en honor de nuestra Carta Magna y de la Inmaculada Concepción dejan pasmado, sobrecogido, al común de los mortales. Pues ronda el monto o la suma del centenar el número de personas que han cortado de cuajo el cordón que les unía a su propia vida y el de quienes, de paso, han contribuido a truncar los proyectos vitales de otros, no obstante los numerosos esfuerzos de las diversas campañas publicitarias en favor de la previsión y la información, auspiciadas por las distintas administraciones públicas.
Empero, ayer trascendieron los datos suministrados por el Instituto Nacional de Toxicología. Tras un análisis somero de los mismos, cabe colegir que las autoridades gubernativas deberán perseverar, quiero decir insistir aún más (si cabe) y ensanchar los objetivos que se fijen y persigan en la recomendación de pautas saludables para la educación vial, a fin de que descienda el consumo de todo tipo de drogas por parte de los conductores. Si hacemos caso a las cifras que nos da el mentado Instituto, el 5% de los finados por accidente de tráfico en 2004 habían consumido cocaína (droga fratricida, pues, según nos cuenta “La Biblia”, contiene el nombre del primero de ellos, Caín) antes de ponerse al volante de sus respectivos vehículos. Este tanto por ciento (en términos o valores absolutos) duplica el porcentaje que arrojó el de hace cuatro años y llama la atención por venir acompañado de este otro, que se ha reducido en un 10% el consumo de alcohol entre los conductores.
Mal asunto (por los paupérrimos réditos resultantes, obtenidos, cosechados) sería que las campañas publicitarias de concienciación sólo hubieran servido para que los conductores mudaran su hábito o trato con la droga, o sea, que cambiaran el consumo de alcohol por el de cocaína.
Ángel Sáez García
Empero, ayer trascendieron los datos suministrados por el Instituto Nacional de Toxicología. Tras un análisis somero de los mismos, cabe colegir que las autoridades gubernativas deberán perseverar, quiero decir insistir aún más (si cabe) y ensanchar los objetivos que se fijen y persigan en la recomendación de pautas saludables para la educación vial, a fin de que descienda el consumo de todo tipo de drogas por parte de los conductores. Si hacemos caso a las cifras que nos da el mentado Instituto, el 5% de los finados por accidente de tráfico en 2004 habían consumido cocaína (droga fratricida, pues, según nos cuenta “La Biblia”, contiene el nombre del primero de ellos, Caín) antes de ponerse al volante de sus respectivos vehículos. Este tanto por ciento (en términos o valores absolutos) duplica el porcentaje que arrojó el de hace cuatro años y llama la atención por venir acompañado de este otro, que se ha reducido en un 10% el consumo de alcohol entre los conductores.
Mal asunto (por los paupérrimos réditos resultantes, obtenidos, cosechados) sería que las campañas publicitarias de concienciación sólo hubieran servido para que los conductores mudaran su hábito o trato con la droga, o sea, que cambiaran el consumo de alcohol por el de cocaína.
Ángel Sáez García