Por Camilo Valverde Mudarra
Irak, tierra de antiguos mitos, asiento de legendarios relatos, ha pasado a ser un río de sangre que fluye a la laguna de la muerte cotidiana. Los muertos se cuentan por miles, los asesinatos y atentados se multiplican por doquier y las asechanzas y la metralla no cesan. Son la rúbrica terrorista al bloqueo constituyente iraquí; son el castigo de Al Qaeda al sunismo secularizante, opuesto a que la Sharia o Ley Islámica informe la Ley Fundamental que Irak necesita para su democracia política. Desde 1959 a marzo del 2003 las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres, y eso se esfumará si el integrismo de los chiíes se impone.
En España se apresuraron a sacar las tropas de Irak; escapó de allí, pero cayó en Afganistán, que no ha reportado más seguridad que Irak. Se ha rumoreado que el tal Gulbudin Hemaktyar, jefe de la milicia Hezb e Islami, fue el ejecutor del desastre del helicóptero español. Ciertamente, tuvo trazas de la pestilencia hedionda de Al Qaeda.
La lucha armada para derribar a Sadam trocó en pacto la antigua hostilidad. Nacionalismo e islamismo hicieron unidad de su odio y repulsa contra Washington; sadamistas y huestes terroristas de Ben Laden han conjuntado sus afilados alfanjes en su furia resistente contra la coalición del satán occidental. El asunto afgano y el iraquí se han enlazado en los planes del terror, desde que se vieron sin la tenaza del laicismo del régimen baasista que perseguía a muerte a Ben Laden. Pero, cuando el terrorismo, que iba atacando el núcleo Suní, dejó de respetar los espacios chiítas, la cosa cambió. Ese entramado políticamente secularizado y prosélito del dictador ha servido de sostén a la feroz resistencia. Extrañamente, el nacionalismo islámico asumido por el baasismo de la dictadura se mueve en los ámbitos más cercanos a la concepción democratizadora de Bush que la del chiísmo aliado político de los americanos y vencedor en las elecciones de enero. La aspiración chiíta de hacer de la Sharia objetivo conformador de la Constitución, desmiente su propensión democrática, igualitaria y liberal que constituye el proyecto norteamericano en el mundo árabe y en el Oriente Medio.
El enfrentamiento del integrismo suní de Al Qaeda y el integrismo de los chiítas es ya antiguo, tanto en Irak como en Irán. El primero, con los atentados sistemáticos, ha sacrificado sañudamente a los otros. Pero ahora, a tenor de la Constitución, los yihadistas de Alzawari han orientado sus explosivos hacia los suníes, por mundanos e impíos. Esa sangre de Bagdad significa odio y reversión. Son ya 30.000 civiles los irakíes muertos en la invasión, como ha reconocido Bush a la vez que su responsabilidad en los fallos de los datos aportados por los servicios de inteligencia que se manejaron para decidir la guerra contra Irak.
Y en esta situación, más de quince millones de iraquíes han completado el proceso de transición con unas elecciones parlamentarias marcadas por la alta participación. En su discurso, Bush, defendiendo su estrategia, advirtió que los progresos tras los comicios pueden ser lentos. "Debemos recordar que un Irak libre nos beneficia y será un foco de esperanza"."Estamos en Irak hoy, porque nuestra meta siempre ha sido, más que derrocar a un dictador brutal, dejar un Irak libre y democrático", y aseguró que la decisión de ir a la guerra y derrocar a Sadam, fue la adecuada. Un primer sondeo apunta que el bloque dominante chiíta ha mantenido un fuerte respaldo y se ha logrado que parte de la minoritaria comunidad suní participe en esta ocasión en el proceso; de suerte que clérigos suníes entre sus salmodias, hacían llamamientos a las urnas: "Id a los colegios electorales sin demora, para poder restablecer la seguridad y la estabilidad de vuestro país".
Irak, tierra de antiguos mitos, asiento de legendarios relatos, ha pasado a ser un río de sangre que fluye a la laguna de la muerte cotidiana. Los muertos se cuentan por miles, los asesinatos y atentados se multiplican por doquier y las asechanzas y la metralla no cesan. Son la rúbrica terrorista al bloqueo constituyente iraquí; son el castigo de Al Qaeda al sunismo secularizante, opuesto a que la Sharia o Ley Islámica informe la Ley Fundamental que Irak necesita para su democracia política. Desde 1959 a marzo del 2003 las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres, y eso se esfumará si el integrismo de los chiíes se impone.
En España se apresuraron a sacar las tropas de Irak; escapó de allí, pero cayó en Afganistán, que no ha reportado más seguridad que Irak. Se ha rumoreado que el tal Gulbudin Hemaktyar, jefe de la milicia Hezb e Islami, fue el ejecutor del desastre del helicóptero español. Ciertamente, tuvo trazas de la pestilencia hedionda de Al Qaeda.
La lucha armada para derribar a Sadam trocó en pacto la antigua hostilidad. Nacionalismo e islamismo hicieron unidad de su odio y repulsa contra Washington; sadamistas y huestes terroristas de Ben Laden han conjuntado sus afilados alfanjes en su furia resistente contra la coalición del satán occidental. El asunto afgano y el iraquí se han enlazado en los planes del terror, desde que se vieron sin la tenaza del laicismo del régimen baasista que perseguía a muerte a Ben Laden. Pero, cuando el terrorismo, que iba atacando el núcleo Suní, dejó de respetar los espacios chiítas, la cosa cambió. Ese entramado políticamente secularizado y prosélito del dictador ha servido de sostén a la feroz resistencia. Extrañamente, el nacionalismo islámico asumido por el baasismo de la dictadura se mueve en los ámbitos más cercanos a la concepción democratizadora de Bush que la del chiísmo aliado político de los americanos y vencedor en las elecciones de enero. La aspiración chiíta de hacer de la Sharia objetivo conformador de la Constitución, desmiente su propensión democrática, igualitaria y liberal que constituye el proyecto norteamericano en el mundo árabe y en el Oriente Medio.
El enfrentamiento del integrismo suní de Al Qaeda y el integrismo de los chiítas es ya antiguo, tanto en Irak como en Irán. El primero, con los atentados sistemáticos, ha sacrificado sañudamente a los otros. Pero ahora, a tenor de la Constitución, los yihadistas de Alzawari han orientado sus explosivos hacia los suníes, por mundanos e impíos. Esa sangre de Bagdad significa odio y reversión. Son ya 30.000 civiles los irakíes muertos en la invasión, como ha reconocido Bush a la vez que su responsabilidad en los fallos de los datos aportados por los servicios de inteligencia que se manejaron para decidir la guerra contra Irak.
Y en esta situación, más de quince millones de iraquíes han completado el proceso de transición con unas elecciones parlamentarias marcadas por la alta participación. En su discurso, Bush, defendiendo su estrategia, advirtió que los progresos tras los comicios pueden ser lentos. "Debemos recordar que un Irak libre nos beneficia y será un foco de esperanza"."Estamos en Irak hoy, porque nuestra meta siempre ha sido, más que derrocar a un dictador brutal, dejar un Irak libre y democrático", y aseguró que la decisión de ir a la guerra y derrocar a Sadam, fue la adecuada. Un primer sondeo apunta que el bloque dominante chiíta ha mantenido un fuerte respaldo y se ha logrado que parte de la minoritaria comunidad suní participe en esta ocasión en el proceso; de suerte que clérigos suníes entre sus salmodias, hacían llamamientos a las urnas: "Id a los colegios electorales sin demora, para poder restablecer la seguridad y la estabilidad de vuestro país".