Imposible distinguir ya en Europa los llamados gobiernos socialdemócratas de los titulados gobiernos de la derecha. Imposible distinguir en Alemania a Olaf Scholz de Angela Merkel. Imposible distinguir la gobernanza de Susana Díaz de la de Juan Manuel Moreno. Y esto es así porque la socialdemocracia ganó la guerra y ahora en los países europeos rigen en la práctica sus principios. El socialismo democrático cumplió su destino histórico.
Pero al ganar la guerra la izquierda moderada se quedó sin objetivos, así que dejó de ser modera y el socialismo sustituyó las antiguas ideas, ya cumplidas, por la ideología y el tono de aquello que llamamos progresía (falso progreso); un constructo hoy dueño de la mentalidad colectiva. Mas justo en este punto se produce en España un asombroso bucle: en lugar de mantener la propia personalidad, incapaz de superar sus complejos, el Partido Popular copia lo políticamente correcto. La corrección política acuñada desde 1968 por la progresía y de la que ahora se nutre la supuesta izquierda: el uso de palabras y conceptos determinados, una sesgada narración de la historia del mundo, una distinción simplificada entre buenos y malos y, sobre todo, una obligación unánime de lo que debemos sostener en público. Una cosmovisión en suma, una cosmología, un logos, es decir, una comprensión y explicación de todo cuanto existe desde el Big Bang a la vida de las hormigas pasando por la política, la cultura y la moral ciudadana.
Rèmi Brague analiza en su último libro, Manicomio de verdades, el sentimiento de culpabilidad colectiva que atenaza a Europa. En efecto, Europa se siente culpable de crímenes y abusos contra los demás pueblos, de ahí que se nos exija pedir perdón por la colonización romana, por el imperialismo del siglo XIX o por la trata de esclavos. De hecho, una masoquista filosofía de la Historia; una leyenda negra europea narrada por nosotros mismos cuando deberíamos sentirnos orgullosos de nuestra civilización expansiva. ¿Crímenes? Por supuesto. Los mismos que han cometido toda las etnias del globo, desde los esquimales a los zulúes pasando por árabes y mongoles cada vez que han tenido la ocasión. Un olvido obligatorio de nuestro pasado real. ¿Se han pronunciado alguna vez contra esa leyenda negra europea Pablo Casado o Juan Manuel Moreno? Sarkozy hablaba de un pasado de catedrales e Ilustración.
Lo nuclear es el demonio, sostiene la fraseología dominante del reaccionario y supersticioso progresismo español. No veo a los líderes de nuestra derecha consuetudinaria atreverse a proclamar a cara descubierta que las centrales nucleares son una fuente de energía limpia, segura y barata. Tampoco veo al PP capaz de confrontar el dogma de que "lo público" (pronúnciese de forma explosiva con los carrillos hinchados) es siempre mejor que "lo privado" (pronúnciese con cara de asco).
Al carecer de un lenguaje propio y auténtico, al copiar gestos y palabras del contrario, la derecha tradicional de hoy duda de su legitimidad convencida -negando la evidencia histórica- de la superioridad moral e intelectual de la izquierda. Da vergüenza ajena oír a los políticos de la derecha clásica parloteando de lo "sostenible", de "poner en valor", del "cambio climático", del "ellos-ellas, niños-niñas, nosotros-nosotras". Escuché al presidente de la Junta en un discurso sobre algo climático alentar a su público para "luchar contra el clima". Pudo ser un simple lapsus o bien la manifestación de una supina ignorancia; en cualquier caso, hacemos el ridículo cuando faltos de conceptos e ideas copiamos las cosas que dicen otros.
Toda cosmología comienza preguntándose por la Verdad. Para el pensamiento racional la verdad es única (existe Dios o no existe, no caben verdades intermedias; fulanito cazó una liebre o no la cazó); por el contrario, para el lenguaje dominante del siglo XXI la verdad es relativa. Mis alumnos universitarios de los años 70, casi todos marxistas o marxistizados, pensaban que la verdad era una y Carlos Marx su profeta; los alumnos del año 2000, por el contrario, piensan que cada cual tiene su propia verdad (la idea de una verdad absoluta les suena a fascismo). Sin duda, tanto en su habla como en sus actos el presidente Sánchez es de un relativismo confeso. Ignoramos lo que piensan al respecto Pablo Casado y Juan Manuel Moreno.
Peligroso para ellos. De seguir así, nunca tendrán (o bien perderán) el apoyo de quienes quieren las cosas claras.
Alfonso Lazo
Pero al ganar la guerra la izquierda moderada se quedó sin objetivos, así que dejó de ser modera y el socialismo sustituyó las antiguas ideas, ya cumplidas, por la ideología y el tono de aquello que llamamos progresía (falso progreso); un constructo hoy dueño de la mentalidad colectiva. Mas justo en este punto se produce en España un asombroso bucle: en lugar de mantener la propia personalidad, incapaz de superar sus complejos, el Partido Popular copia lo políticamente correcto. La corrección política acuñada desde 1968 por la progresía y de la que ahora se nutre la supuesta izquierda: el uso de palabras y conceptos determinados, una sesgada narración de la historia del mundo, una distinción simplificada entre buenos y malos y, sobre todo, una obligación unánime de lo que debemos sostener en público. Una cosmovisión en suma, una cosmología, un logos, es decir, una comprensión y explicación de todo cuanto existe desde el Big Bang a la vida de las hormigas pasando por la política, la cultura y la moral ciudadana.
Rèmi Brague analiza en su último libro, Manicomio de verdades, el sentimiento de culpabilidad colectiva que atenaza a Europa. En efecto, Europa se siente culpable de crímenes y abusos contra los demás pueblos, de ahí que se nos exija pedir perdón por la colonización romana, por el imperialismo del siglo XIX o por la trata de esclavos. De hecho, una masoquista filosofía de la Historia; una leyenda negra europea narrada por nosotros mismos cuando deberíamos sentirnos orgullosos de nuestra civilización expansiva. ¿Crímenes? Por supuesto. Los mismos que han cometido toda las etnias del globo, desde los esquimales a los zulúes pasando por árabes y mongoles cada vez que han tenido la ocasión. Un olvido obligatorio de nuestro pasado real. ¿Se han pronunciado alguna vez contra esa leyenda negra europea Pablo Casado o Juan Manuel Moreno? Sarkozy hablaba de un pasado de catedrales e Ilustración.
Lo nuclear es el demonio, sostiene la fraseología dominante del reaccionario y supersticioso progresismo español. No veo a los líderes de nuestra derecha consuetudinaria atreverse a proclamar a cara descubierta que las centrales nucleares son una fuente de energía limpia, segura y barata. Tampoco veo al PP capaz de confrontar el dogma de que "lo público" (pronúnciese de forma explosiva con los carrillos hinchados) es siempre mejor que "lo privado" (pronúnciese con cara de asco).
Al carecer de un lenguaje propio y auténtico, al copiar gestos y palabras del contrario, la derecha tradicional de hoy duda de su legitimidad convencida -negando la evidencia histórica- de la superioridad moral e intelectual de la izquierda. Da vergüenza ajena oír a los políticos de la derecha clásica parloteando de lo "sostenible", de "poner en valor", del "cambio climático", del "ellos-ellas, niños-niñas, nosotros-nosotras". Escuché al presidente de la Junta en un discurso sobre algo climático alentar a su público para "luchar contra el clima". Pudo ser un simple lapsus o bien la manifestación de una supina ignorancia; en cualquier caso, hacemos el ridículo cuando faltos de conceptos e ideas copiamos las cosas que dicen otros.
Toda cosmología comienza preguntándose por la Verdad. Para el pensamiento racional la verdad es única (existe Dios o no existe, no caben verdades intermedias; fulanito cazó una liebre o no la cazó); por el contrario, para el lenguaje dominante del siglo XXI la verdad es relativa. Mis alumnos universitarios de los años 70, casi todos marxistas o marxistizados, pensaban que la verdad era una y Carlos Marx su profeta; los alumnos del año 2000, por el contrario, piensan que cada cual tiene su propia verdad (la idea de una verdad absoluta les suena a fascismo). Sin duda, tanto en su habla como en sus actos el presidente Sánchez es de un relativismo confeso. Ignoramos lo que piensan al respecto Pablo Casado y Juan Manuel Moreno.
Peligroso para ellos. De seguir así, nunca tendrán (o bien perderán) el apoyo de quienes quieren las cosas claras.
Alfonso Lazo
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