La crisis que venía rugiendo desde mediados del 07 y negada sistemática y contumazmente, saltó con sus hirientes zarpas y nos tiene atrapados en sus garras.
Por fin, este inoperante ministro lo ha reconocido: “Es la peor crisis económica que he conocido”. Las fauces de la recesión, entrando, muerden enérgicas. El español agobiado, desconcertado y temeroso por sus ahorros depositados en bancos, duda, si, egoísta, ponerlos en recaudo o, solidario, dejarlos quietos; en su zozobra, se pregunta, cómo, al amparo de una Ley electoral injusta y decepcionante, once millones de votos, de un total de cuarenta y seis millones de habitantes, han puesto este Gobierno de inconsistencia e inepcia.
La coyuntura, en el camastro de la postración, cada día, más mortecina, languidece y se tambalea; más de la mitad de los españoles desconfía que ZP sea capaz de resolver la crisis. La cumbre de los dos equipos económicos de PP y PSOE no ha dado fruto, la Bolsa se hunde, los autónomos comienzan a pagar el declive, el descenso del empleo es catastrófico, el número de pobres aumenta sin contención, muchos se ven durmiendo en las calles o en el coche, la cesta de la compra se enflaquece. Entre tanto, este Gobierno y su partido, que presumen de su gran sensibilidad social, les han bajado las pensiones de incapacidad y enfermedad a los funcionarios y olvidan a la Policía Nacional, que está sin pistolas ni balas; según ABC, la nómina de Moncloa se mantiene en 644 asesores –asesorantes ¿de qué?- y además se han presupuestado 355.000 euros para "gastos de Palacio", una partida que no se explica.
Ya nervioso, ZP se reúne con los poderosos bancos y cajas y, misericorde, les promete, con el beneplácito de los sindicatos, significativamente callados, créditos que los provea de liquidez, para ayudar a las familias y empresarios; a unos banqueros que, en los tiempos de bonanza, no pusieron ni un duro, para coadyuvar en algo al bien común, dieron dinero a los abusivos constructores, cobraron comisiones desaforadas y obtuvieron opíparas ganancias. La negativa reacción de los mercados muestra que ese plan no ha reportado ninguna mejoría. Esos créditos precisan del control exigible; mejor sería que el Estado entrase a formar parte del capital de los bancos, en lugar de refinanciarlos. La recesión, en su gravedad patente, corroe el nervio social. Los inversores han perdido toda confianza en el sistema, es urgente detener la caída en el abismo y ajustar el sector financiero; la idea de abaratar el precio del dinero posibilitará su circulación.
El izquierdismo radical de este ZP y su optimismo antropológico no nos va librar ni va a lograr la ayuda de Europa, sumida en su crisis y enojada con esta política exterior inaceptable. Hay que restaurar el sistema financiero, restablecer el circuito del crédito y recuperar la productividad y competitividad perdidas. Es el momento de cerrar esta ocurrencia de las Autonomías costosísimas e innecesarias, terminar con los prejuicios ideológicos y posturas partidistas en esta España agotada y agostada. Las reparaciones y los ajustes son inevitables, los ciudadanos deben saberlo y exigir soluciones definitivas y acertadas.
C. V. Mudarra
Por fin, este inoperante ministro lo ha reconocido: “Es la peor crisis económica que he conocido”. Las fauces de la recesión, entrando, muerden enérgicas. El español agobiado, desconcertado y temeroso por sus ahorros depositados en bancos, duda, si, egoísta, ponerlos en recaudo o, solidario, dejarlos quietos; en su zozobra, se pregunta, cómo, al amparo de una Ley electoral injusta y decepcionante, once millones de votos, de un total de cuarenta y seis millones de habitantes, han puesto este Gobierno de inconsistencia e inepcia.
La coyuntura, en el camastro de la postración, cada día, más mortecina, languidece y se tambalea; más de la mitad de los españoles desconfía que ZP sea capaz de resolver la crisis. La cumbre de los dos equipos económicos de PP y PSOE no ha dado fruto, la Bolsa se hunde, los autónomos comienzan a pagar el declive, el descenso del empleo es catastrófico, el número de pobres aumenta sin contención, muchos se ven durmiendo en las calles o en el coche, la cesta de la compra se enflaquece. Entre tanto, este Gobierno y su partido, que presumen de su gran sensibilidad social, les han bajado las pensiones de incapacidad y enfermedad a los funcionarios y olvidan a la Policía Nacional, que está sin pistolas ni balas; según ABC, la nómina de Moncloa se mantiene en 644 asesores –asesorantes ¿de qué?- y además se han presupuestado 355.000 euros para "gastos de Palacio", una partida que no se explica.
Ya nervioso, ZP se reúne con los poderosos bancos y cajas y, misericorde, les promete, con el beneplácito de los sindicatos, significativamente callados, créditos que los provea de liquidez, para ayudar a las familias y empresarios; a unos banqueros que, en los tiempos de bonanza, no pusieron ni un duro, para coadyuvar en algo al bien común, dieron dinero a los abusivos constructores, cobraron comisiones desaforadas y obtuvieron opíparas ganancias. La negativa reacción de los mercados muestra que ese plan no ha reportado ninguna mejoría. Esos créditos precisan del control exigible; mejor sería que el Estado entrase a formar parte del capital de los bancos, en lugar de refinanciarlos. La recesión, en su gravedad patente, corroe el nervio social. Los inversores han perdido toda confianza en el sistema, es urgente detener la caída en el abismo y ajustar el sector financiero; la idea de abaratar el precio del dinero posibilitará su circulación.
El izquierdismo radical de este ZP y su optimismo antropológico no nos va librar ni va a lograr la ayuda de Europa, sumida en su crisis y enojada con esta política exterior inaceptable. Hay que restaurar el sistema financiero, restablecer el circuito del crédito y recuperar la productividad y competitividad perdidas. Es el momento de cerrar esta ocurrencia de las Autonomías costosísimas e innecesarias, terminar con los prejuicios ideológicos y posturas partidistas en esta España agotada y agostada. Las reparaciones y los ajustes son inevitables, los ciudadanos deben saberlo y exigir soluciones definitivas y acertadas.
C. V. Mudarra
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