La decisión de Rosa Díez no se debe a la premura; su honroso gesto confirma que los derroteros del Partido Socialista Español, que se vienen observando y denunciando desde su acceso al gobierno, se han hecho insostenibles y han perdido aquellas esencias ilusionantes y consistentes que lo auparon en el 82. «Me voy, para poder defender con más libertad y eficacia las ideas por las que me afilié hace treinta años al partido, y después de denunciar la senda iniciada por R. Zapatero y constatar la inutilidad de defender el actual programa socialista». Entrega el carné y su acta de eurodiputada y se posa en el proyecto político que impulsa F. Savater, bajo el ramaje de la plataforma cívica «¡Basta Ya!». En definición del filósofo, es una operación dirigida hacia «el progresismo y la unidad» y con «cabida para todos».
Esta disidente intenta, entre duras críticas, defender los valores que ahora considera «incompatibles» con su militancia socialista; le ha hecho saltar la lucha por justificar las ideas socialistas, que le trajeron al PSOE la victoria del negro marzo. Salta por su discrepancia sobre el modelo de Estado, la política antiterrorista de este Gobierno y la deriva nacionalista de Zapatero, a quien recrimina el haber pactado un diseño de Estado «con unos partidos que no creen en el Estado Constitucional Español». «Siempre, dice, he tratado de cumplir exactamente el compromiso adquirido con quienes nos votaron; los ciudadanos son lo primero. Es a ellos, a los que se debe un partido, que no es propiedad de sus dirigentes, ni de sus afiliados». «Trato de defender las ideas de libertad, igualdad y progreso». Entre seguir las instrucciones del partido o la voluntad de los ciudadanos, opta, dice, por la segunda disyuntiva".
En los aledaños socialistas se acusa a Díez de «deslealtad» y falta de «coherencia política y personal; le censuran «su ataque y rechazo a la política del PSOE y, más aún, que defiende las tesis del PP». La columna socialista, aunque airada, se siente, en cierto modo, liberada de un peso y se ríe aliviada. La veterana socialista, que compitió por la dirección del PSOE en el 2000, ha sufrido un proceso de desencaje y distancia de efectos traumáticos, aunque el trance ha contribuido al atractivo perfil de una mujer belicosa y contendiente, de una figura mediática y, por ende, próxima y animosa. Allanadas sus contradicciones, despojada de la disciplina de partido, liberada del vínculo, Rosa Díez ha sido para Zapatero y Blanco una molesta desazón, insuperable para su «proceso» imposible, la voz de la conciencia del socialismo y una referencia presente en el cuadro de mujeres vascas, populares y socialistas, que se alzaron en adalides del invocado pacto antiterrorista y en sólidas corazas femeninas contra el terrorismo y su barbarie.
La piedad fiel por los caídos bajo el arbitrario terror y la discrepancia con aquella siniestra negociación entablada sustentaron su disparidad y rebeldía; a la vez, eso mismo vino a ser el enlace que la llevaba a las proximidades éticas del PP, hecho que, posiblemente supondrá la concurrencia en bandas electorales afines y que nunca reporta provecho, mucho menos en vistas de unas generales, en las que la prioridad impone el desalojo de La Moncloa. Sin duda, ese es el reto ineludible que tiene el PP y habrá de afrontarlo con decisión y eficacia. Pero, puede darse el contrasentido de que ganando, pierdan estos y aquellos; el nuevo partido y Ciutadans, rebañando votos, acarrearán el descalabro del PP. No viniendo a ser la asfixia del nocivo nacionalismo, la irrupción de otro partido puede fraccionar lesivamente el coto político español, pese a sus buenos propósitos.
Es cierto, que mucha gente anda insatisfecha con lo que, hoy, presencia y soporta. Según estimaciones, un 98% de votantes no se consideran representados por los partidos actuales y puede que inclinen su atención a propuestas políticas resueltas y alentadoras.
Camilo Valverde
Esta disidente intenta, entre duras críticas, defender los valores que ahora considera «incompatibles» con su militancia socialista; le ha hecho saltar la lucha por justificar las ideas socialistas, que le trajeron al PSOE la victoria del negro marzo. Salta por su discrepancia sobre el modelo de Estado, la política antiterrorista de este Gobierno y la deriva nacionalista de Zapatero, a quien recrimina el haber pactado un diseño de Estado «con unos partidos que no creen en el Estado Constitucional Español». «Siempre, dice, he tratado de cumplir exactamente el compromiso adquirido con quienes nos votaron; los ciudadanos son lo primero. Es a ellos, a los que se debe un partido, que no es propiedad de sus dirigentes, ni de sus afiliados». «Trato de defender las ideas de libertad, igualdad y progreso». Entre seguir las instrucciones del partido o la voluntad de los ciudadanos, opta, dice, por la segunda disyuntiva".
En los aledaños socialistas se acusa a Díez de «deslealtad» y falta de «coherencia política y personal; le censuran «su ataque y rechazo a la política del PSOE y, más aún, que defiende las tesis del PP». La columna socialista, aunque airada, se siente, en cierto modo, liberada de un peso y se ríe aliviada. La veterana socialista, que compitió por la dirección del PSOE en el 2000, ha sufrido un proceso de desencaje y distancia de efectos traumáticos, aunque el trance ha contribuido al atractivo perfil de una mujer belicosa y contendiente, de una figura mediática y, por ende, próxima y animosa. Allanadas sus contradicciones, despojada de la disciplina de partido, liberada del vínculo, Rosa Díez ha sido para Zapatero y Blanco una molesta desazón, insuperable para su «proceso» imposible, la voz de la conciencia del socialismo y una referencia presente en el cuadro de mujeres vascas, populares y socialistas, que se alzaron en adalides del invocado pacto antiterrorista y en sólidas corazas femeninas contra el terrorismo y su barbarie.
La piedad fiel por los caídos bajo el arbitrario terror y la discrepancia con aquella siniestra negociación entablada sustentaron su disparidad y rebeldía; a la vez, eso mismo vino a ser el enlace que la llevaba a las proximidades éticas del PP, hecho que, posiblemente supondrá la concurrencia en bandas electorales afines y que nunca reporta provecho, mucho menos en vistas de unas generales, en las que la prioridad impone el desalojo de La Moncloa. Sin duda, ese es el reto ineludible que tiene el PP y habrá de afrontarlo con decisión y eficacia. Pero, puede darse el contrasentido de que ganando, pierdan estos y aquellos; el nuevo partido y Ciutadans, rebañando votos, acarrearán el descalabro del PP. No viniendo a ser la asfixia del nocivo nacionalismo, la irrupción de otro partido puede fraccionar lesivamente el coto político español, pese a sus buenos propósitos.
Es cierto, que mucha gente anda insatisfecha con lo que, hoy, presencia y soporta. Según estimaciones, un 98% de votantes no se consideran representados por los partidos actuales y puede que inclinen su atención a propuestas políticas resueltas y alentadoras.
Camilo Valverde
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