El rey Juan Carlos y el presidente del gobierno, Felipe González, siempre hablaron de la Expo como una apuesta transformadora de la ciudad sede y de España
Manuel Olivencia, estupendo y visionario comisario general de la Expo 92, ya fallecido, no paraba de repetir que el principal objetivo de la Expo era potenciar la ciudad de Sevilla, Andalucía y España, situándolas en la cumbre de la modernidad.
Sevilla cumplió con la misión de organizar una exposición universal modélica y atractiva, probablemente la mejor del mundo en su estilo, pero sólo la desarrolló como gran fiesta. Sevilla, una ciudad con maestría para organizar eventos masivos, que cada año los perfecciona organizando la que probablemente sea la mejor feria de primavera del mundo, organizó una Exposición Universal festiva, inmensa y fascinante, generando, incluso, un nuevo modelo de exhibición universal, pero fracasó en la misión de impregnar la ciudad de modernidad, dinamismo y competitividad.
Fui director de Comunicación de la Exposición en su crucial etapa de preparación y construcción, hasta finales de 1987, y puedo dar fe de que el gran objetivo de la Muestra era transformar la ciudad, que hasta entonces había vivido mirando al pasado, para que mirara hacia el horizonte y se hiciera un sitio entre las grandes urbes del planeta, como meca de la economía, la cultura y el futuro. Esperábamos que el auge de Sevilla arrastrara a Andalucía entera, por entonces una región postrada y abonada al atraso. La enorme inversión que representaba la Expo se justificaba siempre como una apuesta atrevida por la modernización y avance de Sevilla y España.
León Lasa no lo dice, pero lo dice
Es evidente que los gobiernos socialistas andaluces no supieron gestionar la herencia, ni supieron transformar aquel impulso en crecimiento y verdadero progreso para Sevilla y Andalucía.
Los defensores del éxito de Sevilla 1992 dirán que basta mirar el recinto de la Exposición, hoy convertido en un parque tecnológico, para apreciar el éxito, pero se les puede argumentar que para hacer un parque tecnológico no hace falta organizar un evento universal de miles de millones de euros e implicar a la comunidad internacional en la construcción de pabellones y organización de exhibiciones de alto rango. Málaga, por ejemplo, tiene un magnífico parque tecnológico sin que haya tenido que organizar un exposición de primer rango mundial para construirlo.
Con Barcelona 1992 ha ocurrido algo parecido. La capital catalana organizó unos magníficos juegos olímpicos, pero hoy, treinta años después, la ciudad languidece y es presa de decadencia y retroceso, aunque las causas, en este caso, sean complejas e incluyan las políticas, con un separatismo y golpismo nacionalista que ha dañado seriamente la ciudad y sus inmensas potencialidades.
En éxito de las olimpiadas y de la Expo pronto se convirtió en una de esas mentiras intocables que no hay que cuestionar porque la clase política no estaba dispuesta a admitir que todo aquel montaje del 92, con cientos de miles de millones invertidos, no dio los frutos esperados.
Y sin embargo el fracaso es una verdad incuestionable. Basta mirar lo que son hoy otras ciudades que han sido sedes de Exposiciones Universales: Londres, París, Bruselas, Nueva York, Montreal, Osaka, etc.
Treinta años después de aquel glorioso 1992, Sevilla es lo que siempre fue, una ciudad turística y llena de belleza, capaz de fascinar al mundo con sus monumentos, Semana Santa y su Feria de Abril, pero en modo alguno una ciudad situada en la vanguardia mundial de la modernidad. A Barcelona le fue todavía peor porque el impulso de las olimpiadas se extinguió pronto y hoy está dando preocupantes pasos hacia el retroceso y el deterioro.
Francisco Rubiales
Sevilla cumplió con la misión de organizar una exposición universal modélica y atractiva, probablemente la mejor del mundo en su estilo, pero sólo la desarrolló como gran fiesta. Sevilla, una ciudad con maestría para organizar eventos masivos, que cada año los perfecciona organizando la que probablemente sea la mejor feria de primavera del mundo, organizó una Exposición Universal festiva, inmensa y fascinante, generando, incluso, un nuevo modelo de exhibición universal, pero fracasó en la misión de impregnar la ciudad de modernidad, dinamismo y competitividad.
Fui director de Comunicación de la Exposición en su crucial etapa de preparación y construcción, hasta finales de 1987, y puedo dar fe de que el gran objetivo de la Muestra era transformar la ciudad, que hasta entonces había vivido mirando al pasado, para que mirara hacia el horizonte y se hiciera un sitio entre las grandes urbes del planeta, como meca de la economía, la cultura y el futuro. Esperábamos que el auge de Sevilla arrastrara a Andalucía entera, por entonces una región postrada y abonada al atraso. La enorme inversión que representaba la Expo se justificaba siempre como una apuesta atrevida por la modernización y avance de Sevilla y España.
León Lasa no lo dice, pero lo dice
Es evidente que los gobiernos socialistas andaluces no supieron gestionar la herencia, ni supieron transformar aquel impulso en crecimiento y verdadero progreso para Sevilla y Andalucía.
Los defensores del éxito de Sevilla 1992 dirán que basta mirar el recinto de la Exposición, hoy convertido en un parque tecnológico, para apreciar el éxito, pero se les puede argumentar que para hacer un parque tecnológico no hace falta organizar un evento universal de miles de millones de euros e implicar a la comunidad internacional en la construcción de pabellones y organización de exhibiciones de alto rango. Málaga, por ejemplo, tiene un magnífico parque tecnológico sin que haya tenido que organizar un exposición de primer rango mundial para construirlo.
Con Barcelona 1992 ha ocurrido algo parecido. La capital catalana organizó unos magníficos juegos olímpicos, pero hoy, treinta años después, la ciudad languidece y es presa de decadencia y retroceso, aunque las causas, en este caso, sean complejas e incluyan las políticas, con un separatismo y golpismo nacionalista que ha dañado seriamente la ciudad y sus inmensas potencialidades.
En éxito de las olimpiadas y de la Expo pronto se convirtió en una de esas mentiras intocables que no hay que cuestionar porque la clase política no estaba dispuesta a admitir que todo aquel montaje del 92, con cientos de miles de millones invertidos, no dio los frutos esperados.
Y sin embargo el fracaso es una verdad incuestionable. Basta mirar lo que son hoy otras ciudades que han sido sedes de Exposiciones Universales: Londres, París, Bruselas, Nueva York, Montreal, Osaka, etc.
Treinta años después de aquel glorioso 1992, Sevilla es lo que siempre fue, una ciudad turística y llena de belleza, capaz de fascinar al mundo con sus monumentos, Semana Santa y su Feria de Abril, pero en modo alguno una ciudad situada en la vanguardia mundial de la modernidad. A Barcelona le fue todavía peor porque el impulso de las olimpiadas se extinguió pronto y hoy está dando preocupantes pasos hacia el retroceso y el deterioro.
Francisco Rubiales
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