Fuimos la octava potencia industrial del planeta, teníamos un desempleo casi inexistente y los ciudadanos poseían un poder adquisitivo envidiado por todo el mundo. Se hablaba del Milagro Español y se nos comparaba con el milagro italiano y el japonés.
Pero llegaron los políticos, verdaderos miserables que se decían demócratas, de derecha o izquierda, pero que sólo eran ineptos y viciosos, y se dedicaron a pedir dinero a la banca mundial y a despilfarrar y gobernar con el trasero, hasta convertir España en lo que hoy es, un país lleno de problemas, decadente y enfermo de envidia, odio, división y frustración, donde los ciudadanos desprecian a los políticos y donde los políticos desprecian a los ciudadanos y se dedican a vivir en el lujo y el privilegio.
Con el trabajo de una sola persona en cada hogar vivían otras cinco o seis y era posible comprar una vivienda, un automóvil y disfrutar unas vacaciones anuales en la playa.
El sistema educativo y el sanitario público eran de los mejores del mundo, hoy ambos en decadencia absoluta y retrocediendo.
El desempleo español es el mayor de Europa y el juvenil de los mayores del planeta.
Las calles están llenas de mendigos y cada día hay más delitos y delincuentes en un país que también era ejemplo de seguridad y convivencia.
El odio entre españoles se ha disparado y algunas regiones hacen esfuerzo por separarse y romper la nación.
Todo el Milagro Español se construyó prácticamente sin impuestos, pero hoy los impuestos españoles son récord en Europa y no para de crecer. Pedro Sánchez, el último y el peor de nuestros sátrapas miserables en el poder, los ha subido 69 veces en cinco años.
El mismo socialista Sánchez ha endeudado el país hasta límites de locura, 1.5 veces el PIB, y sigue pidiendo dinero como un demente, hipotecando la vida de por los menos las próximas tres generaciones.
Los valores han caído en picado y España ha dejado de ser un país de gente decente y honrada para convertirse en paraíso del dinero sucio, de ladrones públicos, de corruptos y de partidos políticos que, por el número de delitos y condenados, son verdaderas asociaciones para delinquir.
También nos hemos hecho cobardes, lo suficiente para tolerar a sinvergüenzas y canallas en el gobierno, olvidando que fuimos, no hace mucho, el país más bravo y valiente del mundo.
Somos ya un país débil y con demasiados enemigos, creados irresponsablemente por los políticos, que son los grandes culpables del desastre español, junto con un pueblo que les ha dejado destrozar la hermosa nación que temíamos.
No debemos el drama español al fracaso de la democracia, porque nunca tuvimos una verdadera democracia, sino a la corrupción de unos partidos políticos y una clase política que destaca como una de las peores del mundo, viciosa, codiciosa, corrupta, inmoral, tramposa, cruel, mentirosa y ladrona.
Nuestros progresos visibles: carreteras, autopistas, trenes, hoteles, aviones, aeropuertos, etc. son únicamente los frutos del dinero prestado que los políticos han obtenido de la Banca mundial y de Europa, a cambio de endeudamiento atroz y pérdida de soberanía.
El pueblo esta adormecido y adoctrinado por la clase dirigente y por una estructura de medios de comunicación casi en su totalidad comprada por el poder y que ha abandonado a su pueblo, llena de corrupción y al servicio del engaño y la mentira.
Esta es la España real que tenemos, donde las instituciones no defienden al ciudadano, donde los gobernantes están atiborrados de privilegios, corrupción y abuso de poder.
Las campanas de la emergencia están sonando desde hace décadas, pero nadie les hace caso y la regeneración, que en España es ya imprescindible para respirar, sigue sin afrontarse.
El baño en el cieno que nos preparan nuestros políticos cada mañana sigue caliente y acogedor y los imbéciles seguimos sumergiéndonos cada día en esas aguas fétidas.
Francisco Rubiales
Pero llegaron los políticos, verdaderos miserables que se decían demócratas, de derecha o izquierda, pero que sólo eran ineptos y viciosos, y se dedicaron a pedir dinero a la banca mundial y a despilfarrar y gobernar con el trasero, hasta convertir España en lo que hoy es, un país lleno de problemas, decadente y enfermo de envidia, odio, división y frustración, donde los ciudadanos desprecian a los políticos y donde los políticos desprecian a los ciudadanos y se dedican a vivir en el lujo y el privilegio.
Con el trabajo de una sola persona en cada hogar vivían otras cinco o seis y era posible comprar una vivienda, un automóvil y disfrutar unas vacaciones anuales en la playa.
El sistema educativo y el sanitario público eran de los mejores del mundo, hoy ambos en decadencia absoluta y retrocediendo.
El desempleo español es el mayor de Europa y el juvenil de los mayores del planeta.
Las calles están llenas de mendigos y cada día hay más delitos y delincuentes en un país que también era ejemplo de seguridad y convivencia.
El odio entre españoles se ha disparado y algunas regiones hacen esfuerzo por separarse y romper la nación.
Todo el Milagro Español se construyó prácticamente sin impuestos, pero hoy los impuestos españoles son récord en Europa y no para de crecer. Pedro Sánchez, el último y el peor de nuestros sátrapas miserables en el poder, los ha subido 69 veces en cinco años.
El mismo socialista Sánchez ha endeudado el país hasta límites de locura, 1.5 veces el PIB, y sigue pidiendo dinero como un demente, hipotecando la vida de por los menos las próximas tres generaciones.
Los valores han caído en picado y España ha dejado de ser un país de gente decente y honrada para convertirse en paraíso del dinero sucio, de ladrones públicos, de corruptos y de partidos políticos que, por el número de delitos y condenados, son verdaderas asociaciones para delinquir.
También nos hemos hecho cobardes, lo suficiente para tolerar a sinvergüenzas y canallas en el gobierno, olvidando que fuimos, no hace mucho, el país más bravo y valiente del mundo.
Somos ya un país débil y con demasiados enemigos, creados irresponsablemente por los políticos, que son los grandes culpables del desastre español, junto con un pueblo que les ha dejado destrozar la hermosa nación que temíamos.
No debemos el drama español al fracaso de la democracia, porque nunca tuvimos una verdadera democracia, sino a la corrupción de unos partidos políticos y una clase política que destaca como una de las peores del mundo, viciosa, codiciosa, corrupta, inmoral, tramposa, cruel, mentirosa y ladrona.
Nuestros progresos visibles: carreteras, autopistas, trenes, hoteles, aviones, aeropuertos, etc. son únicamente los frutos del dinero prestado que los políticos han obtenido de la Banca mundial y de Europa, a cambio de endeudamiento atroz y pérdida de soberanía.
El pueblo esta adormecido y adoctrinado por la clase dirigente y por una estructura de medios de comunicación casi en su totalidad comprada por el poder y que ha abandonado a su pueblo, llena de corrupción y al servicio del engaño y la mentira.
Esta es la España real que tenemos, donde las instituciones no defienden al ciudadano, donde los gobernantes están atiborrados de privilegios, corrupción y abuso de poder.
Las campanas de la emergencia están sonando desde hace décadas, pero nadie les hace caso y la regeneración, que en España es ya imprescindible para respirar, sigue sin afrontarse.
El baño en el cieno que nos preparan nuestros políticos cada mañana sigue caliente y acogedor y los imbéciles seguimos sumergiéndonos cada día en esas aguas fétidas.
Francisco Rubiales
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