¿Por qué el socialismo no puede hacerse acreedor de legitimidad alguna para pretender erigirse como adalid de la libertad, del bienestar y de los derechos humanos?
Dar y repartir entre todos, cimentar una vida digna para los trabajadores y, en general, para todos. Nada más falso. Desde el siglo XIX la ideología más asesina de cuantas han existido a lo largo de la historia se ha considerado valedora de un monstruoso derecho a reglamentar con exclusividad la sociedad de acuerdo con sus parámetros ideológicos, basándose exclusivamente en sus supuestos principios filantrópicos.
Hasta el día de hoy, el fantasma de la propaganda del siglo XX, el siglo del Socialismo, el más sangriento hasta ahora, ha modelado la percepción de las volubles concepciones euroasiáticas sobre esta (por desgracia) realidad sociológica todavía existente en países como Cuba, Vietnam, China, Laos y cuyo exponente más perturbador se localiza en Corea del Norte, donde la deificación de la (muy necesaria en estos regímenes) encarnación de la “idea” ha dado lugar no sólo a la muerte de millones de personas, sino al apoyo en las sociedades occidentales de simpatizantes que pretenden hacerse pasar por seres civilizados.
Realmente, ¿qué es el Socialismo? No pretendo hacer aquí un examen exhaustivo de sus orígenes y variaciones ideológicas, subtipos y demás. No. Lo que quiero es dejar bien clara la naturaleza de esta peste que, si bien anda mermada, no da signos de remitir en cuanto a intenciones de contaminación social se refiere. El Socialismo es Totalitarismo. Lo que pretende, en realidad, es subsumir al individuo dentro de un colectivo abstracto y único, donde las diferencias personales no son admitidas en favor de la igualdad más absoluta. Esa aberrante lógica, se exprese como tal o no, se halla implícita en un mapa de carreteras que niega la individualidad, pues, negando esta, no existe competitividad, no existe personalismo, quedando expedito el camino hacia el paraíso social donde todo el mundo es feliz precisamente por haberse despersonalizado. Sólo a un inhumano puede seducirle esta idea. El problema es que hay muchos. Esta, no se olvide, es la raíz de Totalitarismo: el individuo en sí no es nada, sólo es contemplado en función de lo que es para una colectividad determinada, identifíquese con pueblo, nación, raza o lo que parezca mejor.
Así las cosas, esperar la libertad, la dignidad o el bienestar por parte de esta ideología se antoja hilarante. ¿Qué es lo opuesto al Socialismo? La individualidad, la libertad, la dignidad, el libre albedrío, la conservación de la persona como algo irrepetible, único, como un tesoro. Eso representa la Democracia Cívica, que es mucho más que un mero “gobierno de los mejores”, es la individualidad en su máxima expresión, es la búsqueda de la particularidad, de la diferencia entre unos y otros como algo de lo que no se podrá prescindir jamás, cueste lo que cueste. ¿Tiene, pues, el socialismo legitimidad alguna para pretender erigirse como árbitro de la sociedad y vindicador de los oprimidos? En definitiva, ¿ha logrado algo alguna vez? La respuesta es rotunda: no. Lo único que ha traído es hambre, muerte, sangre y dolor. Ha llevado a cabo con sangre fría los genocidios más brutales jamás concebidos.
Esto no son invenciones, son hechos. No es, como intentan patéticamente argumentar algunos de sus partidarios, un empleo equivocado de una idea positiva, sino que la naturaleza misma de la ideología es genocida, asesina. Se ha sugerido que el socialismo pretendió recoger los olvidados ideales de la Revolución Francesa, ¡y asevero que esto es totalmente cierto! ¡Pero no los de la Revolución de 1789, sino de la jacobina de 1793, instauradora del primer Totalitarismo! Ya socialistas utópicos como Blanqui defendieron públicamente los genocidios, como igual hicieran Marx y Engels al señalar como presupuesto base para el triunfo y desarrollo de la revolución proletaria la desaparición de “pueblos reaccionarios enteros”, el exterminio de sociedades atrasadas que, al estar dos etapas atrasadas y no ser aún capitalistas, no sería posible conducir hacia la ansiada revolución.
De esto tomaron nota quienes estuvieron dispuestos a llevarlo a cabo, a la cabeza de ellos Lenin, responsable de la muerte de no menos de 6 millones de personas en el transcurso de la revolución que trajo consigo la creación de la Unión Soviética, y quien señaló expresamente vez tras vez que el socialismo sólo podía triunfar mediante el “terror de masas” y la “aniquilación social”. Sus órdenes donde manda ejecutar “rehenes” y “kulaks” (campesinos acomodados) no tienen desperdicio. No menos impactante son los 60 millones de muertos ocasionados por Stalin, entre ellos la muerte orquestada de 7 millones de ucranianos en 1932-1933 por resistirse a sus nefastos programas de colectivización, una de las mayores masacres del siglo. Podemos subir el listín, y hablar de los 78 millones de muertos provocados durante el mandato de Mao Zedong en China a lo largo de campañas tan desastrosas como absurdas, tales como “El Gran Salto Adelante” (que provocó una hambruna que dejó 45 millones de muertos entre inanición y ejecuciones) o la “Revolución Cultural”.
El espectáculo no acaba ahí, sino que continúa con la irrupción de un protagonista tan grandioso como desconocido: Pol Pot, quien rigió los destinos de la llamada “Kampuchea Democrática”, bestial intento de revolución socialista que asesinó a 2 millones de camboyanos en 4 años de una población de 7 millones.
Lo más gracioso del asunto (si es que tuviera alguna) es que los más encarnizados enemigos de los autoproclamados “comunistas” son los sistemas Fascista y Nacional-socialista, ideologías derivadas del comunismo soviético y que la propaganda de este país convirtió en antítesis a lo que ellos representaban para ocultar datos como:
•que ese país hubiese estado ayudando a Alemania a violar las cláusulas del Tratado de Versalles de 1919,
•firmase un tratado secreto por el cual militares alemanes que posteriormente invadirían la Unión Soviética en el curso de la Operación Barbarroja fueron entrenados por oficiales soviéticos, aprendiendo de ellos las nociones que darían lugar a la táctica de la famosa “guerra relámpago”,
•acordase repartirse Polonia con los nazis, acuerdo que permitió a Stalin anexionarse no sólo Polonia oriental, sino Estonia, Letonia y Lituania, la región de Besarabia perteneciente a Rumanía e invadir Finlandia,
•colaborase con Hitler en sus políticas antisemitas, entrenado la NKVD (policía política soviética) a las SS y a la GESTAPO en labores de tortura, asesinatos y construcción y administración de campos de concentración y exterminio, mandando la consigna al resto de comunistas europeos a través del Comintern de ayudar y colaborar con los invasores nazis, y un largo etcétera.
Los orígenes del Fascismo y del Nacional-socialismo en una interpretación heterodoxa del marxismo también ha sido negada por los socialistas después de la Segunda Guerra Mundial por las razones arriba apuntadas. De repente, toda la historia es reescrita y la mayoría de las personas abren los ojos de asombro y expresan comentarios de incredulidad cuando uno afirma datos históricamente contrastados como la pertenencia de Mussolini a las facción bolchevique del Partido Socialista Italiano, del cual aseguró Lenin que era el único hombre que podía hacer la revolución en Italia, o que el mismo Hitler había declarado abiertamente cosas como “Yo no soy tan sólo quien ha vencido al marxismo, sino también su realizador: o sea de aquella parte del mismo que es esencial y está justificada, despojada de su dogma hebreo-talmúdico (…) El nacional-socialismo es lo que el marxismo habría podido ser si hubiera conseguido romper sus vínculos absurdos y artificiales con un orden democrático” o “Cuando la Falange encarcela a sus adversarios, comete el mayor de los errores. ¿Acaso mi partido no ha estado compuesto en un noventa por ciento de elementos de izquierda?”
El que Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich fuese apodado “El Marat del Berlín Rojo” y que asegurase en un artículo publicado en el New York Times en 1925 que “las diferencia entre el comunismo de Lenin y las creencias de Hitler es muy leve” no debe sorprender al lector informado, como tampoco lo hará saber que la eliminación sistemática de los judíos por parte de los nazis estaba basada directamente en la política de exterminio soviética, algo reconocido por Himmler, que la política económica mixta de los regímenes italiano y alemán fue copiada de la NEP de Lenin, sistema económico introducido por este en 1921 al comprobar los desastres producidos por el “comunismo de guerra” y, quizá, lo absurdo de las ideas económicas que hasta entonces había abanderado.
Lo que sí sorprenderá, espero, es el trabajo entusiasta de Hitler para el gobierno Soviético Bávaro, siendo elegido además para un Consejo de Soldados (como los de la URSS), colaboración que mantuvo incluso hasta la muerte de su líder, Kurt Eisner, a cuyo cortejo fúnebre asistió, como prueban una grabación y una foto.
Aun con todo esto todavía puede quedar quien estime que el socialismo, al menos, a través de la socialdemocracia, sí ha cimentado la conjunción de un régimen de libertades junto con derechos y prestaciones sociales. Falso, puesto que el primer programa político de leyes sociales fue puesto en marcha por Otto von Bismarck durante el Segundo Reich Alemán. Las ideas de un liberal-conservador como Keynes posteriormente han querido ser colocadas como algo sacado de la chistera del socialismo lo que, como acabamos de ver, es una burda mentira. Lo que actualmente se considera socialdemocracia poco o nada tiene ya que ver con el socialismo, aunque prefieran seguir autoproclamándose como tales, dado que al asumir el modelo económico de libre mercado de occidente se divorciaron totalmente de esta ideología.
Ahora sí que podemos responder definitivamente a la pregunta de si el socialismo ha traído algo positivo. No. La mera noción de una economía que no es libre es en su tuétano totalitaria, pues el control de la economía por parte del Estado es el control de las personas por el Estado: la ilusión totalitaria. Si hay algo indispensable para la libertad es la existencia de una sociedad civil fuerte y dinámica, es decir, la presencia de lo privado, algo anatema para el socialismo. Otro día hablaremos de los socialistas españoles…
Pablo A. Gea Congosto
Dar y repartir entre todos, cimentar una vida digna para los trabajadores y, en general, para todos. Nada más falso. Desde el siglo XIX la ideología más asesina de cuantas han existido a lo largo de la historia se ha considerado valedora de un monstruoso derecho a reglamentar con exclusividad la sociedad de acuerdo con sus parámetros ideológicos, basándose exclusivamente en sus supuestos principios filantrópicos.
Hasta el día de hoy, el fantasma de la propaganda del siglo XX, el siglo del Socialismo, el más sangriento hasta ahora, ha modelado la percepción de las volubles concepciones euroasiáticas sobre esta (por desgracia) realidad sociológica todavía existente en países como Cuba, Vietnam, China, Laos y cuyo exponente más perturbador se localiza en Corea del Norte, donde la deificación de la (muy necesaria en estos regímenes) encarnación de la “idea” ha dado lugar no sólo a la muerte de millones de personas, sino al apoyo en las sociedades occidentales de simpatizantes que pretenden hacerse pasar por seres civilizados.
Realmente, ¿qué es el Socialismo? No pretendo hacer aquí un examen exhaustivo de sus orígenes y variaciones ideológicas, subtipos y demás. No. Lo que quiero es dejar bien clara la naturaleza de esta peste que, si bien anda mermada, no da signos de remitir en cuanto a intenciones de contaminación social se refiere. El Socialismo es Totalitarismo. Lo que pretende, en realidad, es subsumir al individuo dentro de un colectivo abstracto y único, donde las diferencias personales no son admitidas en favor de la igualdad más absoluta. Esa aberrante lógica, se exprese como tal o no, se halla implícita en un mapa de carreteras que niega la individualidad, pues, negando esta, no existe competitividad, no existe personalismo, quedando expedito el camino hacia el paraíso social donde todo el mundo es feliz precisamente por haberse despersonalizado. Sólo a un inhumano puede seducirle esta idea. El problema es que hay muchos. Esta, no se olvide, es la raíz de Totalitarismo: el individuo en sí no es nada, sólo es contemplado en función de lo que es para una colectividad determinada, identifíquese con pueblo, nación, raza o lo que parezca mejor.
Así las cosas, esperar la libertad, la dignidad o el bienestar por parte de esta ideología se antoja hilarante. ¿Qué es lo opuesto al Socialismo? La individualidad, la libertad, la dignidad, el libre albedrío, la conservación de la persona como algo irrepetible, único, como un tesoro. Eso representa la Democracia Cívica, que es mucho más que un mero “gobierno de los mejores”, es la individualidad en su máxima expresión, es la búsqueda de la particularidad, de la diferencia entre unos y otros como algo de lo que no se podrá prescindir jamás, cueste lo que cueste. ¿Tiene, pues, el socialismo legitimidad alguna para pretender erigirse como árbitro de la sociedad y vindicador de los oprimidos? En definitiva, ¿ha logrado algo alguna vez? La respuesta es rotunda: no. Lo único que ha traído es hambre, muerte, sangre y dolor. Ha llevado a cabo con sangre fría los genocidios más brutales jamás concebidos.
Esto no son invenciones, son hechos. No es, como intentan patéticamente argumentar algunos de sus partidarios, un empleo equivocado de una idea positiva, sino que la naturaleza misma de la ideología es genocida, asesina. Se ha sugerido que el socialismo pretendió recoger los olvidados ideales de la Revolución Francesa, ¡y asevero que esto es totalmente cierto! ¡Pero no los de la Revolución de 1789, sino de la jacobina de 1793, instauradora del primer Totalitarismo! Ya socialistas utópicos como Blanqui defendieron públicamente los genocidios, como igual hicieran Marx y Engels al señalar como presupuesto base para el triunfo y desarrollo de la revolución proletaria la desaparición de “pueblos reaccionarios enteros”, el exterminio de sociedades atrasadas que, al estar dos etapas atrasadas y no ser aún capitalistas, no sería posible conducir hacia la ansiada revolución.
De esto tomaron nota quienes estuvieron dispuestos a llevarlo a cabo, a la cabeza de ellos Lenin, responsable de la muerte de no menos de 6 millones de personas en el transcurso de la revolución que trajo consigo la creación de la Unión Soviética, y quien señaló expresamente vez tras vez que el socialismo sólo podía triunfar mediante el “terror de masas” y la “aniquilación social”. Sus órdenes donde manda ejecutar “rehenes” y “kulaks” (campesinos acomodados) no tienen desperdicio. No menos impactante son los 60 millones de muertos ocasionados por Stalin, entre ellos la muerte orquestada de 7 millones de ucranianos en 1932-1933 por resistirse a sus nefastos programas de colectivización, una de las mayores masacres del siglo. Podemos subir el listín, y hablar de los 78 millones de muertos provocados durante el mandato de Mao Zedong en China a lo largo de campañas tan desastrosas como absurdas, tales como “El Gran Salto Adelante” (que provocó una hambruna que dejó 45 millones de muertos entre inanición y ejecuciones) o la “Revolución Cultural”.
El espectáculo no acaba ahí, sino que continúa con la irrupción de un protagonista tan grandioso como desconocido: Pol Pot, quien rigió los destinos de la llamada “Kampuchea Democrática”, bestial intento de revolución socialista que asesinó a 2 millones de camboyanos en 4 años de una población de 7 millones.
Lo más gracioso del asunto (si es que tuviera alguna) es que los más encarnizados enemigos de los autoproclamados “comunistas” son los sistemas Fascista y Nacional-socialista, ideologías derivadas del comunismo soviético y que la propaganda de este país convirtió en antítesis a lo que ellos representaban para ocultar datos como:
•que ese país hubiese estado ayudando a Alemania a violar las cláusulas del Tratado de Versalles de 1919,
•firmase un tratado secreto por el cual militares alemanes que posteriormente invadirían la Unión Soviética en el curso de la Operación Barbarroja fueron entrenados por oficiales soviéticos, aprendiendo de ellos las nociones que darían lugar a la táctica de la famosa “guerra relámpago”,
•acordase repartirse Polonia con los nazis, acuerdo que permitió a Stalin anexionarse no sólo Polonia oriental, sino Estonia, Letonia y Lituania, la región de Besarabia perteneciente a Rumanía e invadir Finlandia,
•colaborase con Hitler en sus políticas antisemitas, entrenado la NKVD (policía política soviética) a las SS y a la GESTAPO en labores de tortura, asesinatos y construcción y administración de campos de concentración y exterminio, mandando la consigna al resto de comunistas europeos a través del Comintern de ayudar y colaborar con los invasores nazis, y un largo etcétera.
Los orígenes del Fascismo y del Nacional-socialismo en una interpretación heterodoxa del marxismo también ha sido negada por los socialistas después de la Segunda Guerra Mundial por las razones arriba apuntadas. De repente, toda la historia es reescrita y la mayoría de las personas abren los ojos de asombro y expresan comentarios de incredulidad cuando uno afirma datos históricamente contrastados como la pertenencia de Mussolini a las facción bolchevique del Partido Socialista Italiano, del cual aseguró Lenin que era el único hombre que podía hacer la revolución en Italia, o que el mismo Hitler había declarado abiertamente cosas como “Yo no soy tan sólo quien ha vencido al marxismo, sino también su realizador: o sea de aquella parte del mismo que es esencial y está justificada, despojada de su dogma hebreo-talmúdico (…) El nacional-socialismo es lo que el marxismo habría podido ser si hubiera conseguido romper sus vínculos absurdos y artificiales con un orden democrático” o “Cuando la Falange encarcela a sus adversarios, comete el mayor de los errores. ¿Acaso mi partido no ha estado compuesto en un noventa por ciento de elementos de izquierda?”
El que Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich fuese apodado “El Marat del Berlín Rojo” y que asegurase en un artículo publicado en el New York Times en 1925 que “las diferencia entre el comunismo de Lenin y las creencias de Hitler es muy leve” no debe sorprender al lector informado, como tampoco lo hará saber que la eliminación sistemática de los judíos por parte de los nazis estaba basada directamente en la política de exterminio soviética, algo reconocido por Himmler, que la política económica mixta de los regímenes italiano y alemán fue copiada de la NEP de Lenin, sistema económico introducido por este en 1921 al comprobar los desastres producidos por el “comunismo de guerra” y, quizá, lo absurdo de las ideas económicas que hasta entonces había abanderado.
Lo que sí sorprenderá, espero, es el trabajo entusiasta de Hitler para el gobierno Soviético Bávaro, siendo elegido además para un Consejo de Soldados (como los de la URSS), colaboración que mantuvo incluso hasta la muerte de su líder, Kurt Eisner, a cuyo cortejo fúnebre asistió, como prueban una grabación y una foto.
Aun con todo esto todavía puede quedar quien estime que el socialismo, al menos, a través de la socialdemocracia, sí ha cimentado la conjunción de un régimen de libertades junto con derechos y prestaciones sociales. Falso, puesto que el primer programa político de leyes sociales fue puesto en marcha por Otto von Bismarck durante el Segundo Reich Alemán. Las ideas de un liberal-conservador como Keynes posteriormente han querido ser colocadas como algo sacado de la chistera del socialismo lo que, como acabamos de ver, es una burda mentira. Lo que actualmente se considera socialdemocracia poco o nada tiene ya que ver con el socialismo, aunque prefieran seguir autoproclamándose como tales, dado que al asumir el modelo económico de libre mercado de occidente se divorciaron totalmente de esta ideología.
Ahora sí que podemos responder definitivamente a la pregunta de si el socialismo ha traído algo positivo. No. La mera noción de una economía que no es libre es en su tuétano totalitaria, pues el control de la economía por parte del Estado es el control de las personas por el Estado: la ilusión totalitaria. Si hay algo indispensable para la libertad es la existencia de una sociedad civil fuerte y dinámica, es decir, la presencia de lo privado, algo anatema para el socialismo. Otro día hablaremos de los socialistas españoles…
Pablo A. Gea Congosto
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