La riada de barcazas con su sobrecarga de hambre y miseria rumbo a las costas canarias y andaluzas desborda las capacidades de acogida y asentamiento.
Canarias ha dirigido al Gobierno, acomodado, allí, en las poltronas, sus clamores de alarma entre acusaciones de “dejadez” e inoperancia en su falta de previsión. La avalancha ha obligado a habilitar hasta dependencias policiales y a reabrir un cuartel en Tenerife que recoja esa aglomeración negra que tirita bajo la metralla de la guerra, las enfermedades, la sed y, sobre todo, el olvido y la inepcia del mundo aposentado en su riqueza y en el desprecio ante la penuria africana, excepto en la explotación de sus recursos naturales y el amplio mercado de su armamento.
En un solo día de los últimos meses, un total de 579 inmigrantes, entre ellos muchos menores, llegaron a lomos de ocho barquitos que salvaban la distancia de cerca de unas 500 millas de Mauritania hasta las Islas. Y, a este hombrecete del talante y la sonrisa, ahora, se le ocurre atajar el asunto con la reactivación de convenios bilaterales, para las repatriaciones y con el envío de una patrullera de la Guardia Civil a Mauritania. A lo que añade la contratación de un servicio de satélite con el que tendrá una información más precisa para actuar de modo preventivo y disuasorio.
Un gobierno no puede actuar al vaivén de los acontecimientos; el ministro de A. E. ha de funcionar, y no estar a verlas venir. España no cuenta con acuerdos de repatriación con muchos de los países de origen. La afluencia migratoria tiene abarrotado el Sur Español y adormecidos y despreocupados del problema a los responsables de Bruselas. La política inmigratoria de este gobierno es desastrosa. La ligereza en la regularización de Caldera ha sido la invitación, el reclamo de más de un millón de ilegales en España; la imprevisión y la pasividad se le impone, no sabe qué hacer, y, cual cayuco, anda a la deriva.
Cerca de 6.900 inmigrantes clandestinos, desde principios de año, han realizado la travesía oscura y tenebrosa, extenuados bajo un sol de furia entre las olas; traen rozaduras por el agua salada con la ropa, quemaduras del sol, heridas leves, muchas infectadas, pero risueños; pasan días enteros hacinados en los barquillos, en los que incluso tienen que hacer sus necesidades y achicar el agua que entra por el sobrepeso de la barca hundida a ras de agua. Vienen con la mirada perdida, desorientados, ateridos, pero contentos y se echan en el suelo, y abrazan la tierra que es Europa.
El drama humano es ingente; no lo detiene el satélite ni el Pan África. El hambre no entiende de fronteras, busca el calor de la opulencia y calmar las iras del estómago. La tierra y sus productos se han hecho para todo hombre. La raíz está en el injusto reparto, en la ambición y explotación y en la rapiña. Escritores de este drama terrible son los países colonizadores que sólo fueron a lo suyo, las naciones ricas que sólo piensan en dominar y acumular riqueza y sus propios gobiernos que los tiranizan, mientras engordan sus negras panzas. Unos y otros no fueron ni van a llevarles la justicia y libertad, a enseñarlos a producir, a extraer los bienes de la tierra y a leer. Han ido y van a esquilmarlos, a someterlos y a dejarlos enzarzados en luchas intestinas y, curiosamente, pertrechados de armas, cuyo uso sí que les enseñaron; era necesario, para sangrarlos luego con su venta y seguir amasando pingües fortunas. No llevaron el arado y el tractor, no sustituyeron las pateras por las redes de pesca, no les proporcionaron las semillas ni abrieron pozos. Sólo pusieron la pistola y la metralla, el reguero de sangre y el mordisco hiriente de la hambruna extrema.
Camilo Valverde Mudarra
Canarias ha dirigido al Gobierno, acomodado, allí, en las poltronas, sus clamores de alarma entre acusaciones de “dejadez” e inoperancia en su falta de previsión. La avalancha ha obligado a habilitar hasta dependencias policiales y a reabrir un cuartel en Tenerife que recoja esa aglomeración negra que tirita bajo la metralla de la guerra, las enfermedades, la sed y, sobre todo, el olvido y la inepcia del mundo aposentado en su riqueza y en el desprecio ante la penuria africana, excepto en la explotación de sus recursos naturales y el amplio mercado de su armamento.
En un solo día de los últimos meses, un total de 579 inmigrantes, entre ellos muchos menores, llegaron a lomos de ocho barquitos que salvaban la distancia de cerca de unas 500 millas de Mauritania hasta las Islas. Y, a este hombrecete del talante y la sonrisa, ahora, se le ocurre atajar el asunto con la reactivación de convenios bilaterales, para las repatriaciones y con el envío de una patrullera de la Guardia Civil a Mauritania. A lo que añade la contratación de un servicio de satélite con el que tendrá una información más precisa para actuar de modo preventivo y disuasorio.
Un gobierno no puede actuar al vaivén de los acontecimientos; el ministro de A. E. ha de funcionar, y no estar a verlas venir. España no cuenta con acuerdos de repatriación con muchos de los países de origen. La afluencia migratoria tiene abarrotado el Sur Español y adormecidos y despreocupados del problema a los responsables de Bruselas. La política inmigratoria de este gobierno es desastrosa. La ligereza en la regularización de Caldera ha sido la invitación, el reclamo de más de un millón de ilegales en España; la imprevisión y la pasividad se le impone, no sabe qué hacer, y, cual cayuco, anda a la deriva.
Cerca de 6.900 inmigrantes clandestinos, desde principios de año, han realizado la travesía oscura y tenebrosa, extenuados bajo un sol de furia entre las olas; traen rozaduras por el agua salada con la ropa, quemaduras del sol, heridas leves, muchas infectadas, pero risueños; pasan días enteros hacinados en los barquillos, en los que incluso tienen que hacer sus necesidades y achicar el agua que entra por el sobrepeso de la barca hundida a ras de agua. Vienen con la mirada perdida, desorientados, ateridos, pero contentos y se echan en el suelo, y abrazan la tierra que es Europa.
El drama humano es ingente; no lo detiene el satélite ni el Pan África. El hambre no entiende de fronteras, busca el calor de la opulencia y calmar las iras del estómago. La tierra y sus productos se han hecho para todo hombre. La raíz está en el injusto reparto, en la ambición y explotación y en la rapiña. Escritores de este drama terrible son los países colonizadores que sólo fueron a lo suyo, las naciones ricas que sólo piensan en dominar y acumular riqueza y sus propios gobiernos que los tiranizan, mientras engordan sus negras panzas. Unos y otros no fueron ni van a llevarles la justicia y libertad, a enseñarlos a producir, a extraer los bienes de la tierra y a leer. Han ido y van a esquilmarlos, a someterlos y a dejarlos enzarzados en luchas intestinas y, curiosamente, pertrechados de armas, cuyo uso sí que les enseñaron; era necesario, para sangrarlos luego con su venta y seguir amasando pingües fortunas. No llevaron el arado y el tractor, no sustituyeron las pateras por las redes de pesca, no les proporcionaron las semillas ni abrieron pozos. Sólo pusieron la pistola y la metralla, el reguero de sangre y el mordisco hiriente de la hambruna extrema.
Camilo Valverde Mudarra