Antonio Machado dejó dos versos que no deberíamos olvidar los españoles: “Castilla miserable, ayer dominadora,/envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.”. Desgraciadamente, ese desprecio de los castellanos es de todos los españoles cuando nos dividimos en dos, como vuelve a decir Machado en otros dos versos:”Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios./ Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.” Esas ínfulas despectivas se repiten hoy cada día, porque”la ignorancia es muy osada”.
Basta repasar la historia de las regiones españolas para comprobar los versos de Machado. Y, todavía hoy, andamos con la caza de brujas removiendo muertos, desrotulando calles, destruyendo símbolos, borrando historia. No bastó las veces que se destruyeron los monumentos arquitectónicos, las esculturas que los escultores tuvieron que reponer, los cuadros que se quemaron para aniquilar la ilustración, las fogatas para eliminar la cultura. Cada destrucción artística, como cada muerte violenta, es un error.
Hay una ciudad en Andalucía que no ha podido conservar nada de su cultura. Y, sin embargo, no habrá en España otra ciudad por la que hayan pasado más civilizaciones. Esa ciudad es Algeciras. Pero la culpa no es de los algecireños. Es que por ahí llegaron todos los pueblos de África, los pueblos de Oriente, los grandes imperios del Mediterráneo. Con ellos, todas la culturas, todas las ilustraciones, todos los saberes. Y detrás, el fundamentalismo y el fanatismo de los nuevos invasores, sin más afán que conquistar para destruir lo que los otros habían hecho. Hoy, apenas podemos encontrar vestigios de tres siglos atrás en aquella ciudad. Lo que se encuentra se debe a que la misma naturaleza los protegió bajo tierra.
Los fundamentalismos, sean del signo que sean, acaban aniquilándolo todo. Sucedió con Roma cuando conquistó y acabó con las culturas ibéricas. Sucedió con los pueblos germanos cuando acabaron con los romanos. Sucedió con los árabes cuando sometieron a los visigodos. Sucedió con los cristianos cuando lograron echar a los moros. Muy pocos aceptaron la cultura que encontraron. Muchas catedrales e iglesias se hicieron sobre las ruinas de las mezquitas; muchas mezquitas se levantaron con elementos de las basílicas góticas; y muchas iglesias góticas se hicieron sobre las plantas de los templos romanos. Sin fanatismos, hoy nuestras ciudades serían auténticos museos.
Donde hubo tolerancia y educación, se salvaron muchas obras de arte. Donde hubo intolerancia y fanatismo, se deshizo todo, fruto de la ignorancia y de la osadía. Por lo visto, las lecciones destructoras son fáciles de aprender. Eso lo saben los ayuntamientos muy bien, porque deben reponer continuamente los bancos, las marquesinas, las papeleras, los colegios, los jardines de la ciudad. Los jóvenes depredadores han aprendido bien pronto la lección, entre otras cosas porque son lecciones que la dan los mismo políticos incapaces de aceptar lo que han hecho otros. Con dos mandatos, podremos terminar con nuestra cultura.
Juan Leiva
Basta repasar la historia de las regiones españolas para comprobar los versos de Machado. Y, todavía hoy, andamos con la caza de brujas removiendo muertos, desrotulando calles, destruyendo símbolos, borrando historia. No bastó las veces que se destruyeron los monumentos arquitectónicos, las esculturas que los escultores tuvieron que reponer, los cuadros que se quemaron para aniquilar la ilustración, las fogatas para eliminar la cultura. Cada destrucción artística, como cada muerte violenta, es un error.
Hay una ciudad en Andalucía que no ha podido conservar nada de su cultura. Y, sin embargo, no habrá en España otra ciudad por la que hayan pasado más civilizaciones. Esa ciudad es Algeciras. Pero la culpa no es de los algecireños. Es que por ahí llegaron todos los pueblos de África, los pueblos de Oriente, los grandes imperios del Mediterráneo. Con ellos, todas la culturas, todas las ilustraciones, todos los saberes. Y detrás, el fundamentalismo y el fanatismo de los nuevos invasores, sin más afán que conquistar para destruir lo que los otros habían hecho. Hoy, apenas podemos encontrar vestigios de tres siglos atrás en aquella ciudad. Lo que se encuentra se debe a que la misma naturaleza los protegió bajo tierra.
Los fundamentalismos, sean del signo que sean, acaban aniquilándolo todo. Sucedió con Roma cuando conquistó y acabó con las culturas ibéricas. Sucedió con los pueblos germanos cuando acabaron con los romanos. Sucedió con los árabes cuando sometieron a los visigodos. Sucedió con los cristianos cuando lograron echar a los moros. Muy pocos aceptaron la cultura que encontraron. Muchas catedrales e iglesias se hicieron sobre las ruinas de las mezquitas; muchas mezquitas se levantaron con elementos de las basílicas góticas; y muchas iglesias góticas se hicieron sobre las plantas de los templos romanos. Sin fanatismos, hoy nuestras ciudades serían auténticos museos.
Donde hubo tolerancia y educación, se salvaron muchas obras de arte. Donde hubo intolerancia y fanatismo, se deshizo todo, fruto de la ignorancia y de la osadía. Por lo visto, las lecciones destructoras son fáciles de aprender. Eso lo saben los ayuntamientos muy bien, porque deben reponer continuamente los bancos, las marquesinas, las papeleras, los colegios, los jardines de la ciudad. Los jóvenes depredadores han aprendido bien pronto la lección, entre otras cosas porque son lecciones que la dan los mismo políticos incapaces de aceptar lo que han hecho otros. Con dos mandatos, podremos terminar con nuestra cultura.
Juan Leiva
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