Se va el año 06 y aquí nos deja su inquina revanchista con su malintencionada memoria histórica, su intervencionismo, su galopante tenaza sobre las libertades individuales y su laicismo de acoso y derribo. Se queda Montesquieu con su mueca macabra, al comprobar que todo sigue igual que él lo vio y denunció hace ya más de dos siglos y medio.
Aquí continuamos con nuestra islamofilia de la Alianza de Civilizaciones que no denigra el monoteísmo, sino que trata de demoler el judeocristianismo; los adalides materialistas del laicismo no entablan ofensiva contra los hijos de Mahoma, de Visnú o de Buda; su objetivo de rechazo injurioso son los seguidores de Jesucristo. No rechazan ni obstaculizan las mezquitas ni sus oradores, dañan y estorban las catedrales, los villancicos y los belenes, por lo que las instancias andaluzas imprimen libros y opúsculos para ensalzar los valores y aciertos de la creencia coránica. Es que para ellos, más listos y avispados, Andalucía ha dejado de ser Católica; deben pensar que ya lo han conseguido. Como en su inquina anticristiana, deben creer que los hombres y naciones que practican el politeísmo, como en África o en Asia, han alcanzado un grado ejemplar de progreso, una paz estable en el justo reparto de la riqueza y el exquisito goce de los valores y derechos humanos; así como el mayor bienestar, la democracia más auténtica y el absoluto respeto a la dignidad del hombre y la igualdad de la mujer se da en los países musulmanes, que no practican el terror ni atentados, ni la guerra, llamada “santa”, furibunda y continua en los odios ni la vejación de la mujer y los niños.
En su tergiversación e ignorancia no saben que en Occidente, en las amplias regiones que fundamentaron el judeocristianismo, brotó el desarrollo moderno, la viva democracia y los valores de igualdad, fraternidad y libertad de raíz cristiana. Las tierras y gentes alejadas de este ámbito no han obtenido ni conocido el fresco de estos principios básicos y esenciales. De modo que el cristianismo no es sólo un hecho de fe, de dogmas y de virtudes morales, es también una realidad cultural, sin la que no se entiende Europa y gran parte del mundo. La entidad cultural de occidente no se puede comprender sin la concepción cristiana. En que hace XXI siglos, allí, en la crucificada Palestina, un día, por los designios insondables de Dios, vino a nacer un Niño, que los suyos no recibieron, pero fecundó con su vibrante doctrina del amor el mundo occidental germinando su idiosincrasia actual. Conocer la religión cristiana, no ya como creencia, es entrar y remozarse en el manantial de nuestra civilización. Es beber e inundarse de las ricas aguas del helenismo, del Imperio Romano y de las Sagradas Escrituras, especialmente, del Evangelio con su siempre fresco e imperecedero mensaje de amor, perdón y misericordia: “Amos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13.34), que resuena en las Epístolas: “… si no tengo caridad nada soy; la caridad es servicial, todo lo soporta, todo lo espera, todo lo tolera. El amor es eterno” (1 Cor 13). Doctrina esencial y extraordinaria preservada con rigor por los siglos.
Otro cantar es que el hombre débil y pecador no la haya sabido hacer vida de su vida y haber convertido el amor, la Caridad con mayúscula, de “Deus Charitas est” de San Juan, en el distintivo constante de su ser y hacer.
Camilo Valverde Mudarra
Aquí continuamos con nuestra islamofilia de la Alianza de Civilizaciones que no denigra el monoteísmo, sino que trata de demoler el judeocristianismo; los adalides materialistas del laicismo no entablan ofensiva contra los hijos de Mahoma, de Visnú o de Buda; su objetivo de rechazo injurioso son los seguidores de Jesucristo. No rechazan ni obstaculizan las mezquitas ni sus oradores, dañan y estorban las catedrales, los villancicos y los belenes, por lo que las instancias andaluzas imprimen libros y opúsculos para ensalzar los valores y aciertos de la creencia coránica. Es que para ellos, más listos y avispados, Andalucía ha dejado de ser Católica; deben pensar que ya lo han conseguido. Como en su inquina anticristiana, deben creer que los hombres y naciones que practican el politeísmo, como en África o en Asia, han alcanzado un grado ejemplar de progreso, una paz estable en el justo reparto de la riqueza y el exquisito goce de los valores y derechos humanos; así como el mayor bienestar, la democracia más auténtica y el absoluto respeto a la dignidad del hombre y la igualdad de la mujer se da en los países musulmanes, que no practican el terror ni atentados, ni la guerra, llamada “santa”, furibunda y continua en los odios ni la vejación de la mujer y los niños.
En su tergiversación e ignorancia no saben que en Occidente, en las amplias regiones que fundamentaron el judeocristianismo, brotó el desarrollo moderno, la viva democracia y los valores de igualdad, fraternidad y libertad de raíz cristiana. Las tierras y gentes alejadas de este ámbito no han obtenido ni conocido el fresco de estos principios básicos y esenciales. De modo que el cristianismo no es sólo un hecho de fe, de dogmas y de virtudes morales, es también una realidad cultural, sin la que no se entiende Europa y gran parte del mundo. La entidad cultural de occidente no se puede comprender sin la concepción cristiana. En que hace XXI siglos, allí, en la crucificada Palestina, un día, por los designios insondables de Dios, vino a nacer un Niño, que los suyos no recibieron, pero fecundó con su vibrante doctrina del amor el mundo occidental germinando su idiosincrasia actual. Conocer la religión cristiana, no ya como creencia, es entrar y remozarse en el manantial de nuestra civilización. Es beber e inundarse de las ricas aguas del helenismo, del Imperio Romano y de las Sagradas Escrituras, especialmente, del Evangelio con su siempre fresco e imperecedero mensaje de amor, perdón y misericordia: “Amos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13.34), que resuena en las Epístolas: “… si no tengo caridad nada soy; la caridad es servicial, todo lo soporta, todo lo espera, todo lo tolera. El amor es eterno” (1 Cor 13). Doctrina esencial y extraordinaria preservada con rigor por los siglos.
Otro cantar es que el hombre débil y pecador no la haya sabido hacer vida de su vida y haber convertido el amor, la Caridad con mayúscula, de “Deus Charitas est” de San Juan, en el distintivo constante de su ser y hacer.
Camilo Valverde Mudarra
Comentarios: