Fue apoderado del mítico diario "Madrid" y su obsesión fue siempre dominar un imperio mediático, pero su diario fue cerrado, unos dicen que por oponerse al regimen franquista y otros porque estaba arruinado. A partir de entonces, todas sus operaciones mediáticas con otros diarios, emisoras y televisoras terminaron en fracaso.
Su mayor error fue haber asesorado al tirano Macías, en Guinea Ecuatorial, un estigma que le acompañó toda su vida. Su otro gran pecado fue su incapacidad para convertir su lucidez y gran altura teórica en iniciativas ganadoras. Quiso ser un constructor de imperios, pero sólo logró ser un gran teórico.
Lo que le salió bien es haberse ganado el respeto y la admiración de un grupo de fieles, entre los que hay muchos jóvenes valiosos, que le siguió con verdadero respeto y admiración, dentro del Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional (MCRC).
Su biografía es rica como teórico de una democracia que nunca existió y llena de fracasos como estratega. Muere como un hombre activo que merece respeto por su lucha contra los grandes pecados de la España actual: corrupción, falsedad, torpeza y, sobre todo, falta de democracia verdadera. Algunos le consideran un teórico poco practico y demasiado estricto, pero muchos le consideran un gigante.
Sus mayores pecados fueron ser incapaz de convertir sus ideas en ganadoras y que en lugar de un partido de masas, un instrumento de poder que le habría ayudado a triunfar, creó una especie de secta de seguidores sumamente fiel, integrada por idealistas, demócratas, intelectuales y republicanos bienintencionados, pero aislados y escasamente eficaces ante el proselitismo y la comunicación moderna.
Durante cuatro décadas tuvo la razón, pero nada más que la razón y al final murió siendo rey de una pequeña tribu, influyente pero sin poder, sin haber conseguido su gran sueño: que sus ideas sobre la democracia verdadera fueran compartidas por los españoles.
Poco flexible y demasiado rígido como negociador, Trevijano creía que el que tiene razón tiene que vencer, pero en política no siempre es así porque a casi siempre ganan los más hábiles, mentirosos y tramposos. Esa forma de ser le hizo perder muchas batallas, siempre contra gente más torpe y equivocada que él, pero más hábiles y astutos en el engaño, como Felipe González, que fue quien le cerró las puertas del poder en aquella España tramposa que forjó la Transición y que instauró la falsa democracia, heredera del Franquismo.
Yo lo conocí cuando tenía 20 años y empezaba mis aventuras como periodista. Llegué de la mano del profesor Juan Ferrando y Trevijano me aceptó como colaborador de la prestigiosa Tercera Página del Diario Madrid, donde publiqué una veintena de artículos firmados, hasta que el periódico fue cerrado por Franco. Después, cuando era corresponsal de EFE en América Latina, pasé una semana conversando con Rafael Calvo Serer, el capo del diario Madrid y compañero de Trevijano en las batallas de la Transición, quien me contó muchas cosas de Trevijano, versiones que, como otras muchas que he oído en mi vida, puse en cuarentena porque procedían de seres heridos y dañados por el fracaso.
Francisco Rubiales
Su mayor error fue haber asesorado al tirano Macías, en Guinea Ecuatorial, un estigma que le acompañó toda su vida. Su otro gran pecado fue su incapacidad para convertir su lucidez y gran altura teórica en iniciativas ganadoras. Quiso ser un constructor de imperios, pero sólo logró ser un gran teórico.
Lo que le salió bien es haberse ganado el respeto y la admiración de un grupo de fieles, entre los que hay muchos jóvenes valiosos, que le siguió con verdadero respeto y admiración, dentro del Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional (MCRC).
Su biografía es rica como teórico de una democracia que nunca existió y llena de fracasos como estratega. Muere como un hombre activo que merece respeto por su lucha contra los grandes pecados de la España actual: corrupción, falsedad, torpeza y, sobre todo, falta de democracia verdadera. Algunos le consideran un teórico poco practico y demasiado estricto, pero muchos le consideran un gigante.
Sus mayores pecados fueron ser incapaz de convertir sus ideas en ganadoras y que en lugar de un partido de masas, un instrumento de poder que le habría ayudado a triunfar, creó una especie de secta de seguidores sumamente fiel, integrada por idealistas, demócratas, intelectuales y republicanos bienintencionados, pero aislados y escasamente eficaces ante el proselitismo y la comunicación moderna.
Durante cuatro décadas tuvo la razón, pero nada más que la razón y al final murió siendo rey de una pequeña tribu, influyente pero sin poder, sin haber conseguido su gran sueño: que sus ideas sobre la democracia verdadera fueran compartidas por los españoles.
Poco flexible y demasiado rígido como negociador, Trevijano creía que el que tiene razón tiene que vencer, pero en política no siempre es así porque a casi siempre ganan los más hábiles, mentirosos y tramposos. Esa forma de ser le hizo perder muchas batallas, siempre contra gente más torpe y equivocada que él, pero más hábiles y astutos en el engaño, como Felipe González, que fue quien le cerró las puertas del poder en aquella España tramposa que forjó la Transición y que instauró la falsa democracia, heredera del Franquismo.
Yo lo conocí cuando tenía 20 años y empezaba mis aventuras como periodista. Llegué de la mano del profesor Juan Ferrando y Trevijano me aceptó como colaborador de la prestigiosa Tercera Página del Diario Madrid, donde publiqué una veintena de artículos firmados, hasta que el periódico fue cerrado por Franco. Después, cuando era corresponsal de EFE en América Latina, pasé una semana conversando con Rafael Calvo Serer, el capo del diario Madrid y compañero de Trevijano en las batallas de la Transición, quien me contó muchas cosas de Trevijano, versiones que, como otras muchas que he oído en mi vida, puse en cuarentena porque procedían de seres heridos y dañados por el fracaso.
Francisco Rubiales
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