El PP de Rajoy es un partido desprestigiado, poco fiable, patéticamente aislado e incapaz de integrar un gobierno. En un país políticamente fraccionado, que necesita el diálogo y el pacto, el PP practica también el silencio, la indolencia y la pasividad, causando decepción y angustia en la población. Para colmo de males, el PP, mudo y sordo, tampoco sabe hablar con su pueblo. El silencio y la pasividad de Rajoy son nocivos para la democracia y la misma nación.
Aceptemos que no sea capaz de dialogar y entenderse con los otros partidos políticos, pero ¿por que no se dirige al pueblo y le explica sus ideas y los contenidos de su proyecto de gobierno? Rajoy se debate en un cóctel absurdo de torpeza, orgullo, indolencia y vacío que está contribuyendo a que España renga que someterse a unas terceras elecciones generales en tan solo un año (diciembre de 2015, junio y diciembre de 2016), precisamente cuando el país necesita decisiones firmes y reformas que le saquen de una crisis dramática.
Cualquier político democrático del mundo que no sea un discapacitado político y moral, ante la imposibilidad de pactar con otros partidos, optaría por dirigirse a su pueblo, explicarle su programa e intentar seducirlo con sus ideas y propuestas. Es lo mínimo que se le puede exigir a un político en democracia, Pero Rajoy parece incapaz de seducir ni a una rana.
Algunos presidentes españoles han logrado seducir a los ciudadanos y cuando lo han logrado, el poder no se les resiste. Lo consiguió Adolfo Suárez y logró una victoria memorable con aquella UCD que ni siquiera era un verdadero partido sino un rebaño dividido de ídolos arrogantes que siempre soñaron con destronarle. Lo consiguió magistralmente Felipe González y tiñó a España de rojo socialista en 1982, hablándole al pueblo de su visión del Estado y de una España diferente. Hasta lo consiguió Aznar, a pesar de que su naturaleza sosa y hasta antipática le cerraba las puertas de la seducción.
Pero Rajoy, cuya mayor capacidad demostrada ha sido la de convivir en armonía con la corrupción y los corruptos, no lo consigue, porque no sabe hacerlo o porque no quiere hacerlo, quizás porque las palabras comprometen y quedan en las hemerotecas y él le tiene pánico a los compromisos y a las promesas incumplidas, un asunto en el que es el mayor de los especialistas.
La España del presente está profundamente enferma y padece enfermedades que sólo se curan con una seducción intensa y un gobierno capaz de ilusionar. Esas enfermedades, algunas mortales, son: el independentismo de algunas regiones que se quieren separar; la indignación de los ciudadanos, que les conduce a la furia y a la revuelta; el desprecio y rechazo profundo de los ciudadanos a los políticos y a un sistema democrático que antes amaban y ahora empiezan a repudiar; el creciente sueño secreto con la llegada de un tirano que resuelva los problemas de España, alguien parecido al general Franco que puso freno a la orgía de los políticastros irresponsables de la II República; la corrupción y el abuso de poder, dos vicios asquerosos instalados en el sistema que es urgente erradicar; la falta de objetivos comunes que fortalezcan el sentido de nación y la urgente necesidad de reformas que reconduzcan la economía.
Ante ese océano de enfermedades, que requieren un liderazgo sabio y poderoso, España no cuenta nada más que con políticos mediocres y muchas veces cretinos, cargados de egoísmo, incapacidad y una arrogancia que asusta.
Si Rajoy o cualquier otro político, en lugar de dedicarse al lamento, a reclamar su derecho a gobernar por haber sacado un puñado de votos mas que sus adversarios o a despotricar del contrario, recurriera al pueblo español y lo sedujera con ideas y propuestas ilusionantes, ningún partido se atrevería a impedir la ilusión colectiva y el nuevo gobierno estaría integrado en unos días.
Pero, por desgracia, los políticos españoles, todos, sin excepción, prescinden del pueblo, que es el "soberano" en democracia y han construido en sistema, al que llaman democracia sin serlo, que solo les sirve a ellos mismos y a sus aliados poderosos para apropiarse del Estado, saquearlo, oprimir y convertir la política en algo despreciable e injusto.
Francisco Rubiales
Aceptemos que no sea capaz de dialogar y entenderse con los otros partidos políticos, pero ¿por que no se dirige al pueblo y le explica sus ideas y los contenidos de su proyecto de gobierno? Rajoy se debate en un cóctel absurdo de torpeza, orgullo, indolencia y vacío que está contribuyendo a que España renga que someterse a unas terceras elecciones generales en tan solo un año (diciembre de 2015, junio y diciembre de 2016), precisamente cuando el país necesita decisiones firmes y reformas que le saquen de una crisis dramática.
Cualquier político democrático del mundo que no sea un discapacitado político y moral, ante la imposibilidad de pactar con otros partidos, optaría por dirigirse a su pueblo, explicarle su programa e intentar seducirlo con sus ideas y propuestas. Es lo mínimo que se le puede exigir a un político en democracia, Pero Rajoy parece incapaz de seducir ni a una rana.
Algunos presidentes españoles han logrado seducir a los ciudadanos y cuando lo han logrado, el poder no se les resiste. Lo consiguió Adolfo Suárez y logró una victoria memorable con aquella UCD que ni siquiera era un verdadero partido sino un rebaño dividido de ídolos arrogantes que siempre soñaron con destronarle. Lo consiguió magistralmente Felipe González y tiñó a España de rojo socialista en 1982, hablándole al pueblo de su visión del Estado y de una España diferente. Hasta lo consiguió Aznar, a pesar de que su naturaleza sosa y hasta antipática le cerraba las puertas de la seducción.
Pero Rajoy, cuya mayor capacidad demostrada ha sido la de convivir en armonía con la corrupción y los corruptos, no lo consigue, porque no sabe hacerlo o porque no quiere hacerlo, quizás porque las palabras comprometen y quedan en las hemerotecas y él le tiene pánico a los compromisos y a las promesas incumplidas, un asunto en el que es el mayor de los especialistas.
La España del presente está profundamente enferma y padece enfermedades que sólo se curan con una seducción intensa y un gobierno capaz de ilusionar. Esas enfermedades, algunas mortales, son: el independentismo de algunas regiones que se quieren separar; la indignación de los ciudadanos, que les conduce a la furia y a la revuelta; el desprecio y rechazo profundo de los ciudadanos a los políticos y a un sistema democrático que antes amaban y ahora empiezan a repudiar; el creciente sueño secreto con la llegada de un tirano que resuelva los problemas de España, alguien parecido al general Franco que puso freno a la orgía de los políticastros irresponsables de la II República; la corrupción y el abuso de poder, dos vicios asquerosos instalados en el sistema que es urgente erradicar; la falta de objetivos comunes que fortalezcan el sentido de nación y la urgente necesidad de reformas que reconduzcan la economía.
Ante ese océano de enfermedades, que requieren un liderazgo sabio y poderoso, España no cuenta nada más que con políticos mediocres y muchas veces cretinos, cargados de egoísmo, incapacidad y una arrogancia que asusta.
Si Rajoy o cualquier otro político, en lugar de dedicarse al lamento, a reclamar su derecho a gobernar por haber sacado un puñado de votos mas que sus adversarios o a despotricar del contrario, recurriera al pueblo español y lo sedujera con ideas y propuestas ilusionantes, ningún partido se atrevería a impedir la ilusión colectiva y el nuevo gobierno estaría integrado en unos días.
Pero, por desgracia, los políticos españoles, todos, sin excepción, prescinden del pueblo, que es el "soberano" en democracia y han construido en sistema, al que llaman democracia sin serlo, que solo les sirve a ellos mismos y a sus aliados poderosos para apropiarse del Estado, saquearlo, oprimir y convertir la política en algo despreciable e injusto.
Francisco Rubiales
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