El IRA, consciente de que el camino de las armas no lleva, como ellos creian, a la conquista del Estado, que es donde reside el verdadero poder, ha decidido cambiar la lucha armada, un método viejo, desprestigiado e ineficiente, por la lucha política dentro de la democracia, un camino que puede llevarles al éxito, dada la situación presente y las durísimas perspectivas del futuro.
Pocos analistas han puesto el acento en un matiz de gran importancia: el IRA ha puesto fin a tres décadas de terrorismo, precisamente cuando las sociedades occidentales acaban de declarar una guerra sin cuartel a otro tipo de terrorismo distinto, el islámico, foráneo, capaz del suicidio, fanático, más religioso que político, frente al que los viejos cuadros del IRA se sienten tan lejanos y asqueados como la misma policía británica.
El ascenso del terrorismo islámico ha generado profundos traumas en bandas terroristas clásicas, de inspiración nacionalista, como son el IRA y ETA. Sus militantes no quieren ser incluídos en el mismo paquete que los enloquecidos árabes por una sociedad occidental que, a partir de ahora, por culpa de los suicidas fanáticos islamistas, va a rechazar y odiar todo lo que huela a terrorismo, sin hacer distinciones, algo que para un "orgulloso" terrorista irlandés o vasco es, paradójicamente, insoportable.
Muchos analistas, entre los que nos encontramos nosotros, creen que el fulgurante ascenso del terrorismo islámico, muy diferente del terrorismo clásico europeo, de inspiración nacionalista y marxista, va a empujar a bandas como el IRA y ETA hacia otro tipo de lucha, política, radical y ajustada a las reglas de la democracia, un cambio de vía oportunista porque tal vez los ciudadanos demanden pronto gobiernos fuertes y duros, capaces de librarles del peligroso fanatismo musulman, en los que ellos podrían tener espacio.
La histórica declaración del IRA, que fue recibida con entusiasmo por el Gobierno Blair, indiferencia en Belfast y escepticismo entre los protestantes, deja a la española ETA el dudoso honor de mantenerse como la única banda de pistoleros operativa en el territorio de libertades que es Europa y frente al terrible riesgo de que su lucha quede desvirtuada y contaminada por el fanático e irracional terrorismo de los islamistas.
Cambiar las pistolas por la política es, desde hace tiempo, una tentación para los radicales de Occidente, pero la entrada en escena del terror superlativo y global ha acelerado sus planes y está convirtiendo esa tentación política en irresistible.
Según explica Rafael Ramos en La Vanguardia, la declaración de paz del IRA es un éxito para sus propios líderes políticos - empezando por Gerry Adams- como para Tony Blair, artífice de una paciente táctica negociadora, que ha culminado a golpe de platillos y timbales, después de casi treinta años de lucha armada, y de causar la muerte de 1.770 personas entre civiles, policías y soldados británicos.
Pocos analistas han puesto el acento en un matiz de gran importancia: el IRA ha puesto fin a tres décadas de terrorismo, precisamente cuando las sociedades occidentales acaban de declarar una guerra sin cuartel a otro tipo de terrorismo distinto, el islámico, foráneo, capaz del suicidio, fanático, más religioso que político, frente al que los viejos cuadros del IRA se sienten tan lejanos y asqueados como la misma policía británica.
El ascenso del terrorismo islámico ha generado profundos traumas en bandas terroristas clásicas, de inspiración nacionalista, como son el IRA y ETA. Sus militantes no quieren ser incluídos en el mismo paquete que los enloquecidos árabes por una sociedad occidental que, a partir de ahora, por culpa de los suicidas fanáticos islamistas, va a rechazar y odiar todo lo que huela a terrorismo, sin hacer distinciones, algo que para un "orgulloso" terrorista irlandés o vasco es, paradójicamente, insoportable.
Muchos analistas, entre los que nos encontramos nosotros, creen que el fulgurante ascenso del terrorismo islámico, muy diferente del terrorismo clásico europeo, de inspiración nacionalista y marxista, va a empujar a bandas como el IRA y ETA hacia otro tipo de lucha, política, radical y ajustada a las reglas de la democracia, un cambio de vía oportunista porque tal vez los ciudadanos demanden pronto gobiernos fuertes y duros, capaces de librarles del peligroso fanatismo musulman, en los que ellos podrían tener espacio.
La histórica declaración del IRA, que fue recibida con entusiasmo por el Gobierno Blair, indiferencia en Belfast y escepticismo entre los protestantes, deja a la española ETA el dudoso honor de mantenerse como la única banda de pistoleros operativa en el territorio de libertades que es Europa y frente al terrible riesgo de que su lucha quede desvirtuada y contaminada por el fanático e irracional terrorismo de los islamistas.
Cambiar las pistolas por la política es, desde hace tiempo, una tentación para los radicales de Occidente, pero la entrada en escena del terror superlativo y global ha acelerado sus planes y está convirtiendo esa tentación política en irresistible.
Según explica Rafael Ramos en La Vanguardia, la declaración de paz del IRA es un éxito para sus propios líderes políticos - empezando por Gerry Adams- como para Tony Blair, artífice de una paciente táctica negociadora, que ha culminado a golpe de platillos y timbales, después de casi treinta años de lucha armada, y de causar la muerte de 1.770 personas entre civiles, policías y soldados británicos.