La ira etarra de Satán humea en Barajas. Mientras, la soga ahorcada de Sadam ahoga los imposibles diálogos y los idílicos procesos inventados por el de “Hoy estamos mejor que hace un año, y dentro de otro estaremos mejor”. Sube el humo, grita la angustia y nadie sabe nada, nadie habla ni de la claudicación del desmontable Estado de Derecho ni de las intransigentes pretensiones de los terroristas. Blanco, en la plaza del Sol, sólo sabe que el PP es el culpable y Rubalcaba, sin las armas encima de la mesa, hoy puestas en las pistas a pie de pasajeros atónitos cargados de terrores inhóspitos, sólo sabía que no tenía preguntas que responder; aquellos antiguos informadores de los terroríficos idus de marzo no le han dado esta vez materia para un nuevo “pásalo”. Arden las salas, se tintan de rojo y tiemblan las columnas, pero no pasa nada, la cosa sigue con sus rebajas de condenas. La bomba de Barajas es el vaho del aliento infernal del diálogo entablado con la furia de aquellos que vimos pateando la jaula de cristal en los dos juicios. ¿En qué rincón del silencio se esconden hoy los del «queremos saber» de allende?
Sabíamos que la tregua era falsa; la banda no se sometió, se estaba rearmando; la ruptura planeaba sobre la cerviz, todos los indicios señalaban el olor del chantaje a profesionales y empresarios, la descarada y dañina destrucción callejera, la insolente intimidación a las fuerzas políticas. Eran evidencias, no sospechas; en la comparecencia televisiva, Zapatero debió terminantemente suspender la negociación. Ni el infausto atentado aquieta su nocivo orgullo ni le insta a cierta cordura; en su asfixiante altivez se aferra con ansia zozobrante al madero de su política de pacificación, en que muchos antes han fracasado; y miope inabordable no rectifica ni ve que, con la furia asesina no hay nivel equivalente de lenguaje ni posible negociación. Sólo cabe la entrega de las armas. Con su política de autista obnubilado, ha perdido la baza y el envite ante los que vieron su ocasión de sentar al Estado y pactar en son de igualdad,
La bomba es la palabra de diálogo de la furiosa banda. Zapatero creía que esos dialogaban. Se lo jugó todo y se la jugaron; el humo nauseabundo de la Terminal es la clara respuesta de su obvio desprecio por el falso proceso; quiso superar a Suárez y a Felipe y la calurosa humareda le quemó las alas, se desplomó su vuelo; la gloria soñada lo puso en manos del hampa criminal que ya no finge ni lo oculta. Es el desmentido al discurso trasmitido a la opinión pública española alentando las expectativas de una paz inexistente e impensada por los etarras, obtusamente cerrados y negados a cualquier clase de argumentación que no sea doblar la cerviz y pagar el tributo de admitir su nacionalismo independentista; para ellos, este atentado pertenece a lo que entienden por «proceso político». La confusión inmoral entre terror y política es absolutamente natural para los terroristas, lo mismo que la tregua, como afirman, es un recurso de su «lucha armada»; no es una banda arredrada por las secuelas del 11-M ni fascinada por la ‘coyuntura histórica’ que ofrece un Gobierno decidido a entrar al trapo de la opción particular de los electores vascos. Sólo, los crédulos y los estultos creían que los etarras habían desechado su demente locura y entrado en la condición humana por vías políticas de legitimidad concordante, proveniente del habla y el coloquio.
De este proceso de negociación, resultan unas obligaciones políticas por las serias lesiones que han traído, con el silencio y beneplácito de su partido, determinadas acciones del Gobierno, de enterrar el pacto antiterrorista, de arrinconar la Ley de Partidos, de sentarse en una mesa de partidos y de infectar el pueblo español con la patraña de que eran patriotas los partidarios de su paz y renegados los contrarios. Al decir que no había indicios del rearme, el Gobierno demostró su bajo discernimiento para dirigir y estimar la realidad y la amenaza. Iba ufano, animado por el nimbo de zalameros de esta gran farsa, dóciles a propalar la consistencia del simulacro de la tregua.
El delirio delictivo de la banda exige la contestación coherente y decidida, como indica la engañifa decepcionante y aleccionadora de hoy y de 1989 y 1998. Es objetivo primordial la eliminación de ETA, sin condiciones ni distingos, con los instrumentos policiales y judiciales del Estado de Derecho; su única posibilidad está en la renuncia al crimen. Es preciso el impulso de la Ley de Partidos y del Pacto de Estado por las Libertades, la vuelta al denostado consenso con la oposición, la unidad de los partidos políticos y la colaboración internacional, como pide de forma aplastante la sociedad. La política de compromiso ha estallado, el llamado proceso está muerto, el fracaso político del Ejecutivo es patente. Por dignidad nacional, el Presidente ha de cerrar la puerta y dimitir.
Cicerón
Voto en Blanco
Sabíamos que la tregua era falsa; la banda no se sometió, se estaba rearmando; la ruptura planeaba sobre la cerviz, todos los indicios señalaban el olor del chantaje a profesionales y empresarios, la descarada y dañina destrucción callejera, la insolente intimidación a las fuerzas políticas. Eran evidencias, no sospechas; en la comparecencia televisiva, Zapatero debió terminantemente suspender la negociación. Ni el infausto atentado aquieta su nocivo orgullo ni le insta a cierta cordura; en su asfixiante altivez se aferra con ansia zozobrante al madero de su política de pacificación, en que muchos antes han fracasado; y miope inabordable no rectifica ni ve que, con la furia asesina no hay nivel equivalente de lenguaje ni posible negociación. Sólo cabe la entrega de las armas. Con su política de autista obnubilado, ha perdido la baza y el envite ante los que vieron su ocasión de sentar al Estado y pactar en son de igualdad,
La bomba es la palabra de diálogo de la furiosa banda. Zapatero creía que esos dialogaban. Se lo jugó todo y se la jugaron; el humo nauseabundo de la Terminal es la clara respuesta de su obvio desprecio por el falso proceso; quiso superar a Suárez y a Felipe y la calurosa humareda le quemó las alas, se desplomó su vuelo; la gloria soñada lo puso en manos del hampa criminal que ya no finge ni lo oculta. Es el desmentido al discurso trasmitido a la opinión pública española alentando las expectativas de una paz inexistente e impensada por los etarras, obtusamente cerrados y negados a cualquier clase de argumentación que no sea doblar la cerviz y pagar el tributo de admitir su nacionalismo independentista; para ellos, este atentado pertenece a lo que entienden por «proceso político». La confusión inmoral entre terror y política es absolutamente natural para los terroristas, lo mismo que la tregua, como afirman, es un recurso de su «lucha armada»; no es una banda arredrada por las secuelas del 11-M ni fascinada por la ‘coyuntura histórica’ que ofrece un Gobierno decidido a entrar al trapo de la opción particular de los electores vascos. Sólo, los crédulos y los estultos creían que los etarras habían desechado su demente locura y entrado en la condición humana por vías políticas de legitimidad concordante, proveniente del habla y el coloquio.
De este proceso de negociación, resultan unas obligaciones políticas por las serias lesiones que han traído, con el silencio y beneplácito de su partido, determinadas acciones del Gobierno, de enterrar el pacto antiterrorista, de arrinconar la Ley de Partidos, de sentarse en una mesa de partidos y de infectar el pueblo español con la patraña de que eran patriotas los partidarios de su paz y renegados los contrarios. Al decir que no había indicios del rearme, el Gobierno demostró su bajo discernimiento para dirigir y estimar la realidad y la amenaza. Iba ufano, animado por el nimbo de zalameros de esta gran farsa, dóciles a propalar la consistencia del simulacro de la tregua.
El delirio delictivo de la banda exige la contestación coherente y decidida, como indica la engañifa decepcionante y aleccionadora de hoy y de 1989 y 1998. Es objetivo primordial la eliminación de ETA, sin condiciones ni distingos, con los instrumentos policiales y judiciales del Estado de Derecho; su única posibilidad está en la renuncia al crimen. Es preciso el impulso de la Ley de Partidos y del Pacto de Estado por las Libertades, la vuelta al denostado consenso con la oposición, la unidad de los partidos políticos y la colaboración internacional, como pide de forma aplastante la sociedad. La política de compromiso ha estallado, el llamado proceso está muerto, el fracaso político del Ejecutivo es patente. Por dignidad nacional, el Presidente ha de cerrar la puerta y dimitir.
Cicerón
Voto en Blanco
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