Es regocijante y alentador, que, tras largas luchas, terribles atentados y muertes y tan graves sufrimientos, se pueda hoy hablar de la paz en Irlanda, que la aterida y aterrada paloma haya por fin encontrado el quicio de la ventada norirlandesa para posar su leve vuelo.
Londres devuelve la autonomía a la región. Tony Blair, al cumplir su gran aspiración política de ver, en su mandato, la pacificación definitiva del Ulster, decía que «Irlanda del Norte disfruta de una oportunidad única para escapar de las pesadas cadenas de la historia. La gente pensaba que no había solución, pero, al final lo conseguimos. Esto es una lección para otros conflictos… Lo principal es perseverar, no cejar, nunca aceptar que la gente desea la violencia, sino darles una oportunidad de vivir en paz». Se ha logrado el imposible de contemplar al beligerante reverendo y al jefe del IRA, que, despojándose de sus iras, se inclinan por la concordia y el compromiso hacia el próspero bien común. El Rey Don Juan Carlos ha señalado de modo informal, que el acuerdo alcanzado en Irlanda del Norte por católicos y unionistas ha permitido la formación de Gobierno y que este tipo de procesos son largos, pero que hay que intentarlo.
Los temores norirlandeses se entrecruzan en vilo con la esperanza de que los vientos del sosiego no levanten nuevas tormentas históricas. Obsérvese, primero fue el desarme del IRA, vinieron, en marzo, las elecciones y, por fin, la formación del Gobierno Autónomo. El llamado proceso, el camino a la normalidad ha alcanzado el peldaño de la comprensión consensuada. ¡Velen los hados benignos y todos los dioses de la conciencia, para que el éxito no se derrumbe, que las esperanzas tengan un máximo reinado y que las destronadas disputas de los bandos permanezcan sepultadas. Hoy, en la nebulosa Irlanda, brilla la primavera azul de un sol acariciante. Cuarenta años de agresión facciosa y lacras sectarias no se apagan de golpe, aún el miedo contenido y preventivo vuela y se respira por las veredas y calles rozando a católicos y protestantes, que quieren vivir y exhalar la brisa verdiblanca de su existir en unidad. Así, con moderación, lo expresó, en su investidura, el reverendo Paisley: «Desde las profundidades de mi corazón, puedo decir hoy, que la paz ha llegado a Irlanda del Norte y que el odio dejará de regir nuestros destinos». Después, el republicano ex terrorista, McGuinness, segundo del nuevo Ejecutivo, prometiendo trabajar por la unificación, dijo: «Sabemos que la carretera estará repleta de baches, pero al menos es la carretera que hemos elegido y cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría de la gente».
Si estas noticias halagüeñas, entre tantas que a diario quiebran el alma, sirven para mover las conciencias y arrastrar con su ejemplo a muchos empecinados en imponer las armas y el terror, debemos destacarlas; ya lo dice el clásico: “Verba volant, exempla trahunt” –las palabras vuelan, los ejemplos arrastran-, su impulso y su fuerza interna van calando y horadando la dureza. Esperemos que la piedra se ablande y llegue el día de la luz.
Camilo Valverde Mudarra
Londres devuelve la autonomía a la región. Tony Blair, al cumplir su gran aspiración política de ver, en su mandato, la pacificación definitiva del Ulster, decía que «Irlanda del Norte disfruta de una oportunidad única para escapar de las pesadas cadenas de la historia. La gente pensaba que no había solución, pero, al final lo conseguimos. Esto es una lección para otros conflictos… Lo principal es perseverar, no cejar, nunca aceptar que la gente desea la violencia, sino darles una oportunidad de vivir en paz». Se ha logrado el imposible de contemplar al beligerante reverendo y al jefe del IRA, que, despojándose de sus iras, se inclinan por la concordia y el compromiso hacia el próspero bien común. El Rey Don Juan Carlos ha señalado de modo informal, que el acuerdo alcanzado en Irlanda del Norte por católicos y unionistas ha permitido la formación de Gobierno y que este tipo de procesos son largos, pero que hay que intentarlo.
Los temores norirlandeses se entrecruzan en vilo con la esperanza de que los vientos del sosiego no levanten nuevas tormentas históricas. Obsérvese, primero fue el desarme del IRA, vinieron, en marzo, las elecciones y, por fin, la formación del Gobierno Autónomo. El llamado proceso, el camino a la normalidad ha alcanzado el peldaño de la comprensión consensuada. ¡Velen los hados benignos y todos los dioses de la conciencia, para que el éxito no se derrumbe, que las esperanzas tengan un máximo reinado y que las destronadas disputas de los bandos permanezcan sepultadas. Hoy, en la nebulosa Irlanda, brilla la primavera azul de un sol acariciante. Cuarenta años de agresión facciosa y lacras sectarias no se apagan de golpe, aún el miedo contenido y preventivo vuela y se respira por las veredas y calles rozando a católicos y protestantes, que quieren vivir y exhalar la brisa verdiblanca de su existir en unidad. Así, con moderación, lo expresó, en su investidura, el reverendo Paisley: «Desde las profundidades de mi corazón, puedo decir hoy, que la paz ha llegado a Irlanda del Norte y que el odio dejará de regir nuestros destinos». Después, el republicano ex terrorista, McGuinness, segundo del nuevo Ejecutivo, prometiendo trabajar por la unificación, dijo: «Sabemos que la carretera estará repleta de baches, pero al menos es la carretera que hemos elegido y cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría de la gente».
Si estas noticias halagüeñas, entre tantas que a diario quiebran el alma, sirven para mover las conciencias y arrastrar con su ejemplo a muchos empecinados en imponer las armas y el terror, debemos destacarlas; ya lo dice el clásico: “Verba volant, exempla trahunt” –las palabras vuelan, los ejemplos arrastran-, su impulso y su fuerza interna van calando y horadando la dureza. Esperemos que la piedra se ablande y llegue el día de la luz.
Camilo Valverde Mudarra