Muchos españoles demócratas, preocupados ante el profundo deterioro de la política y la vida pública en España, dudan si es mejor votar en blanco o abstenerse para castigar en las próximas elecciones del 20 de noviembre a los políticos que han destrozado España. Elegir entre el Voto en Blanco y la Abstención es todo un dilema para los demócratas y la gente decente de España, que quiere castigar a los partidos gobernantes y a la castas política.
Ambas opciones son democráticamente aceptables, como también es comprensible que muchos españoles quieran vengarse del actual gobierno socialista, encabezado por Zapatero y Rubalcaba, principal responsable de la ruina de España, votando a sus adversarios de la derecha, dirigida por Mariano Rajoy. Sin embargo, ese voto de la venganza, gracias al cual se sustituye en un partido por otro similar, no beneficia a la democracia porque alimenta la partitocracia actual.
Sin embargo, existen notables diferencias entre el Voto en Blanco y la Abstención, que conviene a analizar con detalle y justicia, antes de decidir qué hacer en la jornada electoral del 20 de noviembre.
Los defensores de la Abstención afirman que votar en blanco representa acudir a las urnas y aceptar el sistema. Dicen que la Abstención es una protesta más radical, que indica claramente el rechazo a un sistema prostituido. Sin embargo, ese sistema está habituado a soportar la abstención sin que jamás ocurra nada. En Polonia, hace pocos días, eligieron un nuevo gobierno con una abstención abrumadora, superior al 50 por ciento, pero los políticos no se sintieron afectados por la enorme ausencia de ciudadanos y atribuyeron la abstención a la desidia cívica, la indiferencia política y a la incultura ciudadana, que hace que muchos prefieran permanecer en sus casas o irse al campo antes que ejercer su derecho al voto. En España, no hace mucho, los catalanes aprobaron su nuevo Estatuto, un documento posteriormente tachado de anticonstitucional, en medio de una oleada inmensa de abstenciones, hasta el punto de que esa ley fundamental solo fue aprobada por un tercio del electorado. Y, sin embargo, no ocurrió nada. Los políticos nacionalistas catalanes, en complicidad con Zapatero, tuvieron la suficiente desfachatez y sentido antidemocrático para dar por buena esa exigua e insuficiente aprobación ciudadana a una ley destinada a cambiar profundamente las reglas del juego en Cataluña y las relaciones de esa región con el resto de España.
La Historia Universal está plagada de ejemplos que demuestran cómo la abstención resultó triunfadora en múltiples elecciones, sin que esa victoria del abstencionismo fuera reconocida o tuviera efecto alguno sobre los arrogantes y muchas veces indecentes y antidemocráticos políticos.
El Voto en Blanco también representa una protesta electoral profunda porque el votante, sin renunciar a su derecho al sufragio, una conquista histórica de la libertad que ha costado esfuerzo y sangre, emite un voto de castigo explícito, que no puede interpretarse como indiferencia o desidia porque quien lo emite se ha molestado en acudir ante la urna y en depositar allí su protesta. El fallecido Premio Nobel José Saramago escribió una novela (Ensayo sobre la lucidez) en la que defiende la idea de que el voto en blanco masivo hace temblar al sistema.
Los detractores del Voto en Blanco dicen que, al acudir a las urnas, se admite de algún modo el sistema y se colabora con él, pero los defensores argumentan que depositar ese voto de protesta no significa aceptar o asumir el sistema, sino criticarlo directamente y rechazarlo, aprovechando ese único minuto de poder que el podrido sistema otorga al ciudadano, que sólo puede ejercerlo en el momento en que deposita su papeleta en la urna para, posteriormente, perder de nuevo todo el protagonismo que le corresponde, usurpado por los partidos y sus políticos profesionales.
La fuerza del voto en blanco es que cada voto es un rechazo auténtico y directo, mientras que en las abstenciones se mezclan demasiadas cosas: los demócratas de verdad que quieren castigar al sistema, los indiferentes, los apolíticos, los vagos y los desinteresados por la política y la cosa pública.
Doce millones de abstenciones en la España del 20 de noviembre no representaría peligro alguno para la degradada clase política española, que no dudaría en sentirse legitimada por los votos recibidos, tras desacreditar la abstención como irresponsable y practicada por indiferentes´y haraganes, pero diez millones de votos en blanco constituirían una masa de protesta insoportable para el sistema, una condena explícita y frontal a la injusticia, a la corrupción, a la ineficacia y al mal gobierno que ha convertido la España del presente en una cloaca.
El sistema, que ha aprendido a neutralizar la abstención con argumentos que, aunque falsos, son creíbles, no sabe cómo defenderse de una oleada de votos en blanco y teme tanto ese tipo de protesta que ha intentado desacreditarla con falsas leyendas como la que dice que el voto en blanco beneficia al partido ganador.
Hay millones de españoles que ya han decidido protestar contra los políticos el 20 de noviembre y que deberían reflexionar sobre la mejor forma de lograr que su protesta tenga peso e influencia. Hay muchos demócratas de buena voluntad que defienden la abstención, entre los que figuran los seguidores de García Trevijano, encuadrados en su Movimiento Ciudadano por la República Constitucional, cuya valiosa y bien fundada abstención activa quedará, lamentablemente, diluida entre otras muchas abstenciones y desvirtuada por la poderosa e inmoral propaganda del sistema, que la atribuirá a la indiferencia inculta del pueblo o, como mucho, al malestar provocado por la crisis.
Ambas opciones son democráticamente aceptables, como también es comprensible que muchos españoles quieran vengarse del actual gobierno socialista, encabezado por Zapatero y Rubalcaba, principal responsable de la ruina de España, votando a sus adversarios de la derecha, dirigida por Mariano Rajoy. Sin embargo, ese voto de la venganza, gracias al cual se sustituye en un partido por otro similar, no beneficia a la democracia porque alimenta la partitocracia actual.
Sin embargo, existen notables diferencias entre el Voto en Blanco y la Abstención, que conviene a analizar con detalle y justicia, antes de decidir qué hacer en la jornada electoral del 20 de noviembre.
Los defensores de la Abstención afirman que votar en blanco representa acudir a las urnas y aceptar el sistema. Dicen que la Abstención es una protesta más radical, que indica claramente el rechazo a un sistema prostituido. Sin embargo, ese sistema está habituado a soportar la abstención sin que jamás ocurra nada. En Polonia, hace pocos días, eligieron un nuevo gobierno con una abstención abrumadora, superior al 50 por ciento, pero los políticos no se sintieron afectados por la enorme ausencia de ciudadanos y atribuyeron la abstención a la desidia cívica, la indiferencia política y a la incultura ciudadana, que hace que muchos prefieran permanecer en sus casas o irse al campo antes que ejercer su derecho al voto. En España, no hace mucho, los catalanes aprobaron su nuevo Estatuto, un documento posteriormente tachado de anticonstitucional, en medio de una oleada inmensa de abstenciones, hasta el punto de que esa ley fundamental solo fue aprobada por un tercio del electorado. Y, sin embargo, no ocurrió nada. Los políticos nacionalistas catalanes, en complicidad con Zapatero, tuvieron la suficiente desfachatez y sentido antidemocrático para dar por buena esa exigua e insuficiente aprobación ciudadana a una ley destinada a cambiar profundamente las reglas del juego en Cataluña y las relaciones de esa región con el resto de España.
La Historia Universal está plagada de ejemplos que demuestran cómo la abstención resultó triunfadora en múltiples elecciones, sin que esa victoria del abstencionismo fuera reconocida o tuviera efecto alguno sobre los arrogantes y muchas veces indecentes y antidemocráticos políticos.
El Voto en Blanco también representa una protesta electoral profunda porque el votante, sin renunciar a su derecho al sufragio, una conquista histórica de la libertad que ha costado esfuerzo y sangre, emite un voto de castigo explícito, que no puede interpretarse como indiferencia o desidia porque quien lo emite se ha molestado en acudir ante la urna y en depositar allí su protesta. El fallecido Premio Nobel José Saramago escribió una novela (Ensayo sobre la lucidez) en la que defiende la idea de que el voto en blanco masivo hace temblar al sistema.
Los detractores del Voto en Blanco dicen que, al acudir a las urnas, se admite de algún modo el sistema y se colabora con él, pero los defensores argumentan que depositar ese voto de protesta no significa aceptar o asumir el sistema, sino criticarlo directamente y rechazarlo, aprovechando ese único minuto de poder que el podrido sistema otorga al ciudadano, que sólo puede ejercerlo en el momento en que deposita su papeleta en la urna para, posteriormente, perder de nuevo todo el protagonismo que le corresponde, usurpado por los partidos y sus políticos profesionales.
La fuerza del voto en blanco es que cada voto es un rechazo auténtico y directo, mientras que en las abstenciones se mezclan demasiadas cosas: los demócratas de verdad que quieren castigar al sistema, los indiferentes, los apolíticos, los vagos y los desinteresados por la política y la cosa pública.
Doce millones de abstenciones en la España del 20 de noviembre no representaría peligro alguno para la degradada clase política española, que no dudaría en sentirse legitimada por los votos recibidos, tras desacreditar la abstención como irresponsable y practicada por indiferentes´y haraganes, pero diez millones de votos en blanco constituirían una masa de protesta insoportable para el sistema, una condena explícita y frontal a la injusticia, a la corrupción, a la ineficacia y al mal gobierno que ha convertido la España del presente en una cloaca.
El sistema, que ha aprendido a neutralizar la abstención con argumentos que, aunque falsos, son creíbles, no sabe cómo defenderse de una oleada de votos en blanco y teme tanto ese tipo de protesta que ha intentado desacreditarla con falsas leyendas como la que dice que el voto en blanco beneficia al partido ganador.
Hay millones de españoles que ya han decidido protestar contra los políticos el 20 de noviembre y que deberían reflexionar sobre la mejor forma de lograr que su protesta tenga peso e influencia. Hay muchos demócratas de buena voluntad que defienden la abstención, entre los que figuran los seguidores de García Trevijano, encuadrados en su Movimiento Ciudadano por la República Constitucional, cuya valiosa y bien fundada abstención activa quedará, lamentablemente, diluida entre otras muchas abstenciones y desvirtuada por la poderosa e inmoral propaganda del sistema, que la atribuirá a la indiferencia inculta del pueblo o, como mucho, al malestar provocado por la crisis.
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