Nicolás Sarkozy, en su primera visita a Rusia como presidente de Francia, no ha sido tan cobarde y pragmático como la mayoría de los líderes occidentales. Él se ha atrevido a exigir al autócrata Vladimir Putin "respeto a la democracia y a la libertad de prensa", todo un ejemplo para otros dirigentes occidentales, en teoría demócratas, que aplican a rajatabla la "realpolitik" y guardan un silencio vergonzoso ante alguien como Putin, que se burla de la democracia y de los derechos fundamentales de sus ciudadanos.
Uno de los últimos en visitar Moscú en silencio fue el español Rodríguez Zapatero.
Ante un auditorio de estudiantes de la Universidad Politécnica Bauman de Moscú y tras advertir que «Francia no desea dar lecciones a nadie», Sarkozy, subrayando las evidentes carencias del ordenamiento ruso, dijo: «Cada uno de los poderes en mi país debe rendir cuentas a la sociedad, nadie puede quedar al margen de la ley». «Un país en donde la Justicia no es independiente no es un país libre», añadió. En un intento por convencer a los asistentes al acto, Sarkozy afirmó rotundo: "hay que respetar la democracia, la libertad de prensa y las inversiones extranjeras".
«Soy amigo de Estados Unidos», aseguró de repente el primer mandatario galo. Hubo una pausa y un pronunciado silencio antes de que los jóvenes empezaran a reírse. Sarkozy reanudó su discurso diciendo: «Sí, soy amigo, pero no vasallo», palabras que arrancaron fuertes aplausos.
El presidente francés recibió a representantes de la organización rusa defensora de los derechos humanos «Memorial», de quienes escuchó duras críticas contra la actual política de Putin, sobre todo en relación con la oposición, la prensa y los civiles en Chechenia.
Ya en la rueda de prensa posterior a las conversaciones en el Kremlin, Sarkozy admitió haber hablado con Putin «con franqueza» sobre el problema de los derechos humanos. «Él me respondió con la misma franqueza, ya que consideramos que la amistad consiste en decirse el uno al otro las cosas claras».
Muchos españoles se sentirán avergonzados al comparar los contenidos de las visitas a Moscú de Sarkozy y de Zapatero. El primero supo defender con dignidad los principios de la verdadera democracia en el difícil territorio ruso, mientras que el español guardó un silencio cobarde y, como hacen otros muchos, se limitó a medir el éxito de su visita por los contratos y contactos comerciales obtenidos.
Occidente siempre ha preferido la injusticia al desorden y ha supeditado la ética a los negocios. Los ejemplos de esa traición a la ética democrática forman una lista demasiado larga en la que se destacan el apoyo occidental al apartheid y al régimen asesino de los jmers rojos de Camboya y el silencio ante los crímenes de China y Rusia. En general, los políticos occidentales han sido cobardes e indignos con Rusia, el país que, junto con China, ha cometido más asesinatos de Estado, decenas de millones de seres humanos masacrados por los gobiernos del Kremlin y de Pekín. Alemania tuvo su Nüremberg, pero China y Rusia, que superaron en crímenes a Adolf Hítler, jamás tuvieron un juicio o una condena a escala internacional. Es más, gran parte de la izquierda occidental se niega a condenar abiertamente a los dos mayores asesinos de la Historia: Mao y Stalin, y sigue adorando como iconos a máquinas de matar como Ernesto "Che" Guevara, o a represores inclementes como Fidel Castro.
Basta leer el libro "La deshonra rusa", de la periodista Anna Politkovskaya (RBA Libros, Barcelona 2004), asesinada en Moscú, para hacerse una idea de los horrores que Occidente está dispuesto a tolerar a Putin ¿Alguien ha preguntado a Putin qué gases empleo en el teatro secuestrado por los terroristas chechenos o por qué atacó con tanques y lanzallamas la escuela llena de niños, tomada por los terroristas? ¿Alguien le ha condenado públicamente por los horrendos crímenes del Ejercito Ruso en Chechenia o por el sospechoso exterminio de sus adversarios políticos?
Es probable que la cobarde tolerancia de Occidente para con Putin sea ya un error irreparable del que las teóricas democracias europeas tendrán que arrepentirse un día no muy lejano.
Ojalá el ejemplo del francés Sarkozy haga reflexionar a los cobardes y pusilánimes.
Uno de los últimos en visitar Moscú en silencio fue el español Rodríguez Zapatero.
Ante un auditorio de estudiantes de la Universidad Politécnica Bauman de Moscú y tras advertir que «Francia no desea dar lecciones a nadie», Sarkozy, subrayando las evidentes carencias del ordenamiento ruso, dijo: «Cada uno de los poderes en mi país debe rendir cuentas a la sociedad, nadie puede quedar al margen de la ley». «Un país en donde la Justicia no es independiente no es un país libre», añadió. En un intento por convencer a los asistentes al acto, Sarkozy afirmó rotundo: "hay que respetar la democracia, la libertad de prensa y las inversiones extranjeras".
«Soy amigo de Estados Unidos», aseguró de repente el primer mandatario galo. Hubo una pausa y un pronunciado silencio antes de que los jóvenes empezaran a reírse. Sarkozy reanudó su discurso diciendo: «Sí, soy amigo, pero no vasallo», palabras que arrancaron fuertes aplausos.
El presidente francés recibió a representantes de la organización rusa defensora de los derechos humanos «Memorial», de quienes escuchó duras críticas contra la actual política de Putin, sobre todo en relación con la oposición, la prensa y los civiles en Chechenia.
Ya en la rueda de prensa posterior a las conversaciones en el Kremlin, Sarkozy admitió haber hablado con Putin «con franqueza» sobre el problema de los derechos humanos. «Él me respondió con la misma franqueza, ya que consideramos que la amistad consiste en decirse el uno al otro las cosas claras».
Muchos españoles se sentirán avergonzados al comparar los contenidos de las visitas a Moscú de Sarkozy y de Zapatero. El primero supo defender con dignidad los principios de la verdadera democracia en el difícil territorio ruso, mientras que el español guardó un silencio cobarde y, como hacen otros muchos, se limitó a medir el éxito de su visita por los contratos y contactos comerciales obtenidos.
Occidente siempre ha preferido la injusticia al desorden y ha supeditado la ética a los negocios. Los ejemplos de esa traición a la ética democrática forman una lista demasiado larga en la que se destacan el apoyo occidental al apartheid y al régimen asesino de los jmers rojos de Camboya y el silencio ante los crímenes de China y Rusia. En general, los políticos occidentales han sido cobardes e indignos con Rusia, el país que, junto con China, ha cometido más asesinatos de Estado, decenas de millones de seres humanos masacrados por los gobiernos del Kremlin y de Pekín. Alemania tuvo su Nüremberg, pero China y Rusia, que superaron en crímenes a Adolf Hítler, jamás tuvieron un juicio o una condena a escala internacional. Es más, gran parte de la izquierda occidental se niega a condenar abiertamente a los dos mayores asesinos de la Historia: Mao y Stalin, y sigue adorando como iconos a máquinas de matar como Ernesto "Che" Guevara, o a represores inclementes como Fidel Castro.
Basta leer el libro "La deshonra rusa", de la periodista Anna Politkovskaya (RBA Libros, Barcelona 2004), asesinada en Moscú, para hacerse una idea de los horrores que Occidente está dispuesto a tolerar a Putin ¿Alguien ha preguntado a Putin qué gases empleo en el teatro secuestrado por los terroristas chechenos o por qué atacó con tanques y lanzallamas la escuela llena de niños, tomada por los terroristas? ¿Alguien le ha condenado públicamente por los horrendos crímenes del Ejercito Ruso en Chechenia o por el sospechoso exterminio de sus adversarios políticos?
Es probable que la cobarde tolerancia de Occidente para con Putin sea ya un error irreparable del que las teóricas democracias europeas tendrán que arrepentirse un día no muy lejano.
Ojalá el ejemplo del francés Sarkozy haga reflexionar a los cobardes y pusilánimes.
Comentarios: