El año 44 antes de Cristo, Julio César fue asesinado en el Senado de Roma. Su pecado: había acumulado demasiado poder
El CIS de Tezanos coloca al PP delante del PSOE por primera vez este verano y Sánchez, asustado, realiza una purga y se dispone a tomar medidas drásticas en su partido, donde muchos están achicharrados ante la opinión pública, empezando por él mismo.
Sánchez convoca un comité federal el sábado y hará cambios en el PSOE tras la salida de Lastra. Todos los cambios serán inútiles si no van precedidos de la renuncia del propio Sánchez, que es el peor lastre de España y el gran culpable del hundimiento electoral de la izquierda.
La purga que Sánchez prepara será inútil y sólo precipitará la llegada de la derrota, como si practicara una sangría a un moribundo.
Sánchez es un desagradecido que también traiciona a sus más cercanos colaboradores. Sánchez culmina con Lastra la purga de los 8 'sherpas' que le ayudaron a escalar la Moncloa.
El reguero de cadáveres que Sánchez ha dejado en la cuneta le pasan factura y le están convirtiendo en un ser torvo, oscuro, histérico y aterrorizado ante la pérdida del poder y la orgía de cielo en la que vive.
A pesar de sus nervios y del más que evidente deterioro de su imagen y de su gobierno, Sánchez se niega a admitir, como buen tirano, que el principal problema es él y que nadie es más rechazado en España que el número uno.
Los excesos terminan siempre pagándose y el sanchismo no ha sido otra cosa que un constante exceso de poder, abuso de autoridad y prostitución de la democracia.
La sociedad española quiere un cambio y ese deseo de cambio se manifiesta también dentro del socialismo, donde muchos abominan del sanchismo y de sus alianzas con la escoria de la nación y de su orgía de poder con los partidos más totalitarios, corruptos y llenos de odio a España.
La Historia demuestra que todos los tiranos realizan purgas cuando se sienten débiles o perciben el rechazo del pueblo. Esa misma Historia demuestra que las purgas suelen ser inútiles porque no cambian lo esencial, que es el mismo tirano.
La dimisión, seguramente forzada, de Adriana Lastra, número "dos" del sanchismo, completa la caída de los ocho socialistas que más ayudaron a Sánchez a instalarse en la Moncloa. El César se ha convertido en un monstruo que devora a sus amigos y colaboradores.
Sánchez ha acabado con el poder colectivo dentro del PSOE y ha neutralizado el poder de sus principales órganos, convirtiendo al partido en un instrumento del César. Ferraz ha perdido gran parte de su poder, hasta el punto de que el partido se dirige ahora desde la Moncloa.
El más quemado de los dirigentes socialistas es Sánchez, al que todos temen y todos empiezan a rechazar, por ahora en silencio y envueltos en cobardía. Los barones socialistas que gobiernan autonomías reconocen en conversaciones privadas su temor a que el pueblo les condene en las urnas para golpear al impopular y odiado Pedro Sánchez.
Pero el tirano tiene tanto poder que es inamovible dentro de un partido castrado y desarmado de ideas, proyectos y estructuras democráticas. En el actual PSOE no hay más poder que el de Sánchez y los cuchillos socialistas, ante el más que evidente próximo desastre electoral, empiezan a alzarse contra el César.
Francisco Rubiales
Sánchez convoca un comité federal el sábado y hará cambios en el PSOE tras la salida de Lastra. Todos los cambios serán inútiles si no van precedidos de la renuncia del propio Sánchez, que es el peor lastre de España y el gran culpable del hundimiento electoral de la izquierda.
La purga que Sánchez prepara será inútil y sólo precipitará la llegada de la derrota, como si practicara una sangría a un moribundo.
Sánchez es un desagradecido que también traiciona a sus más cercanos colaboradores. Sánchez culmina con Lastra la purga de los 8 'sherpas' que le ayudaron a escalar la Moncloa.
El reguero de cadáveres que Sánchez ha dejado en la cuneta le pasan factura y le están convirtiendo en un ser torvo, oscuro, histérico y aterrorizado ante la pérdida del poder y la orgía de cielo en la que vive.
A pesar de sus nervios y del más que evidente deterioro de su imagen y de su gobierno, Sánchez se niega a admitir, como buen tirano, que el principal problema es él y que nadie es más rechazado en España que el número uno.
Los excesos terminan siempre pagándose y el sanchismo no ha sido otra cosa que un constante exceso de poder, abuso de autoridad y prostitución de la democracia.
La sociedad española quiere un cambio y ese deseo de cambio se manifiesta también dentro del socialismo, donde muchos abominan del sanchismo y de sus alianzas con la escoria de la nación y de su orgía de poder con los partidos más totalitarios, corruptos y llenos de odio a España.
La Historia demuestra que todos los tiranos realizan purgas cuando se sienten débiles o perciben el rechazo del pueblo. Esa misma Historia demuestra que las purgas suelen ser inútiles porque no cambian lo esencial, que es el mismo tirano.
La dimisión, seguramente forzada, de Adriana Lastra, número "dos" del sanchismo, completa la caída de los ocho socialistas que más ayudaron a Sánchez a instalarse en la Moncloa. El César se ha convertido en un monstruo que devora a sus amigos y colaboradores.
Sánchez ha acabado con el poder colectivo dentro del PSOE y ha neutralizado el poder de sus principales órganos, convirtiendo al partido en un instrumento del César. Ferraz ha perdido gran parte de su poder, hasta el punto de que el partido se dirige ahora desde la Moncloa.
El más quemado de los dirigentes socialistas es Sánchez, al que todos temen y todos empiezan a rechazar, por ahora en silencio y envueltos en cobardía. Los barones socialistas que gobiernan autonomías reconocen en conversaciones privadas su temor a que el pueblo les condene en las urnas para golpear al impopular y odiado Pedro Sánchez.
Pero el tirano tiene tanto poder que es inamovible dentro de un partido castrado y desarmado de ideas, proyectos y estructuras democráticas. En el actual PSOE no hay más poder que el de Sánchez y los cuchillos socialistas, ante el más que evidente próximo desastre electoral, empiezan a alzarse contra el César.
Francisco Rubiales
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