Miren los rostros, la expresión corporal y la imagen que proyectan
Sánchez oculta sus intenciones e incumple el mandato democrático de la claridad, la transparencia y la información al ciudadano, que tiene todo el derecho del mundo a conocer a los candidatos y sus ideas e intenciones antes de emitir su voto. El derecho a informar solo cede ante el derecho a ser informado, un derecho que Pedro Sánchez burló anoche a 48 millones de españoles.
Cuando le dijeron que Estados Unidos estudia sancionar a España porque el gobierno de Sánchez está ayudando al tirano venezolano Nicolás Maduro, Sánchez escurrió de nuevo el bulto y se negó a hablar de un asunto tan importante. Lógicamente, todos pensamos que la acusación yanky es cierta.
Su mejor arma, la sonrisa, no sabe utilizarla cuando debate en igualdad. Su expresión su vuelve tensa, crispada, y hasta ciertos atisbos de odio asoman por su mirada opaca.
Es posible que Pedro Sánchez gane las próximas elecciones por la red clientelar enorme que ha tejido su partido, donde hay millones de votos cautivos y comprados, o por sus promesas, que nadie sabe si cumplirá o no porque hay precedentes de que miente en asuntos de vital importancia, como cuando prometió que después de ganar la moción de censura convocaría inmediatamente elecciones, algo que no hizo, pero no deberá su victoria, el 10 de noviembre, a su pobre actuación en el debate, donde proyectó una imagen inquietante, poco acorde con la democracia, crispada y torpe.
Desde la reflexión y la distancia, uno descubre que lo importante no es quien ha ganado el debate, sino quien lo ha perdido y, sobre todo, la imagen que se proyecta. Los medios de la derecha dan por ganador a Abascal y a Casado, pero los de la izquierda creen que los ganadores son Sánchez e Iglesias. Sin embargo, si preguntásemos quien fue el más inquietante y falso, Sánchez ganaría por goleada.
Lo esencial es que después del debate los votantes saben que votar a Sánchez equivale a votar también a Quim Torra, a Otegri y a Junqueras.
Técnicamente, el mejor fue Pablo Iglesias, que exhibió una buena capacidad dialéctica, aunque sus tesis y propuestas no convencen. Rivera fue el más nervioso e inestable. Pablo Casado empezó débil y terminó mejor, cumpliendo a medias con su misión de acorralar y poner a Sánchez contra la cuerdas. Abascal fue el mejor estratega porque dijo lo que tenía que decir y se escapó de esos rifirrafes maleducados de los que todos salen trasquilados porque proyectan ante los electores su verdadera imagen de mediocres, arrogantes, mentirosos y cargados con armamento falso y trucado.
Para mi, las conclusiones principales fueron: Pedro Sánchez no es fiable y es un peligro para España; los socialistas proyectan reeditar el sucio y antidemocrático pacto con los golpistas, pro terroristas y desleales, una verdad que ocultan violando así el derecho de los ciudadanos a conocer la verdad; la subida de impuestos que proyecta Sánchez es una locura que empujará a España hacia lo que los socialistas saben hacer mejor: el desempleo y la pobreza.
Otras conclusiones fueron que Albert es un mediocre con buena facha y facilidad de palabra, al que le falta consistencia, kilómetros y calma, mientras que Pablo Iglesias sabe actuar en televisión, pero las tesis que defiende, comunistas, son del periodo Jurásico y caen mal en dos terceras partes del electorado.
La figura de Abascal merece un análisis especial: dijo lo que tenía que decir, que es lo que piensan más de la mitad de los españoles, casi siempre verdades valientes que los demás ocultan, lo que le proporciona ante el electorado solvencia y firmeza en una España necesitada de hombres y mujeres fuertes. Pero le faltó contundencia y agilidad y tiene que entrenar mejor su actuación en debates de televisión. Tenía que haber reaccionado con brío cuando el truculento Pedro Sánchez le llamaba, de manera reiterada, "ultraderecha", sencillamente porque no lo es y porque era, entre todos los presentes, el menos manchado por la corrupción y el abuso de poder y el más respetuoso con el orden público y la Constitución. Cien veces más ultras que Abascal son las juventudes radicales y a veces violentas que votan a Sánchez y a Pablo Iglesias, precisamente los dos que acosan a VOX con la falsa acusación de ser la extrema derecha en España. Mil veces más ultra que Abascal es Pedro Sánchez cuando permite que la Constitución sea violada en Cataluña, cuando manipula la Justicia y cuando oculta la verdad al pueblo y, en secreto, sigue proyectando un pacto escondido y vergonzoso con los desleales e indeseables para conquistar de nuevo la Moncloa.
Francisco Rubiales
Cuando le dijeron que Estados Unidos estudia sancionar a España porque el gobierno de Sánchez está ayudando al tirano venezolano Nicolás Maduro, Sánchez escurrió de nuevo el bulto y se negó a hablar de un asunto tan importante. Lógicamente, todos pensamos que la acusación yanky es cierta.
Su mejor arma, la sonrisa, no sabe utilizarla cuando debate en igualdad. Su expresión su vuelve tensa, crispada, y hasta ciertos atisbos de odio asoman por su mirada opaca.
Es posible que Pedro Sánchez gane las próximas elecciones por la red clientelar enorme que ha tejido su partido, donde hay millones de votos cautivos y comprados, o por sus promesas, que nadie sabe si cumplirá o no porque hay precedentes de que miente en asuntos de vital importancia, como cuando prometió que después de ganar la moción de censura convocaría inmediatamente elecciones, algo que no hizo, pero no deberá su victoria, el 10 de noviembre, a su pobre actuación en el debate, donde proyectó una imagen inquietante, poco acorde con la democracia, crispada y torpe.
Desde la reflexión y la distancia, uno descubre que lo importante no es quien ha ganado el debate, sino quien lo ha perdido y, sobre todo, la imagen que se proyecta. Los medios de la derecha dan por ganador a Abascal y a Casado, pero los de la izquierda creen que los ganadores son Sánchez e Iglesias. Sin embargo, si preguntásemos quien fue el más inquietante y falso, Sánchez ganaría por goleada.
Lo esencial es que después del debate los votantes saben que votar a Sánchez equivale a votar también a Quim Torra, a Otegri y a Junqueras.
Técnicamente, el mejor fue Pablo Iglesias, que exhibió una buena capacidad dialéctica, aunque sus tesis y propuestas no convencen. Rivera fue el más nervioso e inestable. Pablo Casado empezó débil y terminó mejor, cumpliendo a medias con su misión de acorralar y poner a Sánchez contra la cuerdas. Abascal fue el mejor estratega porque dijo lo que tenía que decir y se escapó de esos rifirrafes maleducados de los que todos salen trasquilados porque proyectan ante los electores su verdadera imagen de mediocres, arrogantes, mentirosos y cargados con armamento falso y trucado.
Para mi, las conclusiones principales fueron: Pedro Sánchez no es fiable y es un peligro para España; los socialistas proyectan reeditar el sucio y antidemocrático pacto con los golpistas, pro terroristas y desleales, una verdad que ocultan violando así el derecho de los ciudadanos a conocer la verdad; la subida de impuestos que proyecta Sánchez es una locura que empujará a España hacia lo que los socialistas saben hacer mejor: el desempleo y la pobreza.
Otras conclusiones fueron que Albert es un mediocre con buena facha y facilidad de palabra, al que le falta consistencia, kilómetros y calma, mientras que Pablo Iglesias sabe actuar en televisión, pero las tesis que defiende, comunistas, son del periodo Jurásico y caen mal en dos terceras partes del electorado.
La figura de Abascal merece un análisis especial: dijo lo que tenía que decir, que es lo que piensan más de la mitad de los españoles, casi siempre verdades valientes que los demás ocultan, lo que le proporciona ante el electorado solvencia y firmeza en una España necesitada de hombres y mujeres fuertes. Pero le faltó contundencia y agilidad y tiene que entrenar mejor su actuación en debates de televisión. Tenía que haber reaccionado con brío cuando el truculento Pedro Sánchez le llamaba, de manera reiterada, "ultraderecha", sencillamente porque no lo es y porque era, entre todos los presentes, el menos manchado por la corrupción y el abuso de poder y el más respetuoso con el orden público y la Constitución. Cien veces más ultras que Abascal son las juventudes radicales y a veces violentas que votan a Sánchez y a Pablo Iglesias, precisamente los dos que acosan a VOX con la falsa acusación de ser la extrema derecha en España. Mil veces más ultra que Abascal es Pedro Sánchez cuando permite que la Constitución sea violada en Cataluña, cuando manipula la Justicia y cuando oculta la verdad al pueblo y, en secreto, sigue proyectando un pacto escondido y vergonzoso con los desleales e indeseables para conquistar de nuevo la Moncloa.
Francisco Rubiales
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