El confuso y criticado Pedro Sánchez, cuyos verdaderos sentimientos ningún español conoce, ha traspasado otra línea roja condecorando a gente que ni es ejemplar ni merece premio alguno
Si Sánchez condecora a Pablo Iglesias lo hace, sin duda, en contra de la voluntad de la inmensa mayoría de los españoles. Esas condecoraciones son una prueba clara de opresión y de desprecio a la voluntad popular y el bien común. Nunca se habría atrevido a someter esa decisión al criterio del pueblo, pero si lo hubiera hecho habría obtenido más de un 70 por ciento de rechazo.
Pero en España es costumbre de la clase política sátrapa gobernar contra la voluntad popular, imponiendo decisiones y costumbres que el pueblo abomina, pero que los políticos mantienen porque quieren, demoliendo la esencia de la soberanía popular y de la democracia. El rechazo mayoritario seria la respuesta del pueblo, si fuera consultado, sobre asuntos como la financiación de los partidos políticos con dinero procedente de los impuestos, el cobro de impuestos abusivos y confiscatorios, la protección de las leyes a los okupas, auténticos ladrones de viviendas amparados por la izquierda, o el escaso castigo que la justicia aplica a los corruptos y ladrones, a los que ni siquiera se les obliga a devolver el botín.
Nada le importa a Sánchez ni a la clase política española en pleno la indignación del pueblo ante la condecoración de un Pablo Iglesias que se ha comportado como verdugo de España y de un Ábalos que ya ha sido suspendido por el pueblo en moralidad y ejemplaridad.
Sin embargo, locuras insensatas e injustas como esta se cometieron antes y no son patrimonio de la izquierda corrompida. Quizás fuera peor lo que hizo Rajoy cuando presidía el gobierno, que condecoró a Zapatero, autentico verdugo de España, poco después de llegar a la Moncloa, sorprendiendo e indignando a los millones de españoles que le dieron una poderosa mayoría absoluta precisamente para que borrara las sucias huellas del "zapaterismo" en aquella España maltratada.
Los hechos son los siguientes: El Consejo de Ministros aprobó 23 reales decretos para conceder la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III a otros tantos ex ministros de gobiernos encabezados por el PSOE y el PP. Entre ellos figuran los que han ido abandonando por distintas razones el Gobierno de Pedro Sánchez, pero también otros siete ex ministros de Mariano Rajoy a los que se la negó Soraya Sáenz de Santamaría: José Manuel García-Margallo, Alberto Ruiz-Gallardón, Pedro Morenés, José Ignacio Wert, José Manuel Soria, Luis de Guindos y Alfonso Alonso. Todos los que no la recibieron en su día, salvo el ex ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, el único que no tiene aún este reconocimiento.
En la lista están ex ministros tan controvertidos y poco ejemplares como Máximo Huerta, que tuvo que dimitir por irregularidades fiscales; el de Transportes, José Luis Ábalos, fuente de escándalos y acusado de organizar orgías de sexo durante su etapa de ministro, la actual Fiscal General del Estado y ex ministra de Justicia, Dolores Delgado, rechazada por cientos de fiscales por su parcialidad y arbitrariedad y la arrogante y controvertida ex titular de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá.
Es cierto que es costumbre condecorar a los ex ministros, pero no es menos cierto que se trata de una costumbre inmunda e indecente. Este país, si quiere renacer, regenerarse y volver a ser decente, necesita aprender a distinguir entre los buenos de los malos, entre los que realmente han trabajado por España y los que se han comportado como sátrapas sin ética.
Muchas cosas tienen que cambiar en la sucia España de los políticos si queremos resurgir y recuperar la dignidad que los sátrapas corruptos nos han arrebatado. El principal cambio tiene que ser, sin duda, dejar de premiar a los malvados y rufianes y de castigar a los mejores españoles, como se ha hecho tantas veces a lo largo de nuestra Historia.
Francisco Rubiales
Pero en España es costumbre de la clase política sátrapa gobernar contra la voluntad popular, imponiendo decisiones y costumbres que el pueblo abomina, pero que los políticos mantienen porque quieren, demoliendo la esencia de la soberanía popular y de la democracia. El rechazo mayoritario seria la respuesta del pueblo, si fuera consultado, sobre asuntos como la financiación de los partidos políticos con dinero procedente de los impuestos, el cobro de impuestos abusivos y confiscatorios, la protección de las leyes a los okupas, auténticos ladrones de viviendas amparados por la izquierda, o el escaso castigo que la justicia aplica a los corruptos y ladrones, a los que ni siquiera se les obliga a devolver el botín.
Nada le importa a Sánchez ni a la clase política española en pleno la indignación del pueblo ante la condecoración de un Pablo Iglesias que se ha comportado como verdugo de España y de un Ábalos que ya ha sido suspendido por el pueblo en moralidad y ejemplaridad.
Sin embargo, locuras insensatas e injustas como esta se cometieron antes y no son patrimonio de la izquierda corrompida. Quizás fuera peor lo que hizo Rajoy cuando presidía el gobierno, que condecoró a Zapatero, autentico verdugo de España, poco después de llegar a la Moncloa, sorprendiendo e indignando a los millones de españoles que le dieron una poderosa mayoría absoluta precisamente para que borrara las sucias huellas del "zapaterismo" en aquella España maltratada.
Los hechos son los siguientes: El Consejo de Ministros aprobó 23 reales decretos para conceder la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III a otros tantos ex ministros de gobiernos encabezados por el PSOE y el PP. Entre ellos figuran los que han ido abandonando por distintas razones el Gobierno de Pedro Sánchez, pero también otros siete ex ministros de Mariano Rajoy a los que se la negó Soraya Sáenz de Santamaría: José Manuel García-Margallo, Alberto Ruiz-Gallardón, Pedro Morenés, José Ignacio Wert, José Manuel Soria, Luis de Guindos y Alfonso Alonso. Todos los que no la recibieron en su día, salvo el ex ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, el único que no tiene aún este reconocimiento.
En la lista están ex ministros tan controvertidos y poco ejemplares como Máximo Huerta, que tuvo que dimitir por irregularidades fiscales; el de Transportes, José Luis Ábalos, fuente de escándalos y acusado de organizar orgías de sexo durante su etapa de ministro, la actual Fiscal General del Estado y ex ministra de Justicia, Dolores Delgado, rechazada por cientos de fiscales por su parcialidad y arbitrariedad y la arrogante y controvertida ex titular de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá.
Es cierto que es costumbre condecorar a los ex ministros, pero no es menos cierto que se trata de una costumbre inmunda e indecente. Este país, si quiere renacer, regenerarse y volver a ser decente, necesita aprender a distinguir entre los buenos de los malos, entre los que realmente han trabajado por España y los que se han comportado como sátrapas sin ética.
Muchas cosas tienen que cambiar en la sucia España de los políticos si queremos resurgir y recuperar la dignidad que los sátrapas corruptos nos han arrebatado. El principal cambio tiene que ser, sin duda, dejar de premiar a los malvados y rufianes y de castigar a los mejores españoles, como se ha hecho tantas veces a lo largo de nuestra Historia.
Francisco Rubiales
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