Hoy se ve con claridad que el coronavirus introdujo una marcha más en el proceso de degeneración democrática que venía padeciendo Occidente.
Los políticos comprobaron que el miedo paraliza a los pueblos y mata su rebeldía, que los ciudadanos, cuando sienten miedo, soportan todo, que el concepto de libertad que el pueblo posee es débil y que las epidemias, catástrofes y guerras benefician siempre a los que mandan y esclavizan a los que tienen que obedecer.
Algunos llegan al poder por su habilidad para la mentira y la traición; otros, degeneran al sentarse en el trono. En los inicios suelen mostrar furia partidista, un odio que apaga el razonamiento y la moderación, divide a la población en buenos y malos y genera caos. De este modo, se van abriendo las puertas de las instituciones al tirano. crece en ellos el “populismo fraudulento”, el que no ofrece educación, sino resentimiento; el que no busca dar solución a la pobreza, sino servirse de los pobres.
El tirano es narcisista. Necesita estar siempre presente. Odia la ley porque considera que el bien común es de perdedores. Sabe aprovecharse como nadie de una crisis porque carece de escrúpulos y es capaz hasta de matar para seguir en la cumbre.
Su éxito siempre es fruto de un fracaso colectivo. Por ello, una pregunta clave es cómo puede una sociedad aceptar el engaño de manera consciente, aupando a un descarado manipulador o a un derrochador sin escrúpulos. ¿Quién se atrevería a ayudar a un personaje tan perverso? Pues no suelen faltar voluntarios y en países como España se demuestra cada día con millones de insensatos apoyando a Pedro Sánchez, prototipo del tirano moderno degenerado y enfermo.
El tirano se beneficia de que el pueblo se resiste a admitir que alguien pueda ser tan malvado y tiende a perdonarle sus abusos y arbitrariedades.
La fotografía del tirano es espeluznante: una vez en el palacio, el tirano no se siente satisfecho. Se siente inseguro y se obsesiona con la lealtad. Sabe que no tiene amigos de verdad. Se impacienta y demuestra ser un incompetente en la gestión. Sabe que obtuvo el poder con mentiras y traiciones, pero nada de eso le sirve para el buen gobierno. Cuando un gobernante autocrático, paranoico y narcisista se pone a deliberar con un servidor público, siempre le pide lealtad y esgrime que el Estado está en peligro.
Cuando el pueblo descubre que el tirano no tiene un proyecto para la nación y que sólo quería el poder por el poder, ya es demasiado tarde porque el tirano se ha dotado de una armadura de hierro y ha corrompido las entrañas del mismo Estado, despreciando la verdad, corrompiendo y exigiendo a todos sus colaboradores, ya tiranizados y esclavizados, obediencia inmediata.
El COVID fue una terrible experiencia para los españoles, no sólo porque las vacunas dejaron secuelas nocivas en la salud, sino porque el confinamiento y la borrachera autoritaria convirtieron al Estado, dominado por un desquiciado narcisista como Sánchez, en el gran enemigo del pueblo y de la nación.
Francisco Rubiales
Los políticos comprobaron que el miedo paraliza a los pueblos y mata su rebeldía, que los ciudadanos, cuando sienten miedo, soportan todo, que el concepto de libertad que el pueblo posee es débil y que las epidemias, catástrofes y guerras benefician siempre a los que mandan y esclavizan a los que tienen que obedecer.
Algunos llegan al poder por su habilidad para la mentira y la traición; otros, degeneran al sentarse en el trono. En los inicios suelen mostrar furia partidista, un odio que apaga el razonamiento y la moderación, divide a la población en buenos y malos y genera caos. De este modo, se van abriendo las puertas de las instituciones al tirano. crece en ellos el “populismo fraudulento”, el que no ofrece educación, sino resentimiento; el que no busca dar solución a la pobreza, sino servirse de los pobres.
El tirano es narcisista. Necesita estar siempre presente. Odia la ley porque considera que el bien común es de perdedores. Sabe aprovecharse como nadie de una crisis porque carece de escrúpulos y es capaz hasta de matar para seguir en la cumbre.
Su éxito siempre es fruto de un fracaso colectivo. Por ello, una pregunta clave es cómo puede una sociedad aceptar el engaño de manera consciente, aupando a un descarado manipulador o a un derrochador sin escrúpulos. ¿Quién se atrevería a ayudar a un personaje tan perverso? Pues no suelen faltar voluntarios y en países como España se demuestra cada día con millones de insensatos apoyando a Pedro Sánchez, prototipo del tirano moderno degenerado y enfermo.
El tirano se beneficia de que el pueblo se resiste a admitir que alguien pueda ser tan malvado y tiende a perdonarle sus abusos y arbitrariedades.
La fotografía del tirano es espeluznante: una vez en el palacio, el tirano no se siente satisfecho. Se siente inseguro y se obsesiona con la lealtad. Sabe que no tiene amigos de verdad. Se impacienta y demuestra ser un incompetente en la gestión. Sabe que obtuvo el poder con mentiras y traiciones, pero nada de eso le sirve para el buen gobierno. Cuando un gobernante autocrático, paranoico y narcisista se pone a deliberar con un servidor público, siempre le pide lealtad y esgrime que el Estado está en peligro.
Cuando el pueblo descubre que el tirano no tiene un proyecto para la nación y que sólo quería el poder por el poder, ya es demasiado tarde porque el tirano se ha dotado de una armadura de hierro y ha corrompido las entrañas del mismo Estado, despreciando la verdad, corrompiendo y exigiendo a todos sus colaboradores, ya tiranizados y esclavizados, obediencia inmediata.
El COVID fue una terrible experiencia para los españoles, no sólo porque las vacunas dejaron secuelas nocivas en la salud, sino porque el confinamiento y la borrachera autoritaria convirtieron al Estado, dominado por un desquiciado narcisista como Sánchez, en el gran enemigo del pueblo y de la nación.
Francisco Rubiales
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