El presidente del Gobierno llegaba al Ayuntamiento de Alicante para reunirse con su compañero de partido y alcalde de la ciudad, Luis Barcala, y allí le esperaba una concentración de pensionistas que le dedicaron una sonora pitada. Esta situación no gustó a la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, que comentó a un compañero del PP: "Dan ganas de hacer un corte de mangas y decir os jodéis". Así se puede oír en un vídeo difundido por Isabel Montaño, periodista de la cadena autonómica 12tv.
Teniendo en cuenta que nadie del PP ha descalificado las palabras de su secretaria de comunicación, a los españoles nos toca jodernos, sobre todo a los demócratas críticos que luchamos por una sociedad más limpia y decente que la que nos están construyendo los políticos, nada nuevo si se tiene en cuenta que desde hace muchas décadas, los políticos y los ciudadanos se están divorciando y avanzan de manera consistente hacia el mutuo rechazo, un drama para cualquier democracia que, en teoría, es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, pero que en España es cada día más un gobierno de los políticos, sin el pueblo y para ellos mismos y sus amigos.
Aunque el mismo lunes, Martínez Castro pidió disculpas por las palabras que, según ella, se "colaron" en el micrófono abierto, el daño está hecho y ha quedado clara la naturaleza perversa de la política española, en la que los ciudadanos son un estorbo para los políticos y los políticos son la peor pesadilla para los ciudadanos. En su disculpa, ella dijo: "Es un comentario jocoso con un amigo dentro de una conversación privada, pero cuando pasa del ámbito privado al público, pues se convierte en unas palabras muy inadecuadas. Muy fina no quedé ".
El grito "os jodéis" de la dirigente del PP podría haberlo pronunciado, con el mismo énfasis y carga de desprecio, cualquier alto cargo socialista, de Podemos o de cualquier otro partido políticos español porque ese desprecio a la ciudadanía que tiene ideas y aspiraciones es, por desgracia, la esencia de la política española.
Considerar a los propios ciudadanos como potenciales enemigos es la gran constante de la política mundial en las últimas décadas. Los políticos se sienten amenazados por los ciudadanos y los ciudadanos empiezan a considerar a los políticos como sus grandes enemigos y como el gran obstáculo que impide la democracia auténtica, la justicia y la regeneración.
Los gobiernos, que han logrado desmantelar la mayoría de los controles, frenos y contrapesos que poseía la democracia para limitar sus poderes, se sienten seguros e impunes rodeados de policías, periodistas sometidos y jueces politizados, pero son incapaces de domesticar por completo a los ciudadanos, muchos de los cuales nos resistimos a someternos al capricho de gente que en lugar de procurar la felicidad de sus ciudadanos y de servirlos, como corresponde en democracia, se sirven de ellos, los expolian y someten sin piedad.
La distancia y la enemistad entre políticos y ciudadanos crece sin parar, hasta el punto de que las policías están siendo rearmadas y acrecentadas en la mayoría de los países, mucho más que los ejércitos, claro síntoma de que el enemigo, para los políticos, está en la propia ciudadanía a la que están obligados a servir en democracia.
Ese terrible divorcio entre el pueblo y sus gobernantes está teniendo graves consecuencias: desconfianza, rechazo mutuo, corporativismo en la clase política, desprestigio de los políticos y de la democracia, degradación del sistema, rebeldía cívica y un odio creciente mutuo que amenaza con convertir la política en un hervidero de odios y disturbios.
Francisco Rubiales
Teniendo en cuenta que nadie del PP ha descalificado las palabras de su secretaria de comunicación, a los españoles nos toca jodernos, sobre todo a los demócratas críticos que luchamos por una sociedad más limpia y decente que la que nos están construyendo los políticos, nada nuevo si se tiene en cuenta que desde hace muchas décadas, los políticos y los ciudadanos se están divorciando y avanzan de manera consistente hacia el mutuo rechazo, un drama para cualquier democracia que, en teoría, es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, pero que en España es cada día más un gobierno de los políticos, sin el pueblo y para ellos mismos y sus amigos.
Aunque el mismo lunes, Martínez Castro pidió disculpas por las palabras que, según ella, se "colaron" en el micrófono abierto, el daño está hecho y ha quedado clara la naturaleza perversa de la política española, en la que los ciudadanos son un estorbo para los políticos y los políticos son la peor pesadilla para los ciudadanos. En su disculpa, ella dijo: "Es un comentario jocoso con un amigo dentro de una conversación privada, pero cuando pasa del ámbito privado al público, pues se convierte en unas palabras muy inadecuadas. Muy fina no quedé ".
El grito "os jodéis" de la dirigente del PP podría haberlo pronunciado, con el mismo énfasis y carga de desprecio, cualquier alto cargo socialista, de Podemos o de cualquier otro partido políticos español porque ese desprecio a la ciudadanía que tiene ideas y aspiraciones es, por desgracia, la esencia de la política española.
Considerar a los propios ciudadanos como potenciales enemigos es la gran constante de la política mundial en las últimas décadas. Los políticos se sienten amenazados por los ciudadanos y los ciudadanos empiezan a considerar a los políticos como sus grandes enemigos y como el gran obstáculo que impide la democracia auténtica, la justicia y la regeneración.
Los gobiernos, que han logrado desmantelar la mayoría de los controles, frenos y contrapesos que poseía la democracia para limitar sus poderes, se sienten seguros e impunes rodeados de policías, periodistas sometidos y jueces politizados, pero son incapaces de domesticar por completo a los ciudadanos, muchos de los cuales nos resistimos a someternos al capricho de gente que en lugar de procurar la felicidad de sus ciudadanos y de servirlos, como corresponde en democracia, se sirven de ellos, los expolian y someten sin piedad.
La distancia y la enemistad entre políticos y ciudadanos crece sin parar, hasta el punto de que las policías están siendo rearmadas y acrecentadas en la mayoría de los países, mucho más que los ejércitos, claro síntoma de que el enemigo, para los políticos, está en la propia ciudadanía a la que están obligados a servir en democracia.
Ese terrible divorcio entre el pueblo y sus gobernantes está teniendo graves consecuencias: desconfianza, rechazo mutuo, corporativismo en la clase política, desprestigio de los políticos y de la democracia, degradación del sistema, rebeldía cívica y un odio creciente mutuo que amenaza con convertir la política en un hervidero de odios y disturbios.
Francisco Rubiales
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