En la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, se acaban de inaugurar unas jornadas sobre la Nueva Derecha (24-28 de octubre), que tienen gran interés. El texto de presentación tiene gran valor y hemos decidido reproducirlo:
¿Se está tomando alguien la molestia de analizar en profundidad la fuerza del contragolpe (neo)conservador en Europa y EEUU? La segunda victoria electoral de George W. Bush dejó perpleja a la izquierda del planeta entero: “¿Cómo es posible que la gente haya votado masivamente a un candidato sostenido clarísimamente por terribles mentiras que han sido desmontadas públicamente (Abu Ghraib, Michael Moore, armas de destrucción masiva, etc.)?”. La respuesta más obtusa: “los americanos son tontos, miedosos, agresivos, no leen, no viajan, no sabrían ni señalar dónde está España en un mapa”. American way of life. Por tanto, nada de lo que inquietarse en Europa (a pesar de Haider, Berlusconi-Fini, Le Pen, etc.). La indignación moral y el desprecio contra los votantes de la derecha populista se comen el espacio de un análisis riguroso sobre la potencia de su imaginario y la decadencia imparable de la izquierda para producir deseo y sentido en los tiempos desconcertantes de la globalización.
Pero cuando “todo lo que era sólido se disuelve en el aire”, la derecha populista se mueve como pez en el agua. Sus máquinas de guerra mediáticas y organizativas manipulan como nadie los símbolos de comunidad en un época sin comunidad, codifican todos los conflictos económicos y sociales entre ricos y pobres como conflictos morales, sintonizan muy bien con los miedos de una “mayoría silenciosa” profundamente ambivalente, instrumentalizan el imaginario de los valores tradicionales y redirigen cínicamente el “resentimiento de clase” de millones de huérfanos de la globalización contra diversos fantasmas (el peligro inmigrante, homosexual, la élite izquierdista, etc.), supuestamente responsables de la desintegración de un mundo idealizado (patria, identidad, comunidad) que se mira con nostalgia. Y en lugar de meditar seriamente cómo es posible que la derecha populista sea para tantas personas humildes defensora de la “gente común”, gran parte de la izquierda suele limitarse al juicio moral (“fascistas, machistas, patrioteros, paletos, homófobos, etc.”). Se dice que “cuando el dedo señala la luna los idiotas miran el dedo”. Pues bien, el dedo (neo)conservador señala problemas reales que afectan a millones de personas (seguridad en las calles, descomposición de las escuelas, barbarización del vínculo social, precariedad de la vida, violencia generalizada, evaporación de toda cultura del respeto, etc.), mientras los idiotas se quedan mirando el dedo (sus propuestas represivas).
¿Se parecen los neoconservadores a los viejos conservadores como De Bonald o De Maistre? ¡En absoluto! Por ejemplo, los neoconservadores tienen un proyecto imperial de gobierno estadounidense del globo y un proyecto de remodelación social encaminado hacia lo que Bush llama ownership society (sociedad de propietarios). Es decir: para ellos no se trata simplemente de “mantener la casa bien ordenada”, sino de dirigir el mundo entero. No se trata tan sólo de conservar la tradición, sino de fundar un nuevo lazo social y de fabricar un nuevo tipo de ciudadano, el individuo propietario desvinculado de cualquier trama social de obligaciones, responsabilidades y cuidados.
Por su lado, desde los años ochenta, Europa ha combinado el fin del ciclo del Estado del Bienestar con una oleada de impugnación cultural y política de la democracia representativa. En esa oleada se han establecido ámbitos de resistencia a la crisis que se expresan en forma de comunitarismo excluyente, de identidades heterófobas, de crítica a la democracia “formal” en nombre del “verdadero” poder del pueblo, de nostalgia de las viejas tutelas sociales y de preservación de espacios de reconocimiento cultural abolidos. Durante veinticinco años, tal protesta ha conseguido consolidarse como propuesta alternativa y como una zona de contaminación política e ideológica con prestigio entre sectores populares de indudable amplitud. Los mismos populismos derechistas que acceden al poder en democracia (Berlusconi-Fini, Haider, etc.) han utilizado recursos de movilización mítica o simbólica de contenido claramente antiparlamentario y de resonancias culturales reticentes ante el sistema de partidos. En cualquier caso, el paisaje europeo del cruce entre estos dos siglos resulta incomprensible sin la atención a un fenómeno que no puede contemplarse como la simple reedición del fascismo clásico ni como una simple radicalización de la derecha tradicional de origen liberal-conservador.
¿Y en España? Por un lado, la derecha “liberal” y su entorno mediático promovieron cualquier desregulación económica que disminuyera (aún más) la autonomía de lo político frente al mercado. Por otro lado, trataron de aprovechar la angustia que produce el vaciamiento de todas las formas de pertenencia tradicionales insistiendo en el discurso nacionalista español. Nacional-liberalismo. En esa carrera de vértigo se está llegando incluso a la impugnación de los mecanismos procedimentales del sistema de partidos. Eso anima a algunos a hablar de “neofranquismo” (fantasmas de guerra civil, etc.). ¿Es un término adecuado para nombrar y describir a Libertad Digital, FAES, etc.? Desde luego, la derecha está manipulando con mucha eficacia el imaginario victimista de las “dos Españas” (1936, el nacionalismo vasco, la crisis de la familia, etc.). Pero, ¿qué hay de “nuevo” en esta derecha (integrada, como en el caso de los neocon, por numerosísimos ex-izquierdistas radicales) para que se venda tanto su “novedad”?
¿Se está tomando alguien la molestia de analizar en profundidad la fuerza del contragolpe (neo)conservador en Europa y EEUU? La segunda victoria electoral de George W. Bush dejó perpleja a la izquierda del planeta entero: “¿Cómo es posible que la gente haya votado masivamente a un candidato sostenido clarísimamente por terribles mentiras que han sido desmontadas públicamente (Abu Ghraib, Michael Moore, armas de destrucción masiva, etc.)?”. La respuesta más obtusa: “los americanos son tontos, miedosos, agresivos, no leen, no viajan, no sabrían ni señalar dónde está España en un mapa”. American way of life. Por tanto, nada de lo que inquietarse en Europa (a pesar de Haider, Berlusconi-Fini, Le Pen, etc.). La indignación moral y el desprecio contra los votantes de la derecha populista se comen el espacio de un análisis riguroso sobre la potencia de su imaginario y la decadencia imparable de la izquierda para producir deseo y sentido en los tiempos desconcertantes de la globalización.
Pero cuando “todo lo que era sólido se disuelve en el aire”, la derecha populista se mueve como pez en el agua. Sus máquinas de guerra mediáticas y organizativas manipulan como nadie los símbolos de comunidad en un época sin comunidad, codifican todos los conflictos económicos y sociales entre ricos y pobres como conflictos morales, sintonizan muy bien con los miedos de una “mayoría silenciosa” profundamente ambivalente, instrumentalizan el imaginario de los valores tradicionales y redirigen cínicamente el “resentimiento de clase” de millones de huérfanos de la globalización contra diversos fantasmas (el peligro inmigrante, homosexual, la élite izquierdista, etc.), supuestamente responsables de la desintegración de un mundo idealizado (patria, identidad, comunidad) que se mira con nostalgia. Y en lugar de meditar seriamente cómo es posible que la derecha populista sea para tantas personas humildes defensora de la “gente común”, gran parte de la izquierda suele limitarse al juicio moral (“fascistas, machistas, patrioteros, paletos, homófobos, etc.”). Se dice que “cuando el dedo señala la luna los idiotas miran el dedo”. Pues bien, el dedo (neo)conservador señala problemas reales que afectan a millones de personas (seguridad en las calles, descomposición de las escuelas, barbarización del vínculo social, precariedad de la vida, violencia generalizada, evaporación de toda cultura del respeto, etc.), mientras los idiotas se quedan mirando el dedo (sus propuestas represivas).
¿Se parecen los neoconservadores a los viejos conservadores como De Bonald o De Maistre? ¡En absoluto! Por ejemplo, los neoconservadores tienen un proyecto imperial de gobierno estadounidense del globo y un proyecto de remodelación social encaminado hacia lo que Bush llama ownership society (sociedad de propietarios). Es decir: para ellos no se trata simplemente de “mantener la casa bien ordenada”, sino de dirigir el mundo entero. No se trata tan sólo de conservar la tradición, sino de fundar un nuevo lazo social y de fabricar un nuevo tipo de ciudadano, el individuo propietario desvinculado de cualquier trama social de obligaciones, responsabilidades y cuidados.
Por su lado, desde los años ochenta, Europa ha combinado el fin del ciclo del Estado del Bienestar con una oleada de impugnación cultural y política de la democracia representativa. En esa oleada se han establecido ámbitos de resistencia a la crisis que se expresan en forma de comunitarismo excluyente, de identidades heterófobas, de crítica a la democracia “formal” en nombre del “verdadero” poder del pueblo, de nostalgia de las viejas tutelas sociales y de preservación de espacios de reconocimiento cultural abolidos. Durante veinticinco años, tal protesta ha conseguido consolidarse como propuesta alternativa y como una zona de contaminación política e ideológica con prestigio entre sectores populares de indudable amplitud. Los mismos populismos derechistas que acceden al poder en democracia (Berlusconi-Fini, Haider, etc.) han utilizado recursos de movilización mítica o simbólica de contenido claramente antiparlamentario y de resonancias culturales reticentes ante el sistema de partidos. En cualquier caso, el paisaje europeo del cruce entre estos dos siglos resulta incomprensible sin la atención a un fenómeno que no puede contemplarse como la simple reedición del fascismo clásico ni como una simple radicalización de la derecha tradicional de origen liberal-conservador.
¿Y en España? Por un lado, la derecha “liberal” y su entorno mediático promovieron cualquier desregulación económica que disminuyera (aún más) la autonomía de lo político frente al mercado. Por otro lado, trataron de aprovechar la angustia que produce el vaciamiento de todas las formas de pertenencia tradicionales insistiendo en el discurso nacionalista español. Nacional-liberalismo. En esa carrera de vértigo se está llegando incluso a la impugnación de los mecanismos procedimentales del sistema de partidos. Eso anima a algunos a hablar de “neofranquismo” (fantasmas de guerra civil, etc.). ¿Es un término adecuado para nombrar y describir a Libertad Digital, FAES, etc.? Desde luego, la derecha está manipulando con mucha eficacia el imaginario victimista de las “dos Españas” (1936, el nacionalismo vasco, la crisis de la familia, etc.). Pero, ¿qué hay de “nuevo” en esta derecha (integrada, como en el caso de los neocon, por numerosísimos ex-izquierdistas radicales) para que se venda tanto su “novedad”?
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