Algo muy malo y dañino debe existir en la política española cuando ha creado en Cataluña un rebelión plagada de fanáticos y una sociedad tan desquiciada y enferma que da miedo. Cataluña, sin duda alguna, es el gran fracaso de la política española y los efectos de ese fracaso, obra de políticos miserables, lo estaremos padeciendo durante todo el siglo XXI.
La verdad es que Cataluña (y también España) se encuentra en una encrucijada terrible porque tanto la victoria de unos como de otros conduce a un mar de problemas.
Lo probable es que el día 21 termine con todos los problemas sobre la mesa, sin ninguna solución aportada por una votación estéril, ya que el drama de Cataluña no se soluciona votando, sino transformando la sociedad catalana y la española en sociedades limpias, democráticas y decentes.
La única solución sería que catalanes y españoles, juntos, empeñáramos nuestro esfuerzo en reformar profundamente la política y el Estado, instaurando una verdadera democracia de ciudadanos y bajo la firme voluntad común de construir un país más justo y decente. Sólo de ese modo, abriendo una cruzada democrática contra los que nos han llevado hasta el borde del abismo y contra políticos que anteponen siempre sus intereses al bien común, el drama tendría solución.
Pero quizás estemos hablando de una utopía inalcanzable, dadas las circunstancias y el alto grado de miseria que infecta la vida política y ciudadana en España, donde el odio impide las ilusiones colectivas y el enfrentamiento y el victimismo cierran las puertas a la reconciliación.
Media Cataluña irá a las urnas cargada de odio y revancha y la otra media lo hará decepcionada, desconfiada y con la esperanza de evitar males mayores. Casi todos depositarán su papeleta con la nariz tapada, conscientes de que ningún partido apuesta por la regeneración, ni por la reconciliación.
Aunque las pasiones estén desatadas y se vote en un ambiente de rencores, odios y revanchas, unos porque el nacionalismo les hace bestias y otros porque han vivido demasiado tiempo aplastados por los independentistas, en realidad ninguno de los contendientes merece el voto.
Francisco Rubiales
La verdad es que Cataluña (y también España) se encuentra en una encrucijada terrible porque tanto la victoria de unos como de otros conduce a un mar de problemas.
Lo probable es que el día 21 termine con todos los problemas sobre la mesa, sin ninguna solución aportada por una votación estéril, ya que el drama de Cataluña no se soluciona votando, sino transformando la sociedad catalana y la española en sociedades limpias, democráticas y decentes.
La única solución sería que catalanes y españoles, juntos, empeñáramos nuestro esfuerzo en reformar profundamente la política y el Estado, instaurando una verdadera democracia de ciudadanos y bajo la firme voluntad común de construir un país más justo y decente. Sólo de ese modo, abriendo una cruzada democrática contra los que nos han llevado hasta el borde del abismo y contra políticos que anteponen siempre sus intereses al bien común, el drama tendría solución.
Pero quizás estemos hablando de una utopía inalcanzable, dadas las circunstancias y el alto grado de miseria que infecta la vida política y ciudadana en España, donde el odio impide las ilusiones colectivas y el enfrentamiento y el victimismo cierran las puertas a la reconciliación.
Media Cataluña irá a las urnas cargada de odio y revancha y la otra media lo hará decepcionada, desconfiada y con la esperanza de evitar males mayores. Casi todos depositarán su papeleta con la nariz tapada, conscientes de que ningún partido apuesta por la regeneración, ni por la reconciliación.
Aunque las pasiones estén desatadas y se vote en un ambiente de rencores, odios y revanchas, unos porque el nacionalismo les hace bestias y otros porque han vivido demasiado tiempo aplastados por los independentistas, en realidad ninguno de los contendientes merece el voto.
Francisco Rubiales
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