Ante la constatación de que somos gobernados por miserables, millones de españoles deberíamos estar en las calles y plazas exigiendo un liderazgo limpio, decente y con capacidad, pero nos limitamos a protestar desde la comodidad del hogar o el puesto de trabajo, a través de las redes sociales y los medios de Internet.
Fascinados por su atractivo y por su inmensa capacidad para intercomunicarnos e informarnos, nadie se atreve a hablar mal de las redes sociales, ni de sus efectos nocivos, entre los que destacan que incrementan la soledad, dificultan las relaciones directas entre humanos y entorpecen el acceso a la verdad porque han abierto de par en par las puertas a la manipulación, las noticias falsas y la confusión, destruyendo las certezas que los seres humanos necesitamos y generando inseguridad masiva.
Pero, probablemente, el mayor daño atribuible a las redes sociales es que operan como fábricas de cobardes al impedir la saludable reacción política del pueblo, lo que fortalece al poder, incluso al tiránico que merece que el pueblo se rebele.
La protesta y la rebelión han sido uno de los grandes motores de la historia y del verdadero progreso. Gracias a esa protesta popular se acabo con el absolutismo, con la esclavitud y con el trabajo esclavo, además de conseguirse los derechos fundamentales y la democracia. Sin esa protesta, seguiríamos doblando la espalda ante el faraón y sometidos a sátrapas todavía más indignos que los que estamos padeciendo, aunque eso parezca imposible.
Las redes sociales narcotizan a la ciudadanía y se convierten en inmensas fabricas de cobardes. Nos levantamos cada día indignados por la corrupción y el abuso de poder que reinan en nuestro entorno y arruinan a nuestros países, pero en lugar de salir a las calles a protestar, como se hacía en el pasado, nos sentamos ante el ordenador o ante el teléfono móvil y lanzamos frases de protesta y condena contra los que abusan del poder y lo utilizan contra el ben común. Nos quedamos satisfechos y con la conciencia limpia ante esa acción de protesta, que no tiene apenas efecto alguno y contra la que los gobiernos y los políticos delincuentes han aprendido a defenderse, cerrando simplemente los ojos y los oídos a un clamor popular que es tan blando e inocuo que permite que los canallas y depredadores sigan cazando.
España es un caso especialmente elocuente de redes sociales narcotizantes y fabricantes de cobardes. En España hay motivos más que suficientes para que diez millones de españoles salgan a las calles y plazas a exigir cambios tan importantes como el fin de la corrupción, castigo para los políticos corruptos, que suelen disfrutar de impunidad, eliminación de brutalidades e injusticias como los desigualdades ante la ley, el sistema autonómico, el endeudamiento sin control del Estado, el despilfarro de los políticos y otras muchas canalladas, pero toda la furia popular, incrementada por la conciencia de que los políticos gobiernan en contra de la voluntad popular y de los deseos y ansias de los ciudadanos, se diluyen en la protesta realizada a través de Watsapp, Twitter, Facebook y una de las mas ricas y agresivas redes de blog de protesta de todo el mundo libre, armas que los políticos, con descaro e indecencia, ni siquiera tienen en cuenta.
Los demócratas tenemos que tomar conciencia de que la protesta en las redes no es suficiente para cambiar la política española, podrida e indecente como pocas, que ha sabido blindarse, con desvergüenza, ante los embates cibernéticos y electrónicos de un pueblo cada día más indignado.
Francisco Rubiales
Fascinados por su atractivo y por su inmensa capacidad para intercomunicarnos e informarnos, nadie se atreve a hablar mal de las redes sociales, ni de sus efectos nocivos, entre los que destacan que incrementan la soledad, dificultan las relaciones directas entre humanos y entorpecen el acceso a la verdad porque han abierto de par en par las puertas a la manipulación, las noticias falsas y la confusión, destruyendo las certezas que los seres humanos necesitamos y generando inseguridad masiva.
Pero, probablemente, el mayor daño atribuible a las redes sociales es que operan como fábricas de cobardes al impedir la saludable reacción política del pueblo, lo que fortalece al poder, incluso al tiránico que merece que el pueblo se rebele.
La protesta y la rebelión han sido uno de los grandes motores de la historia y del verdadero progreso. Gracias a esa protesta popular se acabo con el absolutismo, con la esclavitud y con el trabajo esclavo, además de conseguirse los derechos fundamentales y la democracia. Sin esa protesta, seguiríamos doblando la espalda ante el faraón y sometidos a sátrapas todavía más indignos que los que estamos padeciendo, aunque eso parezca imposible.
Las redes sociales narcotizan a la ciudadanía y se convierten en inmensas fabricas de cobardes. Nos levantamos cada día indignados por la corrupción y el abuso de poder que reinan en nuestro entorno y arruinan a nuestros países, pero en lugar de salir a las calles a protestar, como se hacía en el pasado, nos sentamos ante el ordenador o ante el teléfono móvil y lanzamos frases de protesta y condena contra los que abusan del poder y lo utilizan contra el ben común. Nos quedamos satisfechos y con la conciencia limpia ante esa acción de protesta, que no tiene apenas efecto alguno y contra la que los gobiernos y los políticos delincuentes han aprendido a defenderse, cerrando simplemente los ojos y los oídos a un clamor popular que es tan blando e inocuo que permite que los canallas y depredadores sigan cazando.
España es un caso especialmente elocuente de redes sociales narcotizantes y fabricantes de cobardes. En España hay motivos más que suficientes para que diez millones de españoles salgan a las calles y plazas a exigir cambios tan importantes como el fin de la corrupción, castigo para los políticos corruptos, que suelen disfrutar de impunidad, eliminación de brutalidades e injusticias como los desigualdades ante la ley, el sistema autonómico, el endeudamiento sin control del Estado, el despilfarro de los políticos y otras muchas canalladas, pero toda la furia popular, incrementada por la conciencia de que los políticos gobiernan en contra de la voluntad popular y de los deseos y ansias de los ciudadanos, se diluyen en la protesta realizada a través de Watsapp, Twitter, Facebook y una de las mas ricas y agresivas redes de blog de protesta de todo el mundo libre, armas que los políticos, con descaro e indecencia, ni siquiera tienen en cuenta.
Los demócratas tenemos que tomar conciencia de que la protesta en las redes no es suficiente para cambiar la política española, podrida e indecente como pocas, que ha sabido blindarse, con desvergüenza, ante los embates cibernéticos y electrónicos de un pueblo cada día más indignado.
Francisco Rubiales
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