Una airada desconfianza y un recelo creciente han ido apoderándose,poco a poco, de la población española: desconfianza hacia el futuro, que se ve oscuro, hacia la democracia, que no es capaz de garantizar un gobierno justo, desconfianza hacia los ministros y altos cargos, a los que se les ve torpes y obtusos, desconfianza hacia las afirmaciones y versiones del gobierno y su desgastada propaganda, desconfianza hacia los medios de comunicación, comprados y sometidos al poder, cuyos silencios y mentiras son cada día más escandalosos, y desconfianza hacia la misma política, desprestigiada y llena de problemas y dramas.
El sanchismo, tras unos pocos años en el poder, ya parece anciano y seriamente desgastado. Sus derrotas electorales, la pérdida de numerosos gobiernos regionales y la disidencia creciente dentro del mismo socialismo, ante las insolentes e injustas concesiones de Pedro Sánchez a los catalanes y vascos, sólo para mantenerse en el poder, han hecho del sanchismo un cadáver ambulante que ya huele a féretro.
La democracia no funciona sin confianza de los administrados en sus administradores, pero tampoco funciona, a la larga, sin ilusión. Cuando las ilusiones y esperanzas se pierden, sólo queda la dictadura sucia y ominosa. Y el sanchsmo ya no despierta ilusiones, sino miedos, recelos y dudas.
Muchos miembros de la izquierda, aunque no se atrevan a decirlo, están cansados de contemplar el creciente fracaso de su gobierno, que se manifiesta en muchos acontecimientos y gestos, uno de los cuales es que el presidente se mueve con séquitos aparatosos, de decenas de coches y cientos de guardaespaldas, como si fuera un tirano odiado. Otro es que Pedro Sánchez es abucheado y pitado por las calles y que el presidente ya no se atreve a salir al aire libre.
Miles de militantes socialistas están hartos de ese sanchismo sin empatía que les enfrenta al grueso de la población, que les hace perder amigos, que les equipara con la miseria y la carroña de sus socios terroristas y golpistas, cansados de sentirse acosados y acusados, de no poder sentir orgullo ante las obras del socialismo, sino siempre contumaces defensores del mal gobierno.
Su expulsión por parte del pueblo airado de Valencia fue un desastre humillante que hundió su imagen para siempre. En el futuro, Pedro Sánchez será siempre el líder fracasado al que su pueblo expulsó a escobazos y arrojándole piedras y barro.
El más ostentoso de todos los fracasos del sanchismo es que dentro del propio PSOE las grietas y disidencias son cada día mayores y que muchos personajes de prestigio se han vuelto antisanchista implacables.
Algunos resbalones inmensos han deteriorado mucho al sanchismo en los últimos días. Uno es el fracaso ante el desastre de la DANA. Otro es la concesión a Cataluña de una independencia fiscal que rompe la igualdad y que repugna a millones de españoles, incluso dentro del partido socialista. El otro es la afirmación antidemocrática y obscena de Sánchez cuando dice que gobernará sin el Congreso, a base de decretos y órdenes directas, como un auténtico autócrata tirano, al estilo de Maduro, Putin y los hermanos Castro.
Hasta ahora, Sánchez ha podido eludir los zarpazos de sus fantasmas, pero no podrá escapar de los que le lancen desde su propio partido.
El vampiro huele que apesta y su hedor traspasa las fronteras de España e inunda Europa, donde ya miran a la España del autócrata Sánchez con una mezcla de sorpresa, desprecio y miedo.
Francisco Rubiales
El sanchismo, tras unos pocos años en el poder, ya parece anciano y seriamente desgastado. Sus derrotas electorales, la pérdida de numerosos gobiernos regionales y la disidencia creciente dentro del mismo socialismo, ante las insolentes e injustas concesiones de Pedro Sánchez a los catalanes y vascos, sólo para mantenerse en el poder, han hecho del sanchismo un cadáver ambulante que ya huele a féretro.
La democracia no funciona sin confianza de los administrados en sus administradores, pero tampoco funciona, a la larga, sin ilusión. Cuando las ilusiones y esperanzas se pierden, sólo queda la dictadura sucia y ominosa. Y el sanchsmo ya no despierta ilusiones, sino miedos, recelos y dudas.
Muchos miembros de la izquierda, aunque no se atrevan a decirlo, están cansados de contemplar el creciente fracaso de su gobierno, que se manifiesta en muchos acontecimientos y gestos, uno de los cuales es que el presidente se mueve con séquitos aparatosos, de decenas de coches y cientos de guardaespaldas, como si fuera un tirano odiado. Otro es que Pedro Sánchez es abucheado y pitado por las calles y que el presidente ya no se atreve a salir al aire libre.
Miles de militantes socialistas están hartos de ese sanchismo sin empatía que les enfrenta al grueso de la población, que les hace perder amigos, que les equipara con la miseria y la carroña de sus socios terroristas y golpistas, cansados de sentirse acosados y acusados, de no poder sentir orgullo ante las obras del socialismo, sino siempre contumaces defensores del mal gobierno.
Su expulsión por parte del pueblo airado de Valencia fue un desastre humillante que hundió su imagen para siempre. En el futuro, Pedro Sánchez será siempre el líder fracasado al que su pueblo expulsó a escobazos y arrojándole piedras y barro.
El más ostentoso de todos los fracasos del sanchismo es que dentro del propio PSOE las grietas y disidencias son cada día mayores y que muchos personajes de prestigio se han vuelto antisanchista implacables.
Algunos resbalones inmensos han deteriorado mucho al sanchismo en los últimos días. Uno es el fracaso ante el desastre de la DANA. Otro es la concesión a Cataluña de una independencia fiscal que rompe la igualdad y que repugna a millones de españoles, incluso dentro del partido socialista. El otro es la afirmación antidemocrática y obscena de Sánchez cuando dice que gobernará sin el Congreso, a base de decretos y órdenes directas, como un auténtico autócrata tirano, al estilo de Maduro, Putin y los hermanos Castro.
Hasta ahora, Sánchez ha podido eludir los zarpazos de sus fantasmas, pero no podrá escapar de los que le lancen desde su propio partido.
El vampiro huele que apesta y su hedor traspasa las fronteras de España e inunda Europa, donde ya miran a la España del autócrata Sánchez con una mezcla de sorpresa, desprecio y miedo.
Francisco Rubiales
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