Los españoles, divididos en dos bandos, votaron mayoritariamente por las derechas, pero lo hicieron divididos internamente en tres partidos (PP, Ciudadanos y VOX), sin vigor, sin convicción y sin entusiasmo, permitiendo que las izquierdas del cambio ganaran más escaños, gracias a la Ley de Hont, la fórmula que decide el reparto de los diputados.
Lo lógico, en un país como España, es que la ciudadanía hubiera optado por lo que el país necesita con más urgencia, la regeneración, pero los electores, con buen criterio, no veían esa regeneración por ninguna parte, ni en las izquierdas ni en las derechas, todos incapaces de reconducir su maltrecha ética y enviciados hasta el tuétano con la suciedad y el abuso de poder.
VOX, que en teoría representaba una opción diferente, llegó al 28 de abril sin suficiente empuje y con su prometedor impulso inicial frenado.
En lugar de luchar contra la "casta" y castigarla, los españoles, ante la ausencia de una oferta clara, optaron por dar la victoria a los que prometían un cambio con respecto al podrido mundo de Rajoy. La verdad es que las elecciones eran una trampa decepcionante porque cualquier voto que se emitiera conducía al abismo.
Casado era la continuidad disimulada del Partido Popular de Rajoy y Soraya, incapaz de romper con el pasado y de pedir perdón, la apuesta por un mundo conocido de corrupción y abuso de poder que los tribunales han condenado con fuerza. La idea que las derechas quisieron vender de que votarles a ellos representaba abrir las puertas a un mundo mejor y salvar a España de la destrucción que le amenazaba si Sánchez consiguiera instalarse en la Moncloa con los hijos de la tiranía y del odio como compañeros de viaje, no fue creíble y millones de ciudadanos la relegaron ante las urnas abiertas.
Los que votaron por el abismo con cambio consiguieron finalmente mas escaños y lograron que el peligroso Sánchez llegara a la Moncloa. Asumieron el riesgo de que gobernara acompañado de la parte más tiránica, desleal y miserable del país, pero Sánchez, a pesar de sus riesgos, representaba también abrir las puertas a otra España diferente a la pobre, corrupta, inepta e impotente nación que había construido Rajoy.
Hablando claro: los españoles se guiaron por su instinto primitivo básico y prefirieron el peligro que representaba Sánchez, acompañado de tipejos como Quim Torra, Otegui, Puigdemont y otros enemigos encarnizados, a seguir envueltos en el mundo tibio y turbio de Rajoy, en el que la corrupción lleno la atmósfera de una pestilencia insoportable.
Mariano Rajoy fue el gran derrotado y el culpable del desastre de las derechas porque ni Casado, ni Rivera, ni Abascal lograron borrarlo de la memoria de España, hasta el punto de que millones de españoles acudieron a las urnas creyendo que votando a los socialistas castigaban a Rajoy.
Todo lo demás era farfolla y por eso España votó por un socialismo que tiene rostro de perdedor en el resto del mundo y que está siendo erradicado en toda Europa. España, una vez más, votó lo contrario a lo que habría votado el mundo, quizás porque es "diferente" o tal vez porque es muy selectiva e inteligente ante las urnas.
Los que dicen que al huir de Guatemala, España se ha echado en los brazos de Guatepeor no paran de advertir que haber elegido al peligroso Sánchez ha sido un error garrafal.
Pero eso es parte de la farfolla hipotética y desconocida y habrá que ver como gobierna el viejo socialismo, también marcado por la corrupción y el abuso de poder, antes de discernir si la victoria de Sánchez fue la salvación o el suicidio.
Francisco Rubiales
Lo lógico, en un país como España, es que la ciudadanía hubiera optado por lo que el país necesita con más urgencia, la regeneración, pero los electores, con buen criterio, no veían esa regeneración por ninguna parte, ni en las izquierdas ni en las derechas, todos incapaces de reconducir su maltrecha ética y enviciados hasta el tuétano con la suciedad y el abuso de poder.
VOX, que en teoría representaba una opción diferente, llegó al 28 de abril sin suficiente empuje y con su prometedor impulso inicial frenado.
En lugar de luchar contra la "casta" y castigarla, los españoles, ante la ausencia de una oferta clara, optaron por dar la victoria a los que prometían un cambio con respecto al podrido mundo de Rajoy. La verdad es que las elecciones eran una trampa decepcionante porque cualquier voto que se emitiera conducía al abismo.
Casado era la continuidad disimulada del Partido Popular de Rajoy y Soraya, incapaz de romper con el pasado y de pedir perdón, la apuesta por un mundo conocido de corrupción y abuso de poder que los tribunales han condenado con fuerza. La idea que las derechas quisieron vender de que votarles a ellos representaba abrir las puertas a un mundo mejor y salvar a España de la destrucción que le amenazaba si Sánchez consiguiera instalarse en la Moncloa con los hijos de la tiranía y del odio como compañeros de viaje, no fue creíble y millones de ciudadanos la relegaron ante las urnas abiertas.
Los que votaron por el abismo con cambio consiguieron finalmente mas escaños y lograron que el peligroso Sánchez llegara a la Moncloa. Asumieron el riesgo de que gobernara acompañado de la parte más tiránica, desleal y miserable del país, pero Sánchez, a pesar de sus riesgos, representaba también abrir las puertas a otra España diferente a la pobre, corrupta, inepta e impotente nación que había construido Rajoy.
Hablando claro: los españoles se guiaron por su instinto primitivo básico y prefirieron el peligro que representaba Sánchez, acompañado de tipejos como Quim Torra, Otegui, Puigdemont y otros enemigos encarnizados, a seguir envueltos en el mundo tibio y turbio de Rajoy, en el que la corrupción lleno la atmósfera de una pestilencia insoportable.
Mariano Rajoy fue el gran derrotado y el culpable del desastre de las derechas porque ni Casado, ni Rivera, ni Abascal lograron borrarlo de la memoria de España, hasta el punto de que millones de españoles acudieron a las urnas creyendo que votando a los socialistas castigaban a Rajoy.
Todo lo demás era farfolla y por eso España votó por un socialismo que tiene rostro de perdedor en el resto del mundo y que está siendo erradicado en toda Europa. España, una vez más, votó lo contrario a lo que habría votado el mundo, quizás porque es "diferente" o tal vez porque es muy selectiva e inteligente ante las urnas.
Los que dicen que al huir de Guatemala, España se ha echado en los brazos de Guatepeor no paran de advertir que haber elegido al peligroso Sánchez ha sido un error garrafal.
Pero eso es parte de la farfolla hipotética y desconocida y habrá que ver como gobierna el viejo socialismo, también marcado por la corrupción y el abuso de poder, antes de discernir si la victoria de Sánchez fue la salvación o el suicidio.
Francisco Rubiales
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