Si los padres de la democracia americana, Jefferson, Adams, Washington y otros, se levantaran hoy de sus tumbas y contemplaran la situación en que se encuentra la gran nación que ellos crearon, dividida, enfrentada y víctima de políticos corruptos y miserables, es probable que, aterrorizados ante tanta decadencia y vicio, se arrepintieran de la independencia que impulsaron en el siglo XVIII y prefirieran haber continuado sometidos a la Corona Británica.
La democracia americana deslumbró al mundo durante dos siglos y fue el faro donde miraban los que luchaban por la libertad en todo el mundo. Estados Unidos se convirtió, gracias a la democracia libre, en el país más poderosos del mundo y en el mas envidiado por sus libertades ciudadanas y su prosperidad, impulsada por la libre iniciativa. Con la democracia como bandera. Estados Unidos ganó dos guerras mundiales, derrotó al nazismo y al fascismo y ganó también la Guerra Fría, derrotando al peor monstruo inventado por el ser humano: el comunismo, un sistema experto en fabricar esclavos hambrientos.
Si la democracia americana se corrompiera y cayera en manos de la izquierda liberticida, ¿Quién va a frenar a esos políticos depredadores que andan sueltos por el mundo, empeñados en apoderarse de los Estados y de disfrutar del poder sin controles ni frenos? Tipos como los españoles Sánchez e Iglesias, por ejemplo, perderían el miedo a la ley y al derecho internacional si desapareciera el gendarme de la libertad, papel que Estados Unidos lleva desempeñando desde el siglo XVIII.
Miles de izquierdistas radicales, sodomizadores de sus pueblos, tiemblan de miedo ante el riesgo de que la Justicia americana les sancione por actuaciones totalitarias como la colaboración con el tirano venezolano Maduro o con países tan esclavizadores como Irán. Con la democracia americana apagada, los tiranos del mundo no pararían de brindar con champagne.
Hoy, la democracia está en peligro, atacada por el peor de los virus políticos: un patógeno que genera corrupción, hundimiento ético y la tentación de hacer el Estado todopoderoso y más grande que el individuo, un paso siniestro donde se encuentra el origen de la tiranía y de las mayores desgracias humanas.
El enfrentamiento entre Trump y Biden, por primera vez en la Historia americana, ha sido una pugna agria y a cara de perro entre la derecha y la izquierda, cuando en Estados Unidos esos conceptos, retrógrados y decadentes, parecían erradicados y sustituidos por dos formas diferentes pero compatibles de entender América y el sueño americano, que eran las defendidas por los dos grandes partidos, el Demócrata y el Republicano.
A los del partido Demócrata se les considera ya abiertamente como "izquierda", quizás con razón porque ese partido parece haberse contaminado de intervencionismo, autoritarismo e hipocresía, como les ocurre a las izquierdas en Europa y en el resto del mundo.
La política en Estados Unidos se parece hoy más a Europa que a la América de siempre, aquella tierra acogedora de libertad que fue patria de los que buscaban en el mundo la libertad y la prosperidad a través del esfuerzo, la libre iniciativa y el mérito.
Es triste, pero en los días de la reciente campaña electoral, cuando contemplábamos a Biden veíamos reflejado en su figura la imagen de políticos tan negativos y degradados como Zapatero o Pedro Sánchez. Al ver a Trump veíamos a un maleducado agresivo con inquietantes parecidos a los viejos lideres nazis y fascistas.
Ninguno de los dos candidatos americanos merecía la victoria, aunque el posicionamiento de Trump, al menos en teoría, contiene más decencia y dignidad que el de Biden porque Trump representa la defensa de los viejos valores frente a la agresión del totalitarismo, que adora al Estado opresor y que cada día se identifica más con el repugnante modelo chino, donde los ciudadanos son esclavos y los dirigentes semidioses intocables.
Pero lo importante en la actual contienda electoral americana no son los candidatos, ni el penoso y escandaloso recuento de votos, ni las sospechas de fraude electoral, sino el deterioro profundo de la democracia americana, que era uno de los últimos grandes faros capaces de iluminar la noche del mundo.
Sin un país como Estados Unidos, que, a pesar de sus defectos y su muchas veces cruel belicismo intervencionista, era capaz de ponerse siempre del lado de la libertad, ¿Cómo vamos a resistir los demócratas del mundo la sucia y canalla resurrección del comunismo, que disfrazado de falsa democracia, feminismo, ecologismo, multiculturalismo y otras vestimentas falsas, quiere conquistar el mundo, después de haber sufrido la durísima humillación de ser derrocado por su propio pueblo, al que pretendía salvar, cuando los ciudadanos derribaron a martillazos el Muro de Berlín?
Si la democracia americana se muere, la libertad perecerá con ella porque en el mundo sólo quedarán los ciudadanos, huérfanos y desamparados frente las bestias totalitarias que jamás se sacian de poder y dominio.
Francisco Rubiales
La democracia americana deslumbró al mundo durante dos siglos y fue el faro donde miraban los que luchaban por la libertad en todo el mundo. Estados Unidos se convirtió, gracias a la democracia libre, en el país más poderosos del mundo y en el mas envidiado por sus libertades ciudadanas y su prosperidad, impulsada por la libre iniciativa. Con la democracia como bandera. Estados Unidos ganó dos guerras mundiales, derrotó al nazismo y al fascismo y ganó también la Guerra Fría, derrotando al peor monstruo inventado por el ser humano: el comunismo, un sistema experto en fabricar esclavos hambrientos.
Si la democracia americana se corrompiera y cayera en manos de la izquierda liberticida, ¿Quién va a frenar a esos políticos depredadores que andan sueltos por el mundo, empeñados en apoderarse de los Estados y de disfrutar del poder sin controles ni frenos? Tipos como los españoles Sánchez e Iglesias, por ejemplo, perderían el miedo a la ley y al derecho internacional si desapareciera el gendarme de la libertad, papel que Estados Unidos lleva desempeñando desde el siglo XVIII.
Miles de izquierdistas radicales, sodomizadores de sus pueblos, tiemblan de miedo ante el riesgo de que la Justicia americana les sancione por actuaciones totalitarias como la colaboración con el tirano venezolano Maduro o con países tan esclavizadores como Irán. Con la democracia americana apagada, los tiranos del mundo no pararían de brindar con champagne.
Hoy, la democracia está en peligro, atacada por el peor de los virus políticos: un patógeno que genera corrupción, hundimiento ético y la tentación de hacer el Estado todopoderoso y más grande que el individuo, un paso siniestro donde se encuentra el origen de la tiranía y de las mayores desgracias humanas.
El enfrentamiento entre Trump y Biden, por primera vez en la Historia americana, ha sido una pugna agria y a cara de perro entre la derecha y la izquierda, cuando en Estados Unidos esos conceptos, retrógrados y decadentes, parecían erradicados y sustituidos por dos formas diferentes pero compatibles de entender América y el sueño americano, que eran las defendidas por los dos grandes partidos, el Demócrata y el Republicano.
A los del partido Demócrata se les considera ya abiertamente como "izquierda", quizás con razón porque ese partido parece haberse contaminado de intervencionismo, autoritarismo e hipocresía, como les ocurre a las izquierdas en Europa y en el resto del mundo.
La política en Estados Unidos se parece hoy más a Europa que a la América de siempre, aquella tierra acogedora de libertad que fue patria de los que buscaban en el mundo la libertad y la prosperidad a través del esfuerzo, la libre iniciativa y el mérito.
Es triste, pero en los días de la reciente campaña electoral, cuando contemplábamos a Biden veíamos reflejado en su figura la imagen de políticos tan negativos y degradados como Zapatero o Pedro Sánchez. Al ver a Trump veíamos a un maleducado agresivo con inquietantes parecidos a los viejos lideres nazis y fascistas.
Ninguno de los dos candidatos americanos merecía la victoria, aunque el posicionamiento de Trump, al menos en teoría, contiene más decencia y dignidad que el de Biden porque Trump representa la defensa de los viejos valores frente a la agresión del totalitarismo, que adora al Estado opresor y que cada día se identifica más con el repugnante modelo chino, donde los ciudadanos son esclavos y los dirigentes semidioses intocables.
Pero lo importante en la actual contienda electoral americana no son los candidatos, ni el penoso y escandaloso recuento de votos, ni las sospechas de fraude electoral, sino el deterioro profundo de la democracia americana, que era uno de los últimos grandes faros capaces de iluminar la noche del mundo.
Sin un país como Estados Unidos, que, a pesar de sus defectos y su muchas veces cruel belicismo intervencionista, era capaz de ponerse siempre del lado de la libertad, ¿Cómo vamos a resistir los demócratas del mundo la sucia y canalla resurrección del comunismo, que disfrazado de falsa democracia, feminismo, ecologismo, multiculturalismo y otras vestimentas falsas, quiere conquistar el mundo, después de haber sufrido la durísima humillación de ser derrocado por su propio pueblo, al que pretendía salvar, cuando los ciudadanos derribaron a martillazos el Muro de Berlín?
Si la democracia americana se muere, la libertad perecerá con ella porque en el mundo sólo quedarán los ciudadanos, huérfanos y desamparados frente las bestias totalitarias que jamás se sacian de poder y dominio.
Francisco Rubiales
Comentarios: