Es inaudito que la furia, el odio y el lavado de cerebro induzca a la miserable profanación de tumbas. Unos menores y tres mayores han vejado y pisoteado la tumba de Gregorio Ordóñez, asesinado insidiosamente por la pistola en la nuca, hace doce años. La bondadosa juventud de este concejal sigue airando y suscitando la inquina odiosa trasmitida y alimentada alevosa y perversamente. Esta fiera y extrema violencia es un signo evidente de esa maligna fiebre que corroe la mente, de modo que envenena a los niños, manipula a los adolescentes, siembra el terror y destruye los valores éticos y la moral más simple y humana.
El problema enfermizo, no es la Vasconia tradicional y católica, asentada en su trabajo y normal convivencia, entroncada en Castilla durante siglos, sino el virus nacionalista y la minoría abertzale mentalizada y refractaria, de voceo persistente, que infecta el aire y las venas, por lo que llegan algunos a comprender no ya las reivindicaciones, sino los métodos del terrorismo. La idea de que conseguir el fin del terror se antepone a los medios en uso para alcanzarlo impregna la actitud y el discurso de condescendencia del nacionalismo e incluso de algunos miembros de PSOE con la huelga de hambre del De Juana, para socavar la independencia judicial. Huelga que, sin su algarabía, no tendría más consideración, que lo que es, una anécdota, y excusa perfecta de la masa terrorista.
En buena hora, por fortuna, la rectitud de los jueces no ha caído en la red de las presiones ni en las argucias politiqueras. La ofensiva lanzada contra la Justicia ha de llevar a la meditación y al consenso de los dos partidos mayoritarios, para preservar la vitalidad del Estado de Derecho, que se ve zarandeado, acosado y perseguido por politiquillos sin talla y tribus sin encéfalo; la vigencia del Estado de Derecho y la aplicación del principio de legalidad son marcos intangibles, asideros insustituibles para mantener una saludable sociedad; la ley contiene mandatos que fundamentan la supervivencia de la Nación y del Pueblo, si se conculcan, el fin propuesto se convierte en ilegítimo. El interés y la cuestión principal no está en perorar sobre lo obvio y patente, sino en los medios empleados para obtenerlo ordenada y limpiamente. Nuestros gobernantes y dirigentes han de entablar la unidad y defender con firmeza la persistencia del Estado. Es un clamor popular, lo demanda la mayoría ciudadana, lo pide y exige la cordura y la salud de España.
Cicerón
El problema enfermizo, no es la Vasconia tradicional y católica, asentada en su trabajo y normal convivencia, entroncada en Castilla durante siglos, sino el virus nacionalista y la minoría abertzale mentalizada y refractaria, de voceo persistente, que infecta el aire y las venas, por lo que llegan algunos a comprender no ya las reivindicaciones, sino los métodos del terrorismo. La idea de que conseguir el fin del terror se antepone a los medios en uso para alcanzarlo impregna la actitud y el discurso de condescendencia del nacionalismo e incluso de algunos miembros de PSOE con la huelga de hambre del De Juana, para socavar la independencia judicial. Huelga que, sin su algarabía, no tendría más consideración, que lo que es, una anécdota, y excusa perfecta de la masa terrorista.
En buena hora, por fortuna, la rectitud de los jueces no ha caído en la red de las presiones ni en las argucias politiqueras. La ofensiva lanzada contra la Justicia ha de llevar a la meditación y al consenso de los dos partidos mayoritarios, para preservar la vitalidad del Estado de Derecho, que se ve zarandeado, acosado y perseguido por politiquillos sin talla y tribus sin encéfalo; la vigencia del Estado de Derecho y la aplicación del principio de legalidad son marcos intangibles, asideros insustituibles para mantener una saludable sociedad; la ley contiene mandatos que fundamentan la supervivencia de la Nación y del Pueblo, si se conculcan, el fin propuesto se convierte en ilegítimo. El interés y la cuestión principal no está en perorar sobre lo obvio y patente, sino en los medios empleados para obtenerlo ordenada y limpiamente. Nuestros gobernantes y dirigentes han de entablar la unidad y defender con firmeza la persistencia del Estado. Es un clamor popular, lo demanda la mayoría ciudadana, lo pide y exige la cordura y la salud de España.
Cicerón