El coronavirus nos ha hecho descubrir que vivíamos engañados. Nos decían que disfrutábamos de un sistema sanitario de los mejores del mundo y ahora resulta que es de los peores de Europa, donde ocupa el número 17, según las estadísticas, una sistema que ha exhibido de manera obscena sus carencias y dramas: escasez de profesionales, bajos sueldos, imprevisión, desorganización, escasez de materiales, descoordinación y una especie de dictadura interna de los políticos en los hospitales que ha resultado nefasta y enormemente dañina.
Nuestros hospitales ni siquiera han sido capaces de crear dos circuitos independientes y aislados, uno para el coronavirus y otro para el resto de los enfermos. Entrar en un hospital representa hoy un enorme riesgo de contagio porque todo puede estar mezclado e infectado. En algunos casos, los hospitales españoles han funcionado como centros de infección, peor que en los países más atrasados de África.
Para atender a los infectados por el coronavirus se han retrasado temerariamente miles de operaciones y se ha relegado a pacientes que necesitaban con urgencia atención, lo que se ha traducido en miles de muertes que podían haberse evitado de enfermos de cáncer, de corazón y de otras enfermedades graves.
Algunos médicos indignados denuncian sin éxito que el coronavirus está reflejando la estupidez el sistema sanitario y llenando también los cementerios españoles de muertos que podrían haber salvado la vida, donde las metástasis, los atascos en coronarias, las pancreatitis y otras muchas dolencias matan sin que el sistema sepa combatirlas.
Pero quizás lo importante, más que lamentarse por el fracaso del sistema y las mentiras, torpezas e imprevisiones de una clase política sin valores ni preparación, es urgente reconocer que sea por defectos del sistema o por mala gestión de los políticos, el sistema ha fracasado y no ha sabido hacer frente ni a la crisis del coronavirus ni al acoso de la enfermedad y la muerte.
La solución es una que la clase política es incapaz de proporcionar desde su bajeza y falta de decencia: el sistema debe estar regido y gestionado por la ciencia y el saber, sin interferencias de imbéciles que ocupan puestos de responsabilidad sólo porque sus partidos los designan. España, por culpa de los partidos políticos, es el reino de los idiotas con mando en plaza y así nos va, de fracaso en fracaso: en la medicina, en la economía, en la convivencia y en otros muchos sectores de la vida, muchos de los cuales no han exhibido su bajeza e ineficacia porque no han sido probados en una crisis real.
Si la política, que es la que rige el sistema, es un caos y una vergüenza infectada de corrupción y abuso de poder, ¿Cómo estarán de podridos el Ejercito, la Universidad, la Banca, la investigación, el mundo del derecho, la Justicia, la economía, la industria, el sector de los seguros, las telecomunicaciones, la gran empresa y otros muchos?
España, tras haber comprobado el fracaso de la sanidad, que era exhibida por los miserables políticos como buque insignia del sistema, tiene que auditar su realidad y comprobar desde sectores capaces de evaluar con independencia y precisión, lo que los políticos dan como verdad, supuestos que probablemente sean falsos y estén tan trucados y deteriorados como el famoso sistema sanitario español: ¿Cómo funcionarían las fuerzas armadas en caso de emergencia o guerra? ¿Qué pasaría con los seguros en caso de catástrofe? ¿Funciona la democracia? ¿Cumplen con sus funciones básicas la justicia y el Congreso? ¿Cómo está realmente la banca?
Hay muchos sectores y capítulos en España bajo sospecha y es lícito pensar que si los políticos nos han engañado con la Sanidad también lo hacen con otros sectores vitales.
Lo que es evidente es que si tenemos una clase política de las peores del mundo, todo lo que es responsabilidad de esa clase dirigente será una ciénaga llena de basura y escombros, eso si, envuelta en mentiras y marketing para engañar a los estafados ciudadanos de España.
Francisco Rubiales
Nuestros hospitales ni siquiera han sido capaces de crear dos circuitos independientes y aislados, uno para el coronavirus y otro para el resto de los enfermos. Entrar en un hospital representa hoy un enorme riesgo de contagio porque todo puede estar mezclado e infectado. En algunos casos, los hospitales españoles han funcionado como centros de infección, peor que en los países más atrasados de África.
Para atender a los infectados por el coronavirus se han retrasado temerariamente miles de operaciones y se ha relegado a pacientes que necesitaban con urgencia atención, lo que se ha traducido en miles de muertes que podían haberse evitado de enfermos de cáncer, de corazón y de otras enfermedades graves.
Algunos médicos indignados denuncian sin éxito que el coronavirus está reflejando la estupidez el sistema sanitario y llenando también los cementerios españoles de muertos que podrían haber salvado la vida, donde las metástasis, los atascos en coronarias, las pancreatitis y otras muchas dolencias matan sin que el sistema sepa combatirlas.
Pero quizás lo importante, más que lamentarse por el fracaso del sistema y las mentiras, torpezas e imprevisiones de una clase política sin valores ni preparación, es urgente reconocer que sea por defectos del sistema o por mala gestión de los políticos, el sistema ha fracasado y no ha sabido hacer frente ni a la crisis del coronavirus ni al acoso de la enfermedad y la muerte.
La solución es una que la clase política es incapaz de proporcionar desde su bajeza y falta de decencia: el sistema debe estar regido y gestionado por la ciencia y el saber, sin interferencias de imbéciles que ocupan puestos de responsabilidad sólo porque sus partidos los designan. España, por culpa de los partidos políticos, es el reino de los idiotas con mando en plaza y así nos va, de fracaso en fracaso: en la medicina, en la economía, en la convivencia y en otros muchos sectores de la vida, muchos de los cuales no han exhibido su bajeza e ineficacia porque no han sido probados en una crisis real.
Si la política, que es la que rige el sistema, es un caos y una vergüenza infectada de corrupción y abuso de poder, ¿Cómo estarán de podridos el Ejercito, la Universidad, la Banca, la investigación, el mundo del derecho, la Justicia, la economía, la industria, el sector de los seguros, las telecomunicaciones, la gran empresa y otros muchos?
España, tras haber comprobado el fracaso de la sanidad, que era exhibida por los miserables políticos como buque insignia del sistema, tiene que auditar su realidad y comprobar desde sectores capaces de evaluar con independencia y precisión, lo que los políticos dan como verdad, supuestos que probablemente sean falsos y estén tan trucados y deteriorados como el famoso sistema sanitario español: ¿Cómo funcionarían las fuerzas armadas en caso de emergencia o guerra? ¿Qué pasaría con los seguros en caso de catástrofe? ¿Funciona la democracia? ¿Cumplen con sus funciones básicas la justicia y el Congreso? ¿Cómo está realmente la banca?
Hay muchos sectores y capítulos en España bajo sospecha y es lícito pensar que si los políticos nos han engañado con la Sanidad también lo hacen con otros sectores vitales.
Lo que es evidente es que si tenemos una clase política de las peores del mundo, todo lo que es responsabilidad de esa clase dirigente será una ciénaga llena de basura y escombros, eso si, envuelta en mentiras y marketing para engañar a los estafados ciudadanos de España.
Francisco Rubiales
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