A los países les ha ocurrido como a los humanos, que aquellos que estaban mas enfermos son los que mas daños han sufrido con el coronavirus. Sociedades como la española, plagada de corruptos y sinvergüenzas de izquierda y derecha en el poder y llena de envidia, desunión. odio y corrupción, se han derrumbado y han estado a punto de perecer ante la llegada del patógeno, mientras que otras sociedades bien gobernadas y dotadas de valores y principios, han resistido sin demasiados daños el embate del coronavirus.
España es uno de los países del mundo que más daños ha sufrido con el coronavirus en todas las facetas de la pandemia: infectados, muertos, sanitarios diezmados y hundimiento económico. Era lógico porque el país que hemos permitido que nos construyan nuestros políticos era una pocilga plagada de corrupción, envidia, desunión, insolidaridad, privilegios inmerecidos y océanos de abuso de poder.
El coronavirus es un drama universal, pero no todos los países han tenido que sufrirlo con la dureza que lo han padecido Italia, España, Estados Unidos, Brasil, Gran Bretaña y otros. La pandemia ha demostrado que las sociedades peor gobernadas y menos democráticas son las que más han sufrido el ataque del virus.
España, un país acostumbrado a vivir en la mentira porque el poder las difunde a diario desde sus ministerios y palacios, afirmaba que tenía la mejor sanidad del mundo, pero el ataque del Covid 19 demostró que el sistema sanitario tenía enormes grietas y carencias, provocadas por el mal gobierno: falta de camas en las UCIs, falta de respiradores, inexistencia de trajes de protección para sanitarios, escasez de medicamentos claves, ordenes contradictorias de dirigentes sanitarios politizados y mediocres, condena a muerte de los más ancianos e impedidos, etc.. Como consecuencia de tener en el gobierno a mediocres corrompidos y sin nivel suficiente, España se convirtió en un cementario.
A pesar de ese rotundo fracaso, el gobierno no ha dimitido, ni reconocido culpa alguna y, en opinión de sus estrategas, espera salir reforzado de la matanza y liderando también la difícil reconstrucción de su maltrecha economía, que bajo un liderazgo de tan bajo nivel promete ser una nueva catástrofe.
El mundo ha temblado frente al coronavirus porque estaba débil y era fácil víctima de dos dramas: el deterioro de la democracia y el dominio de los mediocres. Los mediocres se habían apoderado del mundo y, para gobernar sin obstáculos, se encargaron de prostituir y deteriorar la democracia. El pueblo, que les permitió hacerlo, ha tenido que pagar las consecuencias del deterioro con cientos de miles de muertos y millones de infectados.
Desde que los partidos políticos se convirtieron en la espina dorsal de la democracia, los mediocres se hicieron fuertes en esas asociaciones para la conquista del poder y se apoderaron de la política, tras expulsar de ella a los mejores y a los mejor dotados.
El mundo se resistió durante siglos a que los partidos políticos fueran admitidos, pero al final lo lograron, gracias a la filosofía política alemana. En la democracia griega estaban prohibidos, como también en la Roma repúblicana, en la Revolución Francesa y en el nacimiento de los Estados Unidos porque se pensaba, con razón, que los partidos dividirían y antepondrían sus propios intereses al bien común, como ha ocurrido. Pero lo que nadie pensaba es que esos partidos se iban a convertir en un nauseabundo refugio de mediocres, ineptos y miserables, un drama que ha madurado en países como España, donde los daños han sido enormes, incluyendo la masacre provocada por la mala gestión del coronavirus por parte de los mediocres de la izquierda y el nacionalismo español que son los que gobiernan y deciden.
Los partidos políticos eran el contenedor ideal para que un puñado de mediocres unidos por el interés y el deseo de poder y riqueza desplazaran a los mejores de la cúspide del Estado. Con los mediocres al mando, desde que llegaron al poder en el siglo XIX, el mundo sólo ha conocido guerras, desgracias y matanzas. Los comunistas, los nazis, los fascista y miserables tiranos como el rey Leopoldo de Bélgica no eran otra cosa que mediocres con poder, aliados con psicópatas y sembrando el mal, que es su aliado natural. Tan sólo en el siglo XX, que fue el siglo de los mediocres, los estados asesinaron a casi doscientos millones de personas, sin contar los que murieron en las guerras. El campeón del crimen y de la sangre fue el comunismo, que, por su naturaleza, es el culmen de la mediocridad malvada y opresora. Su mejor definición es "Un grupo de mediocres que se unen en un partido para aplastar a cobardes que se dejan avasallar".
Un mundo nuevo se abrirá paso después de la pandemia y no será apto para mediocres y corruptos. No sabemos si ese nuevo mundo logrará imponerse al imperio de la mediocridad reinante, pero, de cualquier modo, el mundo futuro tenderá a valorar más el ser que el tener y será más exigente con sus líderes, a los que vigilará y obligará a ser ejemplares. Las leyes serán, como debieron ser siempre, iguales para todos y consentidas por el pueblo y los que hoy esparcen el virus del odio, la envidia, la división y el privilegio serán erradicados. Será, sin duda, un mundo mejor que el que nos han construido la manada de mediocres corrompidos que se han apoderado del Estado para hacerlo cada vez más grande y tirano.
Francisco Rubiales
España es uno de los países del mundo que más daños ha sufrido con el coronavirus en todas las facetas de la pandemia: infectados, muertos, sanitarios diezmados y hundimiento económico. Era lógico porque el país que hemos permitido que nos construyan nuestros políticos era una pocilga plagada de corrupción, envidia, desunión, insolidaridad, privilegios inmerecidos y océanos de abuso de poder.
El coronavirus es un drama universal, pero no todos los países han tenido que sufrirlo con la dureza que lo han padecido Italia, España, Estados Unidos, Brasil, Gran Bretaña y otros. La pandemia ha demostrado que las sociedades peor gobernadas y menos democráticas son las que más han sufrido el ataque del virus.
España, un país acostumbrado a vivir en la mentira porque el poder las difunde a diario desde sus ministerios y palacios, afirmaba que tenía la mejor sanidad del mundo, pero el ataque del Covid 19 demostró que el sistema sanitario tenía enormes grietas y carencias, provocadas por el mal gobierno: falta de camas en las UCIs, falta de respiradores, inexistencia de trajes de protección para sanitarios, escasez de medicamentos claves, ordenes contradictorias de dirigentes sanitarios politizados y mediocres, condena a muerte de los más ancianos e impedidos, etc.. Como consecuencia de tener en el gobierno a mediocres corrompidos y sin nivel suficiente, España se convirtió en un cementario.
A pesar de ese rotundo fracaso, el gobierno no ha dimitido, ni reconocido culpa alguna y, en opinión de sus estrategas, espera salir reforzado de la matanza y liderando también la difícil reconstrucción de su maltrecha economía, que bajo un liderazgo de tan bajo nivel promete ser una nueva catástrofe.
El mundo ha temblado frente al coronavirus porque estaba débil y era fácil víctima de dos dramas: el deterioro de la democracia y el dominio de los mediocres. Los mediocres se habían apoderado del mundo y, para gobernar sin obstáculos, se encargaron de prostituir y deteriorar la democracia. El pueblo, que les permitió hacerlo, ha tenido que pagar las consecuencias del deterioro con cientos de miles de muertos y millones de infectados.
Desde que los partidos políticos se convirtieron en la espina dorsal de la democracia, los mediocres se hicieron fuertes en esas asociaciones para la conquista del poder y se apoderaron de la política, tras expulsar de ella a los mejores y a los mejor dotados.
El mundo se resistió durante siglos a que los partidos políticos fueran admitidos, pero al final lo lograron, gracias a la filosofía política alemana. En la democracia griega estaban prohibidos, como también en la Roma repúblicana, en la Revolución Francesa y en el nacimiento de los Estados Unidos porque se pensaba, con razón, que los partidos dividirían y antepondrían sus propios intereses al bien común, como ha ocurrido. Pero lo que nadie pensaba es que esos partidos se iban a convertir en un nauseabundo refugio de mediocres, ineptos y miserables, un drama que ha madurado en países como España, donde los daños han sido enormes, incluyendo la masacre provocada por la mala gestión del coronavirus por parte de los mediocres de la izquierda y el nacionalismo español que son los que gobiernan y deciden.
Los partidos políticos eran el contenedor ideal para que un puñado de mediocres unidos por el interés y el deseo de poder y riqueza desplazaran a los mejores de la cúspide del Estado. Con los mediocres al mando, desde que llegaron al poder en el siglo XIX, el mundo sólo ha conocido guerras, desgracias y matanzas. Los comunistas, los nazis, los fascista y miserables tiranos como el rey Leopoldo de Bélgica no eran otra cosa que mediocres con poder, aliados con psicópatas y sembrando el mal, que es su aliado natural. Tan sólo en el siglo XX, que fue el siglo de los mediocres, los estados asesinaron a casi doscientos millones de personas, sin contar los que murieron en las guerras. El campeón del crimen y de la sangre fue el comunismo, que, por su naturaleza, es el culmen de la mediocridad malvada y opresora. Su mejor definición es "Un grupo de mediocres que se unen en un partido para aplastar a cobardes que se dejan avasallar".
Un mundo nuevo se abrirá paso después de la pandemia y no será apto para mediocres y corruptos. No sabemos si ese nuevo mundo logrará imponerse al imperio de la mediocridad reinante, pero, de cualquier modo, el mundo futuro tenderá a valorar más el ser que el tener y será más exigente con sus líderes, a los que vigilará y obligará a ser ejemplares. Las leyes serán, como debieron ser siempre, iguales para todos y consentidas por el pueblo y los que hoy esparcen el virus del odio, la envidia, la división y el privilegio serán erradicados. Será, sin duda, un mundo mejor que el que nos han construido la manada de mediocres corrompidos que se han apoderado del Estado para hacerlo cada vez más grande y tirano.
Francisco Rubiales
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