China ha despertado por fin y, como anticipó Napoleón, el mundo tiembla ante el poder chino. Su mayor éxito es haber sabido fascinar a los grandes poderes ocultos de la Tierra y a multitud de políticos tentados por la tiranía, falsos demócratas instalados en el poder y dispuestos a cambiarlo todo con tal de seguir disfrutando del botín del poder.
El modelo chino consiste en un Estado poderoso e invencible que lo controla todo y que maniata al ciudadano, al que entrega a cambio cierta prosperidad sin libertad. China ha creado para su ciudadanía jaulas doradas, tras haberlos sacado masivamente de la pobreza.
Con la nueva República Popular, fundada en 1949 bajo el liderazgo de Mao, el Gran Timonel, el Partido Comunista devolvió a China la unidad nacional que le permitió superar la larga crisis que arrastraba desde mediados del siglo XIX, transformándola en una potencia temida y respetada en la comunidad internacional.
El segundo gran activo es la prosperidad, ligada a la etapa de reforma de las últimas cuatro décadas. El Partido ha liderado un gran proceso de transformación económica que ha producido una mejora espectacular en las condiciones de vida de la población. China ha protagonizado la mayor revolución económica de la historia de la humanidad, logrando que mas de mil millones de ciudadanos experimentaran una intensa mejora en sus condiciones económicas de vida, en un periodo de tiempo muy corto.
Pero al lado de los éxitos, China tiene un peligroso lado oscuro, el de su escasa libertad. El poderoso comunismo chino no sabe hacer compatible la libertad con el progreso y sólo sabe crear esclavos prósperos duramente reprimidos. Ahí están para demostrarlo las purgas y ejecuciones masivas, las terribles y convulsas grandes campañas políticas y sociales, como el Gran Salto Adelante de finales de los años cincuenta, que provocó una gran hambruna y millones de muertes, o la Revolución Cultural, que trastornó gravemente la estabilidad del país y dio lugar a la persecución, y la muerte violenta, de muchos miles de personas, los trágicos sucesos de Tiananmen de 1989, etc.
A China le ha beneficiado como nadie la globalización. Sus fábricas se han convertido en las fábricas del mundo y su comercio ha sobrepasado todas las expectativas, generando miles de millones de dólares en excedentes que China ha aprovechado para modernizarse, desarrollar espectacularmente su tecnología, potenciar su ciencia y su fuerza militar y invertir en muchos países del Tercer Mundo para asegurarse mercados, materias primas y posiciones geoestratégicas de gran valor.
Pero su gran logro intangible ha sido fascinar con su modelo a los grandes poderes del mundo, que quieren imponerlo en todo el planeta. El poder en la sombra ha reclutado a miles de políticos sin escrúpulos, a periodistas, jueces, empresarios y profesionales de todo tipo para que empujen al mundo hacia una tiranía global que sea semejante a la vigente en China, consistente en un gobierno blindado e inatacable, dueño y señor de las vidas humanas sometidas, a las que ofrecerá seguridad y cierta prosperidad, pero sin libertad y con el horizonte oscurecido por la opresión.
Ese migración forzosa hacia el modelo chino se denomina Nuevo Orden Mundial y su principal característica, como ya ocurrió en China, es la reducción de la población mundial, un objetivo macabro que nadie sabe como va a conseguirse y que muchos sospechan que la actual pandemia y otras que vendrán más tarde se encargarán de reducir el número de vivos, como en el pasado lo hacían las guerras, la peste y las hambrunas.
El punto débil del modelo chino es su falta de libertad, pero los estrategas del Nuevo Orden cree que si el mundo es lo bastante peligroso y amenazador, el pueblo decidirá, por propia voluntad, prescindir de la libertad a cambio de seguridad y paz.
El desafío chino y el nuevo modelo que quieren imponer los poderes oscuros son una batalla más en la guerra eterna de la Humanidad entre libertad y opresión, entre los que quieren un mundo de esclavos y los que luchan por ser libres.
Este siglo XXI quedará marcado por esa lucha entre los opresores y la resistencia al abuso de poder y a la tiranía.
Francisco Rubiales
El modelo chino consiste en un Estado poderoso e invencible que lo controla todo y que maniata al ciudadano, al que entrega a cambio cierta prosperidad sin libertad. China ha creado para su ciudadanía jaulas doradas, tras haberlos sacado masivamente de la pobreza.
Con la nueva República Popular, fundada en 1949 bajo el liderazgo de Mao, el Gran Timonel, el Partido Comunista devolvió a China la unidad nacional que le permitió superar la larga crisis que arrastraba desde mediados del siglo XIX, transformándola en una potencia temida y respetada en la comunidad internacional.
El segundo gran activo es la prosperidad, ligada a la etapa de reforma de las últimas cuatro décadas. El Partido ha liderado un gran proceso de transformación económica que ha producido una mejora espectacular en las condiciones de vida de la población. China ha protagonizado la mayor revolución económica de la historia de la humanidad, logrando que mas de mil millones de ciudadanos experimentaran una intensa mejora en sus condiciones económicas de vida, en un periodo de tiempo muy corto.
Pero al lado de los éxitos, China tiene un peligroso lado oscuro, el de su escasa libertad. El poderoso comunismo chino no sabe hacer compatible la libertad con el progreso y sólo sabe crear esclavos prósperos duramente reprimidos. Ahí están para demostrarlo las purgas y ejecuciones masivas, las terribles y convulsas grandes campañas políticas y sociales, como el Gran Salto Adelante de finales de los años cincuenta, que provocó una gran hambruna y millones de muertes, o la Revolución Cultural, que trastornó gravemente la estabilidad del país y dio lugar a la persecución, y la muerte violenta, de muchos miles de personas, los trágicos sucesos de Tiananmen de 1989, etc.
A China le ha beneficiado como nadie la globalización. Sus fábricas se han convertido en las fábricas del mundo y su comercio ha sobrepasado todas las expectativas, generando miles de millones de dólares en excedentes que China ha aprovechado para modernizarse, desarrollar espectacularmente su tecnología, potenciar su ciencia y su fuerza militar y invertir en muchos países del Tercer Mundo para asegurarse mercados, materias primas y posiciones geoestratégicas de gran valor.
Pero su gran logro intangible ha sido fascinar con su modelo a los grandes poderes del mundo, que quieren imponerlo en todo el planeta. El poder en la sombra ha reclutado a miles de políticos sin escrúpulos, a periodistas, jueces, empresarios y profesionales de todo tipo para que empujen al mundo hacia una tiranía global que sea semejante a la vigente en China, consistente en un gobierno blindado e inatacable, dueño y señor de las vidas humanas sometidas, a las que ofrecerá seguridad y cierta prosperidad, pero sin libertad y con el horizonte oscurecido por la opresión.
Ese migración forzosa hacia el modelo chino se denomina Nuevo Orden Mundial y su principal característica, como ya ocurrió en China, es la reducción de la población mundial, un objetivo macabro que nadie sabe como va a conseguirse y que muchos sospechan que la actual pandemia y otras que vendrán más tarde se encargarán de reducir el número de vivos, como en el pasado lo hacían las guerras, la peste y las hambrunas.
El punto débil del modelo chino es su falta de libertad, pero los estrategas del Nuevo Orden cree que si el mundo es lo bastante peligroso y amenazador, el pueblo decidirá, por propia voluntad, prescindir de la libertad a cambio de seguridad y paz.
El desafío chino y el nuevo modelo que quieren imponer los poderes oscuros son una batalla más en la guerra eterna de la Humanidad entre libertad y opresión, entre los que quieren un mundo de esclavos y los que luchan por ser libres.
Este siglo XXI quedará marcado por esa lucha entre los opresores y la resistencia al abuso de poder y a la tiranía.
Francisco Rubiales
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