El mundo no se ha refugiado en Dios para escapar de la muerte que portaba la pandemia. No se han sacado imágenes religiosas a las calles para derrotar al virus mortal. Son pocos los que confían en que Dios puede salvar al mundo. La pandemia está demostrando que las religiones están moribundas y ofrecen una preocupante imagen de fracaso.
En España, un país tradicionalmente religioso que ha aportado al catolicismo más de la mitad de sus actuales seguidores, la iglesia no ha sabido transitar del absolutismo a la democracia, ni ha creado un discurso que justifique la democracia y el liderazgo moderno. Todo funcionó a la perfección cuando los Reyes y las clases dominantes eran elegidos por Dios, pero nada funciona cuando son los hombres quienes eligen a sus líderes. La iglesia tenía que haber reforzado la democracia y la libertad, pero sólo ha sabido adaptarse a los tiempos, sin aportar matices que engrandezcan y fortalezcan la libertad como valor supremo, sin aportaciones trascendentes propias.
En España, la iglesia católica dominante deambula más confundida que los fieles a los que tiene el deber de guiar. Acaba de cometer la incomprensible traición de unirse a los políticos corruptos y expoliadores en un asunto tan grave como el indulto de los delincuentes golpistas catalanes, un gesto que vaciara todavía más los ya desolados templos, de los que se alejan demasiados jóvenes y que ya sólo acogen a viejos asustados ante la muerte.
Las religiones tenían el deber de haber apuntalado valores conquistados como la libertad y la dignidad y defendido en realidad a los débiles frente a los fuertes, a los desposeídos frente a los que lo acaparan todo, a los que obedecen frente a los que mandan sin merecerlo, pero se han refugiado en la absurda separación entre lo divino y lo humano, ignorando que el cielo y el infierno también están aquí, en la Tierra.
La ausencia de Dios ha traído consigo, demasiadas veces, la dictadura de los malvados, la ausencia de certezas y una pavorosa falta de esperanza.
No hay duda de que las religiones, en los tiempos del presente, han fracasado en su misión de dar sentido a la vida.
Francisco Rubiales
En España, un país tradicionalmente religioso que ha aportado al catolicismo más de la mitad de sus actuales seguidores, la iglesia no ha sabido transitar del absolutismo a la democracia, ni ha creado un discurso que justifique la democracia y el liderazgo moderno. Todo funcionó a la perfección cuando los Reyes y las clases dominantes eran elegidos por Dios, pero nada funciona cuando son los hombres quienes eligen a sus líderes. La iglesia tenía que haber reforzado la democracia y la libertad, pero sólo ha sabido adaptarse a los tiempos, sin aportar matices que engrandezcan y fortalezcan la libertad como valor supremo, sin aportaciones trascendentes propias.
En España, la iglesia católica dominante deambula más confundida que los fieles a los que tiene el deber de guiar. Acaba de cometer la incomprensible traición de unirse a los políticos corruptos y expoliadores en un asunto tan grave como el indulto de los delincuentes golpistas catalanes, un gesto que vaciara todavía más los ya desolados templos, de los que se alejan demasiados jóvenes y que ya sólo acogen a viejos asustados ante la muerte.
Las religiones tenían el deber de haber apuntalado valores conquistados como la libertad y la dignidad y defendido en realidad a los débiles frente a los fuertes, a los desposeídos frente a los que lo acaparan todo, a los que obedecen frente a los que mandan sin merecerlo, pero se han refugiado en la absurda separación entre lo divino y lo humano, ignorando que el cielo y el infierno también están aquí, en la Tierra.
La ausencia de Dios ha traído consigo, demasiadas veces, la dictadura de los malvados, la ausencia de certezas y una pavorosa falta de esperanza.
No hay duda de que las religiones, en los tiempos del presente, han fracasado en su misión de dar sentido a la vida.
Francisco Rubiales
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