El monstruo Leviatán
Hubo una vez una democracia que fabricaba ciudadanos y hombres libres. Era un sistema hermoso y eficiente del que Winston Churchill decía que era peor de los sistemas políticos, exceptuando a todos los demás. La bondad y la eficacia de la democracia se debía, sobre todo, a que fue el primer sistema político inventado por el hombre que ha sido capaz de encerrar al Estado (el monstruo Leviatán) en una jaula con fuertes barrotes de acero.
Los barrotes que encerraban al monstruo eran muchos y potentes: la soberanía y el poder en manos del ciudadano, la sociedad civil, destinada a contrapesar el Estado, la libertad de expresión, sagrada, los derechos humanos, basados en la igualdad, la libertad y la fraternidad, la prensa libre, cuya misión era fiscalizar al Estado y colocar luz y taquígrafos en la vida política, la separación e independencia de los poderes básicos, de manera que se controlaran unos a otros, y los partidos políticos, creados para que estimularan la participación de los ciudadanos en la vida política y, al competir unos con otros, garantizaran el momento mágico de la democracia, el sufragio libre y universal.
La democracia, así concebida, era un magnífico sistema que permitía a los ciudadanos gozar de sus libertades y derechos, dentro de un sistema de leyes libremente adoptadas y aceptadas, y con el peor de los enemigos de la libertad (el Estado) enjaulado.
Pero ocurrió que los partidos políticos cayeron en la tentación del poder, ocuparon el Estado, se identificaron con la bestia, sellaron con ella una lianza de poder, limaron los barrotes y dejaron libre al monstruo para que volviera a las andadas y, como había ocurrido siempre a lo largo de la historia, volviera a someter, a dominar, a subyugar y a esclavizar a los humanos, salvo a ellos mismos, que se había hecho cómplices y aliados de la bestia.
Los partidos y sus profesionales de la política han culminado la traición al sistema expulsando al ciudadano de la política, que ejercen como monopolio, han asfixiado a la sociedad civil hasta dejarla al borde del coma, han invadido y controlado los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, han amordazado a buena parte de la prensa libre y crítica y han desterrado de la sociedad valores tan esenciales para la democracia como la igualdad y la fraternidad, violando hasta el "sagrado" derecho ciudadano a elegir libremente a través de esas listas cerradas y bloqueadas que confeccionan los partidos y que el votante sólo puede aceptar o rechazar.
Hoy, la bestia campea libre por el mundo, sometida no ya por los ciudadanos, como establecía la democracia, sino por los partidos políticos, lo que ha producido en la historia moderna un cambio tan silencioso como sucio, mediante el cual le digna y hermosa democracia fue transformada en una indecente oligocracia de partidos.
Hoy, los humanos, encabezados por los escasos ciudadanos que subsisten, vuelven a enarbolar la bandera de la libertad y a plantearse la necesidad de volver a encerrar al monstruo Leviatán en una jaula todavía más fuerte, pero la lucha es difícil y el resultado incierto porque no sólo se resiste la bestia, sino también sus aliados, los partidos políticos y sus legiones de políticos profesionales, gente que se ha acostumbrado a contemplar el mundo desde las alturas y que, atiborrados de poder y de privilegios, actuan ya como los "nuevos amos" del mundo moderno.
Los barrotes que encerraban al monstruo eran muchos y potentes: la soberanía y el poder en manos del ciudadano, la sociedad civil, destinada a contrapesar el Estado, la libertad de expresión, sagrada, los derechos humanos, basados en la igualdad, la libertad y la fraternidad, la prensa libre, cuya misión era fiscalizar al Estado y colocar luz y taquígrafos en la vida política, la separación e independencia de los poderes básicos, de manera que se controlaran unos a otros, y los partidos políticos, creados para que estimularan la participación de los ciudadanos en la vida política y, al competir unos con otros, garantizaran el momento mágico de la democracia, el sufragio libre y universal.
La democracia, así concebida, era un magnífico sistema que permitía a los ciudadanos gozar de sus libertades y derechos, dentro de un sistema de leyes libremente adoptadas y aceptadas, y con el peor de los enemigos de la libertad (el Estado) enjaulado.
Pero ocurrió que los partidos políticos cayeron en la tentación del poder, ocuparon el Estado, se identificaron con la bestia, sellaron con ella una lianza de poder, limaron los barrotes y dejaron libre al monstruo para que volviera a las andadas y, como había ocurrido siempre a lo largo de la historia, volviera a someter, a dominar, a subyugar y a esclavizar a los humanos, salvo a ellos mismos, que se había hecho cómplices y aliados de la bestia.
Los partidos y sus profesionales de la política han culminado la traición al sistema expulsando al ciudadano de la política, que ejercen como monopolio, han asfixiado a la sociedad civil hasta dejarla al borde del coma, han invadido y controlado los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, han amordazado a buena parte de la prensa libre y crítica y han desterrado de la sociedad valores tan esenciales para la democracia como la igualdad y la fraternidad, violando hasta el "sagrado" derecho ciudadano a elegir libremente a través de esas listas cerradas y bloqueadas que confeccionan los partidos y que el votante sólo puede aceptar o rechazar.
Hoy, la bestia campea libre por el mundo, sometida no ya por los ciudadanos, como establecía la democracia, sino por los partidos políticos, lo que ha producido en la historia moderna un cambio tan silencioso como sucio, mediante el cual le digna y hermosa democracia fue transformada en una indecente oligocracia de partidos.
Hoy, los humanos, encabezados por los escasos ciudadanos que subsisten, vuelven a enarbolar la bandera de la libertad y a plantearse la necesidad de volver a encerrar al monstruo Leviatán en una jaula todavía más fuerte, pero la lucha es difícil y el resultado incierto porque no sólo se resiste la bestia, sino también sus aliados, los partidos políticos y sus legiones de políticos profesionales, gente que se ha acostumbrado a contemplar el mundo desde las alturas y que, atiborrados de poder y de privilegios, actuan ya como los "nuevos amos" del mundo moderno.
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