Este Bernard L. Madoff ha resultado ser un lince, como es habitual ver entre la delincuencia; ya se ha dicho muchas veces, que, si emplearan la misma agudeza en buscar el bien y trabajar en la producción de provecho, serían declarados figuras eminentes. Pero prefieren vivir millonarios de lo ajeno mediante el robo y el engaño. La estafa ha sido gigantesca; la estructura creada por ese reputado financiero de setenta años para violar las leyes federales en materia de valores, "parece ser un enorme y muy sofisticado fraude, quizás el mayor de la historia". Curioso, los ricos, los panolis del tocomocho, caen en New York.
El órgano regulador de la bolsa estadounidense, la SEC, profundamente inquieta, ha iniciado una investigación interna para determinar las causas del catastrófico timo y buscar una explicación al hecho del sigiloso inversor que tenían delante y no lo vieron. Quieren saber qué mecanismo ha impedido que se detectara antes pese a las "repetidas" alertas desde, "al menos, 1999"; la SEC recibió, en varias ocasiones, noticias fiables y precisas sobre las acciones de Madoff, aunque jamás actuó. ¡Curioso también! No informó del riesgo de Madoff y de su evidente magnitud. La SEC que debe proteger de cualquier estafa, infringió su deber.
Esta vez la desgracia les ha cogido a los ricos. A ellos la crisis revestida de timo madofmafioso los ha dejado tiritando la Navidad. Los pobres duermen su frío en los cajeros, y los ricos pierden su ambición en el cajero inversor de un Madoff, que, mientras les tomaba el dinero, se reía de ellos y les llamaba inútiles en sus morros; los pobres-ricos estultos corrían a Manhattan, solicitando sus servicios inversores y, burlados y contentos, le pagaban las carísimas copas de champán. Hay pobres criaturas que, porque andan por New York en inglés y los reciben en limosina, confunden la boina con la pajarita. Los que no han visto nunca un millón, no saben que la macroeconomía se mueve por los trucos del tocomocho y los lujos de los despachos políticos.
La historia no se queda con nada de nadie, ella no estafa; ella ya nos ha enseñado en qué consisten los paraísos marxistas y, hoy, nos muestra aspectos de las glorias capitalistas en sus inversiones, en sus viajes financieros y las burbujas inmobiliarias. Por su parte, Fairfield Greenwich Group, cofundada por el financiero colombiano Andrés Piedrahíta, quien reside en Madrid y es responsable de sus actividades en España e Iberoamérica, es una de las firmas más afectadas por el caso, con la presunta pérdida de 7.500 millones de dólares del total de 50.000 en los que se valora la estafa, se compromete ante sus inversores a recuperar los fondos y colaborar con las autoridades en las investigaciones". Ahí andan también los Clientes del Santander que pierden en la estafa 2.330 millones. El empresario hispano-argentino Martín Varsavsky, con relaciones financieras con Fairfield desde hace años, opinó que, aunque "suene difícil de creer, Andrés (Piedrahíta) y su suegro Walter Noel son víctimas y no cómplices de Madoff". Pájaro este que se procuró un refugio y guardó noventa millones en Londres; y, ahora, como es habitual entre este monipodio, dirá que no tiene para la fianza, ni nada que devolver.
Total que la ambición rompe el saco; que estos millonarios se fueron de copas inversivas con el astuto cuentista por las lujosas oficinas y vinieron contentos, pero saqueados y sin camisa.
C. Mudarra
El órgano regulador de la bolsa estadounidense, la SEC, profundamente inquieta, ha iniciado una investigación interna para determinar las causas del catastrófico timo y buscar una explicación al hecho del sigiloso inversor que tenían delante y no lo vieron. Quieren saber qué mecanismo ha impedido que se detectara antes pese a las "repetidas" alertas desde, "al menos, 1999"; la SEC recibió, en varias ocasiones, noticias fiables y precisas sobre las acciones de Madoff, aunque jamás actuó. ¡Curioso también! No informó del riesgo de Madoff y de su evidente magnitud. La SEC que debe proteger de cualquier estafa, infringió su deber.
Esta vez la desgracia les ha cogido a los ricos. A ellos la crisis revestida de timo madofmafioso los ha dejado tiritando la Navidad. Los pobres duermen su frío en los cajeros, y los ricos pierden su ambición en el cajero inversor de un Madoff, que, mientras les tomaba el dinero, se reía de ellos y les llamaba inútiles en sus morros; los pobres-ricos estultos corrían a Manhattan, solicitando sus servicios inversores y, burlados y contentos, le pagaban las carísimas copas de champán. Hay pobres criaturas que, porque andan por New York en inglés y los reciben en limosina, confunden la boina con la pajarita. Los que no han visto nunca un millón, no saben que la macroeconomía se mueve por los trucos del tocomocho y los lujos de los despachos políticos.
La historia no se queda con nada de nadie, ella no estafa; ella ya nos ha enseñado en qué consisten los paraísos marxistas y, hoy, nos muestra aspectos de las glorias capitalistas en sus inversiones, en sus viajes financieros y las burbujas inmobiliarias. Por su parte, Fairfield Greenwich Group, cofundada por el financiero colombiano Andrés Piedrahíta, quien reside en Madrid y es responsable de sus actividades en España e Iberoamérica, es una de las firmas más afectadas por el caso, con la presunta pérdida de 7.500 millones de dólares del total de 50.000 en los que se valora la estafa, se compromete ante sus inversores a recuperar los fondos y colaborar con las autoridades en las investigaciones". Ahí andan también los Clientes del Santander que pierden en la estafa 2.330 millones. El empresario hispano-argentino Martín Varsavsky, con relaciones financieras con Fairfield desde hace años, opinó que, aunque "suene difícil de creer, Andrés (Piedrahíta) y su suegro Walter Noel son víctimas y no cómplices de Madoff". Pájaro este que se procuró un refugio y guardó noventa millones en Londres; y, ahora, como es habitual entre este monipodio, dirá que no tiene para la fianza, ni nada que devolver.
Total que la ambición rompe el saco; que estos millonarios se fueron de copas inversivas con el astuto cuentista por las lujosas oficinas y vinieron contentos, pero saqueados y sin camisa.
C. Mudarra