Hace casi dos décadas, servidor, mientras cursaba 5º de Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza, tuvo que leer como tarea obligatoria de la asignatura de Literatura Española del siglo XVIII, impartida por la doctora Dolores Albiac (puede admirarse o sorprenderse, si así lo estima conveniente y/u oportuno, desocupado lector, pero es la pura verdad), tres relatos, “Cándido”, “Zadig” y “El ingenuo” (que conformaban un solo volumen), del escritor y filósofo francés François Marie Arouet, más conocido por su seudónimo, “Voltaire”.
Como “es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado”, según Arouet, si yo me llamara (pues coincido básicamente con lo que, asimismo, sostuvo “Voltaire”, que “yo, como don Quijote, me invento personajes para ejercitarme”) Cándido, me apellidara Conde-Pumpido y fuera el actual fiscal general del Estado español, el varapalo que me dieron ayer, mancomunadamente, de madrugada, los 16 magistrados de la Sala del 61 del Tribunal Supremo sería el dato necesario y preciso, la gota imprescindible e inexcusable, quiero decir que supondría la razón definitiva y definitoria para presentar, sin más demora, mi dimisión irrevocable.
Si las acciones de Cándido, en relación con su política de nombramientos y ceses, ya merecieron que bastantes de sus colegas le asignaran de consuno el baldón de “sectario”; si las actuaciones de Conde-Pumpido, a propósito de las decisiones adoptadas por el Ministerio Público en el caso de la prisión atenuada a Ignacio De Juana Chaos y en el de la retirada de la acusación a Arnaldo Otegi, al urgir a los fiscales de la Audiencia Nacional a variar los criterios defendidos y sostenidos hasta entonces, sin aducir más argumento que el principio de jerarquía y lealtad, motivaron que la Asociación de Fiscales (AF) le manifestaran su desacuerdo total, la tunda, el vapuleo de ayer del Supremo debería haber colmado el vaso de su incompetencia e indignidad. Bueno, pues parece que ni por ésas.
Si, como dejó escrito “Voltaite” en letras de molde, “suerte es lo que sucede cuando la preparación y la oportunidad se encuentran y fusionan”, y servidor aún tenía ayer alguna esperanza de que Conde-Pumpido hubiera recapacitado al respecto y hubiese resuelto lo obvio y apropiado, dimitir, hoy debo admitir que no confío en que nos caiga esa breva. Cándido sería entonces lo que predica su nombre, cándido (según las dos primeras acepciones del DRAE: “Sencillo, sin malicia ni doblez. Simple, poco advertido”); lo que a todas luces no es (ni por asomo).
E. S. O., un andoba de Cornago
Como “es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado”, según Arouet, si yo me llamara (pues coincido básicamente con lo que, asimismo, sostuvo “Voltaire”, que “yo, como don Quijote, me invento personajes para ejercitarme”) Cándido, me apellidara Conde-Pumpido y fuera el actual fiscal general del Estado español, el varapalo que me dieron ayer, mancomunadamente, de madrugada, los 16 magistrados de la Sala del 61 del Tribunal Supremo sería el dato necesario y preciso, la gota imprescindible e inexcusable, quiero decir que supondría la razón definitiva y definitoria para presentar, sin más demora, mi dimisión irrevocable.
Si las acciones de Cándido, en relación con su política de nombramientos y ceses, ya merecieron que bastantes de sus colegas le asignaran de consuno el baldón de “sectario”; si las actuaciones de Conde-Pumpido, a propósito de las decisiones adoptadas por el Ministerio Público en el caso de la prisión atenuada a Ignacio De Juana Chaos y en el de la retirada de la acusación a Arnaldo Otegi, al urgir a los fiscales de la Audiencia Nacional a variar los criterios defendidos y sostenidos hasta entonces, sin aducir más argumento que el principio de jerarquía y lealtad, motivaron que la Asociación de Fiscales (AF) le manifestaran su desacuerdo total, la tunda, el vapuleo de ayer del Supremo debería haber colmado el vaso de su incompetencia e indignidad. Bueno, pues parece que ni por ésas.
Si, como dejó escrito “Voltaite” en letras de molde, “suerte es lo que sucede cuando la preparación y la oportunidad se encuentran y fusionan”, y servidor aún tenía ayer alguna esperanza de que Conde-Pumpido hubiera recapacitado al respecto y hubiese resuelto lo obvio y apropiado, dimitir, hoy debo admitir que no confío en que nos caiga esa breva. Cándido sería entonces lo que predica su nombre, cándido (según las dos primeras acepciones del DRAE: “Sencillo, sin malicia ni doblez. Simple, poco advertido”); lo que a todas luces no es (ni por asomo).
E. S. O., un andoba de Cornago
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