La política española se crispa y se distancia de la paz. ¡Resistencia! y ¡Rebeldía! son dos palabras terribles que ya suenan por doquier y que han empazado a corroer la convivencia como el ácido. El PP acaba de romper relaciones con el Gobierno para encabezar esa resistencia y Rosa Diez, antigua heroína vasca del PSOE, llama a la resistencia contra su partido, ante la política de Zapatero, que considera traidora a los principios socialistas y al Estado de Derecho.
La palabra "Rebelión" es la que preside la convocatoria de la Asociación de Víctimas del Terrorismo para el próximo sábado en Madrid, una "rebelión cívica" contra un gobierno que, según las víctimas y muchos españoles, está perdiendo la legitimidad por haberse entregado al terrorismo etarra, por haber dinamitado la unidad territorial y por burlarse de la estructura legal que soporta al estado de Derecho.
La situación empieza a ser grave porque son muchos los que se están sumando, directa o indirectamente, a la Resistencia. Lo hace, con matices y sin acritud, Felipe González, expresidente socialista, cuando afirma que no entiende ni comparte la concepción territorial de España que practica Zapatero, ni cree que los estatutos catalán y andaluz sean necesarios, ni queridos por la mayoría de los ciudadanos. La iglesia Católica proporciona solvencia moral a la "Rebeldía" ciudadana cuando afirma, por boca del cardenal Amigo, arzobispo de Sevilla, que las leyes injustas que son contrarias a la moral no tienen por qué ser obedecidas por los hombres libres y por los católicos conscientes.
Media España, la que milita en la oposición, no entiende por qué la otra mitad, la que apoya al gobierno, guarda silencio ante lo que está ocurriendo. Tampoco entiende por qué el gobierno de Zapatero está arriesgando tanto con su osadía irrefrenable. Les resulta increíble que se aprueben leyes fundamentales sin consenso ni mayorías cualificadas, únicamente con mayorías simples, cuando la historia ha enseñado, en España y en decenas de países, que esas aprobaciones por la fuerza terminan generando rencor, desobediencia y violencia.
Mucha gente empieza a estar asustada hoy en España ante la intransigencia de la oposición y la insaciable osadía gobernante de Zapatero, que actúa desde el poder porque se siente legitimado por las urnas, sin tener en cuenta la opinión de los españoles, ni las conciencias que está quebrando. Los principales medios de comunicación del país, conscientes de su culpa y de que ellos han sido los instrumentos utilizados por los políticos para la crispación y la división de la nación, empiezan a sentir vértigo ante el grave deterioro de la convivencia que despunta por el horizonte. Los dos principales, El Pais y El Mundo, el primero favorable y el segundo contrario al gobierno, parecen converger al aconsejar que el PSOE y el PP se unan en consenso, con urgencia y sin excusas.
En las filas socialistas hay mucha gente honrada que está desconcertada, sin saber qué hacer, oscilando en una creciente esquizofrecia política entre una disciplina de partido que les obliga a guardar silencio y una conciencia política que le impulsa a denunciar los abusos y la enfermiza obsesión por el poder que demuestran sus líderes. En el fondo de sus almas se sienten incómodos con el liderazgo de un Zapatero que les sitúa en la tesitura de elegir, que les avergüenza con sus posiciones políticas y que les obliga al indigno "silencio de los corderos".
(sigue)
La palabra "Rebelión" es la que preside la convocatoria de la Asociación de Víctimas del Terrorismo para el próximo sábado en Madrid, una "rebelión cívica" contra un gobierno que, según las víctimas y muchos españoles, está perdiendo la legitimidad por haberse entregado al terrorismo etarra, por haber dinamitado la unidad territorial y por burlarse de la estructura legal que soporta al estado de Derecho.
La situación empieza a ser grave porque son muchos los que se están sumando, directa o indirectamente, a la Resistencia. Lo hace, con matices y sin acritud, Felipe González, expresidente socialista, cuando afirma que no entiende ni comparte la concepción territorial de España que practica Zapatero, ni cree que los estatutos catalán y andaluz sean necesarios, ni queridos por la mayoría de los ciudadanos. La iglesia Católica proporciona solvencia moral a la "Rebeldía" ciudadana cuando afirma, por boca del cardenal Amigo, arzobispo de Sevilla, que las leyes injustas que son contrarias a la moral no tienen por qué ser obedecidas por los hombres libres y por los católicos conscientes.
Media España, la que milita en la oposición, no entiende por qué la otra mitad, la que apoya al gobierno, guarda silencio ante lo que está ocurriendo. Tampoco entiende por qué el gobierno de Zapatero está arriesgando tanto con su osadía irrefrenable. Les resulta increíble que se aprueben leyes fundamentales sin consenso ni mayorías cualificadas, únicamente con mayorías simples, cuando la historia ha enseñado, en España y en decenas de países, que esas aprobaciones por la fuerza terminan generando rencor, desobediencia y violencia.
Mucha gente empieza a estar asustada hoy en España ante la intransigencia de la oposición y la insaciable osadía gobernante de Zapatero, que actúa desde el poder porque se siente legitimado por las urnas, sin tener en cuenta la opinión de los españoles, ni las conciencias que está quebrando. Los principales medios de comunicación del país, conscientes de su culpa y de que ellos han sido los instrumentos utilizados por los políticos para la crispación y la división de la nación, empiezan a sentir vértigo ante el grave deterioro de la convivencia que despunta por el horizonte. Los dos principales, El Pais y El Mundo, el primero favorable y el segundo contrario al gobierno, parecen converger al aconsejar que el PSOE y el PP se unan en consenso, con urgencia y sin excusas.
En las filas socialistas hay mucha gente honrada que está desconcertada, sin saber qué hacer, oscilando en una creciente esquizofrecia política entre una disciplina de partido que les obliga a guardar silencio y una conciencia política que le impulsa a denunciar los abusos y la enfermiza obsesión por el poder que demuestran sus líderes. En el fondo de sus almas se sienten incómodos con el liderazgo de un Zapatero que les sitúa en la tesitura de elegir, que les avergüenza con sus posiciones políticas y que les obliga al indigno "silencio de los corderos".
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