Aprobar un Estatuto autonómico como el catalán, que es una ley de gran trascendencia, con el apoyo der sólo uno de cada tres ciudadanos, como acaba de ocurrir en Cataluña, es una traición a la ortodoxia democrática y, además, al "Republicanismo", la ideología defensora de las libertades democráticas de la que se declara seguidor el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.
Philip Pettit, uno de los máximos representantes del Republicanismo, al que Zapatero reconoce como su "maestro", sostiene que los republicanos "tenemos que garantizar que las leyes imperantes no sean fácil y excesivamente mudadizas bajo la presión de las mayorías".
Con mayor concrección afirma que para garantizar que no se impongan la arbitrariedad y la no dominación estatal, "las leyes básicas más importantes no debería resultar fácil cambiarlas", aconsejando, entre otras medidas, que las leyes importantes (entre las que están los estatutos y las constituciones) se adopten por consenso o por referundum aprobados por mayorías muy cualificadas, mencionando la cifra de "dos tercios".
Y advierte que las leyes sometidas a cambios simplemente mayoritarios "quedarían bajo controles arbitrarios" y "dejarían de representar una garantía segura frente a la dominación estatal".
Pettid, consciente de que gracias al control de los medios de comunicación y con la fuerza de la propaganda es fácil crear mayorías gubernamentales, advierte que "Lo que da legitimidad a una ley tiene que ser otra cosa que el hecho de que disfrute de apoyo popular mayoritario".
Ante estas afirmaciones doctrinales del Republicanismo, todas ellas contenidas en el libro "Republicanismo, una teoría sobre la libertad y el gobierno", de Philip Pettit, el gurú personal de Zapatero, resulta evidente que la afirmación que el primer dirigente socialista español hizo la misma noche del domingo, nada más conocerse los resultados del referendem catalán, de que el "Si" había contado con un apoyo muy amplio y suficiente, no dejan de ser una flagrante traición a la ideología que dice profesar.
Al margen del republicanismo, la más puro ortodoxia dococrática aconseja que las leyes fundamentales sean aprobadas por amplias mayorías o por consenso, ya que la práctica de que una mitad de la población imponga leyes a la otra mitad suele debilitar la estructura legal del sistema, trastornar la convivencia y generar violencia, tarde o temprano.
Zapatero, que, a juzgar por sus afirmaciones, es tan republicano como el emperador Calígula, debería recordar que él incumple las tres condiciones republicanas para que un sistema sea democrático y no manipulable: 1.- Que el sistema constituya un imperio de la ley y no de los hombres; 2.- Que disperse los poderes legales entre las diferentes partes; y 3.- Que haga a la ley relativamente resistente a la voluntad de la mayoría.
En el caso de Cataluña, ni siquiera estamos hablando de una ley (Estatuto) aprobada por una "mayoría" sino por una exigua y ridícula minoría, consistente en uno de cada tres ciudadanos.
Lo lógico, según la ortodoxia republicana y la decencia democrática, sería considerar el Estatuto insuficientemente apoyado por la ciudadanía y empezar de nuevo la redacción de un texto que concite más apoyo cívico.
Philip Pettit, uno de los máximos representantes del Republicanismo, al que Zapatero reconoce como su "maestro", sostiene que los republicanos "tenemos que garantizar que las leyes imperantes no sean fácil y excesivamente mudadizas bajo la presión de las mayorías".
Con mayor concrección afirma que para garantizar que no se impongan la arbitrariedad y la no dominación estatal, "las leyes básicas más importantes no debería resultar fácil cambiarlas", aconsejando, entre otras medidas, que las leyes importantes (entre las que están los estatutos y las constituciones) se adopten por consenso o por referundum aprobados por mayorías muy cualificadas, mencionando la cifra de "dos tercios".
Y advierte que las leyes sometidas a cambios simplemente mayoritarios "quedarían bajo controles arbitrarios" y "dejarían de representar una garantía segura frente a la dominación estatal".
Pettid, consciente de que gracias al control de los medios de comunicación y con la fuerza de la propaganda es fácil crear mayorías gubernamentales, advierte que "Lo que da legitimidad a una ley tiene que ser otra cosa que el hecho de que disfrute de apoyo popular mayoritario".
Ante estas afirmaciones doctrinales del Republicanismo, todas ellas contenidas en el libro "Republicanismo, una teoría sobre la libertad y el gobierno", de Philip Pettit, el gurú personal de Zapatero, resulta evidente que la afirmación que el primer dirigente socialista español hizo la misma noche del domingo, nada más conocerse los resultados del referendem catalán, de que el "Si" había contado con un apoyo muy amplio y suficiente, no dejan de ser una flagrante traición a la ideología que dice profesar.
Al margen del republicanismo, la más puro ortodoxia dococrática aconseja que las leyes fundamentales sean aprobadas por amplias mayorías o por consenso, ya que la práctica de que una mitad de la población imponga leyes a la otra mitad suele debilitar la estructura legal del sistema, trastornar la convivencia y generar violencia, tarde o temprano.
Zapatero, que, a juzgar por sus afirmaciones, es tan republicano como el emperador Calígula, debería recordar que él incumple las tres condiciones republicanas para que un sistema sea democrático y no manipulable: 1.- Que el sistema constituya un imperio de la ley y no de los hombres; 2.- Que disperse los poderes legales entre las diferentes partes; y 3.- Que haga a la ley relativamente resistente a la voluntad de la mayoría.
En el caso de Cataluña, ni siquiera estamos hablando de una ley (Estatuto) aprobada por una "mayoría" sino por una exigua y ridícula minoría, consistente en uno de cada tres ciudadanos.
Lo lógico, según la ortodoxia republicana y la decencia democrática, sería considerar el Estatuto insuficientemente apoyado por la ciudadanía y empezar de nuevo la redacción de un texto que concite más apoyo cívico.
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