El PSOE y el PP se parecen demasiado. Se han convertido en maquinarias de poder que anteponen los propios intereses al bien común. Uno y otro han atentado contra la igualdad, han abandonado al ciudadano y han dejado de ser partidos nacionales y se han transformado en federaciones de partidos regionales asociados. Cuando conquistan una autonomía, todo gira en torno a esa "propiedad", que quieren conservar a toda costa. Un partido y otro desprecian a los ciudadanos, a los que, violando las leyes de la democracia, han marginado del proceso de toma de decisiones. Aparentemente son enemigos y se hostigan en público, pero se ponen de acuerdo entre ellos a la hora de defender sus privilegios, de subirse los sueldos y pensiones, de repartirse la Justicia y de mantener como está una Ley Electoral injusta, desequilibrada y antidemocrática, sólo porque les beneficia. Ambos han convertido a los insignificantes y antiespañoles partidos nacionalistas en árbitros de la política española porque los dos pactan con ellos y les pagan con dinero público cuando necesitan sus votos. Uno y otro conviven con la corrupción y se financian de la misma manera, con opacidad y a través de comisiones ocultas o disfrazadas de donaciones voluntarias. Los partidos políticos en general y, especialmente, los dos grandes, son el cáncer de la democracia española y el verdadero enemigo a batir por los demócratas.
Si esto es así, como cada día piensan más españoles, no tiene sentido castigar al partido que gobierna votando a la oposición. Ese mecanismo perverso alimenta el bipartidismo y la partitocracia. La única opción razonable y digna para un ciudadano demócrata es votar pequeños partidos limpios y de confianza, si tiene la suerte de encontrarlos, o votar en blanco, la mejor forma de castigar a "la casta" política, gran culpable de la decadencia y de los males de España.
El verdadero enemigo de España no es el PSOE, ni el PP, ni los partidos nacionalistas parásitos, sino la sucia particocracia que les beneficia a todos ellos, transformada en un bipartidismo blindado y corrupto, que ha suplantado a la democracia.
En manos de sus barones y sometidos a sus propios intereses, que anteponen al bien común y al interés general, los dos grandes partidos políticos españoles son hoy el gran obstáculo que impide el progreso, la regeneración y la democracia. Están plagados de contradicciones y de traiciones. El PP, por ejemplo, se opone a la discriminación del idioma español en Cataluña, pero la practica en otras regiones. Critica el despilfarro y el endeudamiento del PSOE, pero cuando gobierna se endeuda y despilfarra, como ocurrió en la etapa Rajoy. Rechaza la desigualdad, consagrada por el Estatuto de Cataluña que inspiró y apoyó Zapatero, pero si necesitara votos separatistas para gobernar, como ya ha ocurrido en el pasado, no los despreciaría. Ambos partidos se reparten de manera antidemocrática el control de la Justicia y el derecho a nombrar jueces y magistrados. Un partido y otro han invadido y llenado de políticos las cajas de ahorros y han ocupado las universidades y centenares de instituciones que deberían vivir con independencia en la sociedad civil. Los dos se reparten el dinero público y han convertido a la oposición en un lugar confortable donde esperar la llegada del poder.
Esa partitocracia bipartidista que está llevando a España hacia la ruina y el fracaso es cuidadosa e insistentemente alimentada con odio y rencor cada vez que se acercan las elecciones. La izquierda es estimulada a odiar a la derecha y la derecha incrementa su rechazo a la izquierda. Así consiguen que la sociedad española caiga en la trampa, se divida y, cargada de espíritu rastrero y de venganza, vote a uno de los dos grandes partidos, olvidando sus propios intereses. Es un juego macabro y truculento que nada tiene que ver con la verdad, con la limpieza ni con la democracia. Es pura mafia en acción.
La verdad cruda es que ninguno de los dos partidos merece el voto de los hombres y mujeres libres y dignos de España.
Las únicas opciones verdaderamente dignas para un demócrata español ajeno a la orgía de odio desatada por los partidos en vísperas de elecciones son el voto a partidos pequeños o nuevos, que no tienen responsabilidades de gobierno, la abstención y el voto en blanco.
Votar en blanco es una opción muy prestigiada en el mundo porque representa un rechazo a los partidos, pero no al sistema democrático, que se acepta al acudir a votar. Es también una manera de no participar en el asesinato de España, ni siquiera de manera indirecta. Pero esa opción noble de votar en blanco también es cuestionable porque la Ley Electoral española ha desvirtuado ese voto lo ha ensuciado y convertido en un apoyo indirecto al partido ganador.
Francisco Rubiales
Si esto es así, como cada día piensan más españoles, no tiene sentido castigar al partido que gobierna votando a la oposición. Ese mecanismo perverso alimenta el bipartidismo y la partitocracia. La única opción razonable y digna para un ciudadano demócrata es votar pequeños partidos limpios y de confianza, si tiene la suerte de encontrarlos, o votar en blanco, la mejor forma de castigar a "la casta" política, gran culpable de la decadencia y de los males de España.
El verdadero enemigo de España no es el PSOE, ni el PP, ni los partidos nacionalistas parásitos, sino la sucia particocracia que les beneficia a todos ellos, transformada en un bipartidismo blindado y corrupto, que ha suplantado a la democracia.
En manos de sus barones y sometidos a sus propios intereses, que anteponen al bien común y al interés general, los dos grandes partidos políticos españoles son hoy el gran obstáculo que impide el progreso, la regeneración y la democracia. Están plagados de contradicciones y de traiciones. El PP, por ejemplo, se opone a la discriminación del idioma español en Cataluña, pero la practica en otras regiones. Critica el despilfarro y el endeudamiento del PSOE, pero cuando gobierna se endeuda y despilfarra, como ocurrió en la etapa Rajoy. Rechaza la desigualdad, consagrada por el Estatuto de Cataluña que inspiró y apoyó Zapatero, pero si necesitara votos separatistas para gobernar, como ya ha ocurrido en el pasado, no los despreciaría. Ambos partidos se reparten de manera antidemocrática el control de la Justicia y el derecho a nombrar jueces y magistrados. Un partido y otro han invadido y llenado de políticos las cajas de ahorros y han ocupado las universidades y centenares de instituciones que deberían vivir con independencia en la sociedad civil. Los dos se reparten el dinero público y han convertido a la oposición en un lugar confortable donde esperar la llegada del poder.
Esa partitocracia bipartidista que está llevando a España hacia la ruina y el fracaso es cuidadosa e insistentemente alimentada con odio y rencor cada vez que se acercan las elecciones. La izquierda es estimulada a odiar a la derecha y la derecha incrementa su rechazo a la izquierda. Así consiguen que la sociedad española caiga en la trampa, se divida y, cargada de espíritu rastrero y de venganza, vote a uno de los dos grandes partidos, olvidando sus propios intereses. Es un juego macabro y truculento que nada tiene que ver con la verdad, con la limpieza ni con la democracia. Es pura mafia en acción.
La verdad cruda es que ninguno de los dos partidos merece el voto de los hombres y mujeres libres y dignos de España.
Las únicas opciones verdaderamente dignas para un demócrata español ajeno a la orgía de odio desatada por los partidos en vísperas de elecciones son el voto a partidos pequeños o nuevos, que no tienen responsabilidades de gobierno, la abstención y el voto en blanco.
Votar en blanco es una opción muy prestigiada en el mundo porque representa un rechazo a los partidos, pero no al sistema democrático, que se acepta al acudir a votar. Es también una manera de no participar en el asesinato de España, ni siquiera de manera indirecta. Pero esa opción noble de votar en blanco también es cuestionable porque la Ley Electoral española ha desvirtuado ese voto lo ha ensuciado y convertido en un apoyo indirecto al partido ganador.
Francisco Rubiales
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