La burguesía catalana debería analizar su futuro, lleno de nubarrones, y reflexionar sobre un principio científicamente probado: la violencia y el acoso a las libertades son incompatibles con la prosperidad.
En consecuencia, las clases dominantes catalanas deberían cortar de raiz los brotes de pensamiento violento y totalitario que, al amparo del nacionalismo, están germinando en Cataluña y que, a la larga, empobrecerán y marginarán a esa región, hasta hoy próspera y ejemplarmente emprendedora.
Los datos son tozudos y más contundentes que las palabras: militantes y sedes del Partido Popular y de Ciudadanos de Cataluña, los únicos que le plantan cara al nacionalismo, han sufrido más de medio millar de ataques en los últimos meses, el último de los cuales se saldó con un militante de Ciudadanos de Cataluña herido por una bandada de independentistas salvajes.
Las clases dominantes catalanas deberían considerar también otras cosas, como el incuestionable hecho de que los catalanes, por esa vía violenta y hostil, se están ganando la enemistad del resto de España, algo que, lógicamente se traducirá en boicot y en hostilidad recíproca, un movimiento que perjudicará más a Cataluña que al resto de España, ya que el mercado español consume la producción catalana protegida, a pesar de que su calidad y precio no son competitivos, como lo demuestra el hecho de que la balanza comercial sea abrumadoramente favorable a una Cataluña que vende al resto de España mucho más del doble de lo que compra.
La clase dominante catalana está suicidándose, junto con su pueblo, con su protección cómplice al nacionalismo y los nefastos resultados de esa política se verán muy pronto.
Hay ya miles de ciudadanos en Cataluña, muchos de ellos delegados extranjeros de multinacionales, que no soportan consecuencias del empuje fascistoide del nacionalismo como la imposición coactiva del idioma catalán en la enseñanza y la consiguiente marginación del español, una de las lenguas más pujantes del mundo. Un padre de familia está ahora encadenado en el centro de Barcelona, exigiendo precisamente el derecho a la enseñanza del idioma español para sus hijos.
Es una lástima que los catalanes, manipulados y engañados por el nacionalismo dominante y sus cobardes compañeros de viaje, no puedan reflexionar sobre estas amenazas que enturbian su futuro como pueblo en vísperas de emitir su voto en un referendum que es trascendental para el futuro catalán, en el que, seguramente, saldrá aprobado un texto anticuado y desfasado por su intervencionismo oriental, su amparo al autoritarismo y por su apuesta por más gobierno en un mundo que camina, precisamente, en el sentido contrario, el que exige más protagonismo de los ciudadanos y de la sociedad civil.
Comentarios: