“Hoy presenciamos el lento suicidio de un pueblo que, engañado mil veces por gárrulos sofistas, empobrecido, mermado y desolado, emplea en destrozarse las pocas fuerzas que le restan, y corriendo tras vanos trampantojos de una falsa y postiza cultura, en vez de cultivar su propio espíritu, que es lo único que redime y ennoblece a las razas, y a las gentes, hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento, reniega de cuanto en la historia nos hizo grandes, arroja a los cuatro vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, de la única cuyos recuerdos tienen virtud bastante para retardar nuestra agonía. ¡De cuán distinta manera han procedido los pueblos que tienen conciencia de su misión secular! La tradición teutónica fue el nervio del renacimiento germánico. Apoyándose en la tradición italiana, cada vez más profundamente conocida, construye su propia ciencia la Italia sabia e investigadora de nuestros días, emancipándose igualmente de la servidumbre francesa y del magisterio alemán. Donde no se conserve piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original ni una idea dominadora. Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil…
“Trabajemos con limpia voluntad y entendimiento sereno, puestos los ojos en la realidad viva, sin temor pueril, sin apresuramiento engañoso, abriendo cada día, modestamente, el surco y rogando a Dios que mande sobre él el rocío de los cielos. Y al respetar la tradición, al tomarla por punto de partida y arranque, no olvidemos que la ciencia es progresiva por su índole misma, y que de esta ley no se exime ninguna ciencia”.
Marcelino Menéndez Pelayo, “Ensayos de crítica filosófica”, 1892
Cuentan del célebre erudito santanderino Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), insigne discípulo de los prestigiosos (en su tiempo, y aun hoy, entre los expertos) Manuel Milá y Fontanals y Laverde, doctor precoz (a la infrecuente edad –por temprana- de veinte años –lo que, debido a la legislación entonces vigente, le supuso una contrariedad, óbice y/o retraso evidente e insalvable para poder acceder, concursar y/u opositar antes a una plaza de catedrático-), autor de la mítica “Historia de los heterodoxos españoles” (1880-1882), renombrado y reputado “bolígrafo” (sí, así, con “b”), al decir de cierto edil del área de Cultura (con escasísima ídem), “archiculto” y “pluscuanculto”, según predicara de él Laín Entralgo, que, estando dando sus últimas boqueadas o estertores, quiero decir, en trance de fenecer, postrado, decúbito supino sobre su lecho mortuorio, se lamentaba de los muchísimos libros que le faltaban por leer.
¡Qué magnífico colofón para clausurar una existencia exprimida al máximo e ingresar por mérito, derecho y capacidad en ese ámbito inmarcesible y restringido que es la eviternidad (sin o con estatua –más o menos llena y ºmaculada de eyecciones de palomas-)!
¡Qué bello es vivir (colíjase, por favor, más un homenaje parvo que un plagio burdo al título de la afamada película de Frank Capra, hiperprogramada durante las Navidades –para poder volver a ver, una vez más, “Qué bello es vivir”-) para reír y llorar; y leer para llorar y reír!
Ángel Sáez García
“Trabajemos con limpia voluntad y entendimiento sereno, puestos los ojos en la realidad viva, sin temor pueril, sin apresuramiento engañoso, abriendo cada día, modestamente, el surco y rogando a Dios que mande sobre él el rocío de los cielos. Y al respetar la tradición, al tomarla por punto de partida y arranque, no olvidemos que la ciencia es progresiva por su índole misma, y que de esta ley no se exime ninguna ciencia”.
Marcelino Menéndez Pelayo, “Ensayos de crítica filosófica”, 1892
Cuentan del célebre erudito santanderino Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), insigne discípulo de los prestigiosos (en su tiempo, y aun hoy, entre los expertos) Manuel Milá y Fontanals y Laverde, doctor precoz (a la infrecuente edad –por temprana- de veinte años –lo que, debido a la legislación entonces vigente, le supuso una contrariedad, óbice y/o retraso evidente e insalvable para poder acceder, concursar y/u opositar antes a una plaza de catedrático-), autor de la mítica “Historia de los heterodoxos españoles” (1880-1882), renombrado y reputado “bolígrafo” (sí, así, con “b”), al decir de cierto edil del área de Cultura (con escasísima ídem), “archiculto” y “pluscuanculto”, según predicara de él Laín Entralgo, que, estando dando sus últimas boqueadas o estertores, quiero decir, en trance de fenecer, postrado, decúbito supino sobre su lecho mortuorio, se lamentaba de los muchísimos libros que le faltaban por leer.
¡Qué magnífico colofón para clausurar una existencia exprimida al máximo e ingresar por mérito, derecho y capacidad en ese ámbito inmarcesible y restringido que es la eviternidad (sin o con estatua –más o menos llena y ºmaculada de eyecciones de palomas-)!
¡Qué bello es vivir (colíjase, por favor, más un homenaje parvo que un plagio burdo al título de la afamada película de Frank Capra, hiperprogramada durante las Navidades –para poder volver a ver, una vez más, “Qué bello es vivir”-) para reír y llorar; y leer para llorar y reír!
Ángel Sáez García