La actual tregua entre Israel y Hezbollá es tan frágil que más bien parece una pausa necesaria para que Tel Aviv comprenda por qué sus poderosas y bien entrenadas fuerzas no han sido capaces de pulverizar a las milicias de Hezbollá, una organización que ha demostrado sobre el terreno una fortaleza sorprendente e inesperada.
La guerra es probable que cuntinúe cuando Israel y sus principales aliados (Estados Unidos y Gran Bretaña) descifren la incógnita y comprueben que Hezbollá es múcho más que una banda guerrillera. Es un ejército de élite que ha logrado una simbiosis casi perfecta con la población libanesa, entrenado y armado hasta los dientes por Siria e Iran, dos estados musulmanes que, tras la caída de Irak y Afganistán, son los únicos supervivientes del radicalismo islamista y que se juegan la supervivencia en su enfrentamiento con los paises que defienden el sistema de vida occidental.
Es probable que la guerra continúe cuando Israel y sus aliados terminen de convencerse de que nunca será posible establecer una tregua estable en Oriente Próximo sin que desaparezcan antes el régimen iraní de los ayatolas y la dictadura baasista siria, los dos más genuinos representantes de los que muchos intelectuales occidentales llaman ya, sin complejos, el “fascismo islamista”.
No es viable una paz tranquila para Israel y Occidente mientras que Teherán siga en manos de ayatolas iluminados y obsesionados por exportar militarmente el islamismo radical e, incluso, de dotarse de armamento nuclear para conseguir esa expansión forzosa de su concepción medieval de la vida y de la religión.
El frente de combate occidental se está debilitando dia a día porque los líderes de los dos gobiernos más conscientes del peligro que afronta la cultura occidental, Bush en Estados Unidos y Blair en Gran Bretaña, están a punto de terminar sus respectivos mandatos. Esa circunstancia concreta, la del ocaso de esos dos dirigentes políticos, ha hecho posible que la lucha contra Siria e Iran se suavice y pierda fuelle.
Siria estaba aterrorizada tras la caída de Sadam Husseim y la anacrónica dictadura de Assad hasta hizo propósitos de enmienda ante la comunidad internacional cuando la coalición occidental invadió Irak, su gran aliado. Pero ahora está envalentonada y hasta se atreve a amenazar con lanzar una guerra contra Israel para recuperar los altos del Golán, territorio estratégico que perdió en la guerra del Yön Kippur (1973).
Siria e Iran son hoy los principales enemigos no sólo de Occidente, sino también de esa parte del mundo árabe que ha guardado un prudente silencio durante todo el conflicto reciente entre Israel y Hezbolá: Egipto, Jordania, Irak y hasta Arabia Saudita, beligerantes en las anteriores guerras árabe-israelies. Y han guardado silencio porque esos países también se sienten amenazados por la furia jihadista extrema que se teledirige desde Teherán y Damasco, el cual no sólo ha golpeado en Nueva York, Madrid y Londres, sino también en ciudades árabes como Estambul, Sharm el Sheikh, Riad, Bali y, diariamente, en Afganistán e Irak.
Tras la reciente guerra entre Israel y Hezbolá se ve más claro que el enfrentamiento vigente no es entre la cultura occidental y la musulmana, como los extremistas pretender hacer ver, sino entre una concepción liberal y democrática de la vida y un fanatismo medieval impulsado no desde “todo” el mundo árabe, ni desde “toda” la cultura islámica, sino, exclusivamente, desde el “fascismo” islamista de Teherán y Damasco.
La estrategia de Iran y de Siria ha quedado desvelada: convertir el Líbano en un nuevo Irak, logrando así el tiempo necesario para dotarse de armas nucleares, el aditivo imprescindible para que el terrorismo que patrocinan sea realmente aterrorizante.La situación en el Líbano es hoy parecida a la existente en Irak. En ambos paises existen gobiernos democráticos débiles, incapaces de resistir al terrorismo y al activismo enloquecido de sus vecinos, según acaba de escribir Mohammed Fadhil en The Wall Street Journal.
Los errores son antiguos, pero el error más grave, el que prendió la mecha de la actual guerra, ocurrió el pasado año, cuando el Libano experimentaba la libertad y la ilusión, después de que la ONU acusara a régimen sirio del asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri. Entonces, las potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos y Francia, se contentaron con la retirada del ejército de ocupación sirio del Líbano, sin advertir que las milicias armadas de Hezbolá iban a ser utilizadas por Teherán y Damasco como punta de lanza y quinta columna del terror.
El momento elegido era óptimo para el fascismo islamista, con Bush y Blair bajos en popularidad y en retirada, mientras Ariel Sharon agonizaba en el hospital.
La prospectiva es negra y el futuro emerge más amenazante que nunca. El grueso de los analistas norteamericanos sostienen que Occidente tendrá que hacer frente, tarde o temprano, al binomio del terror que representan Iran y Siria, y es mejor hacerlo con armas convencionales, ahora que es posible, que con armas atómicas.
La guerra es probable que cuntinúe cuando Israel y sus principales aliados (Estados Unidos y Gran Bretaña) descifren la incógnita y comprueben que Hezbollá es múcho más que una banda guerrillera. Es un ejército de élite que ha logrado una simbiosis casi perfecta con la población libanesa, entrenado y armado hasta los dientes por Siria e Iran, dos estados musulmanes que, tras la caída de Irak y Afganistán, son los únicos supervivientes del radicalismo islamista y que se juegan la supervivencia en su enfrentamiento con los paises que defienden el sistema de vida occidental.
Es probable que la guerra continúe cuando Israel y sus aliados terminen de convencerse de que nunca será posible establecer una tregua estable en Oriente Próximo sin que desaparezcan antes el régimen iraní de los ayatolas y la dictadura baasista siria, los dos más genuinos representantes de los que muchos intelectuales occidentales llaman ya, sin complejos, el “fascismo islamista”.
No es viable una paz tranquila para Israel y Occidente mientras que Teherán siga en manos de ayatolas iluminados y obsesionados por exportar militarmente el islamismo radical e, incluso, de dotarse de armamento nuclear para conseguir esa expansión forzosa de su concepción medieval de la vida y de la religión.
El frente de combate occidental se está debilitando dia a día porque los líderes de los dos gobiernos más conscientes del peligro que afronta la cultura occidental, Bush en Estados Unidos y Blair en Gran Bretaña, están a punto de terminar sus respectivos mandatos. Esa circunstancia concreta, la del ocaso de esos dos dirigentes políticos, ha hecho posible que la lucha contra Siria e Iran se suavice y pierda fuelle.
Siria estaba aterrorizada tras la caída de Sadam Husseim y la anacrónica dictadura de Assad hasta hizo propósitos de enmienda ante la comunidad internacional cuando la coalición occidental invadió Irak, su gran aliado. Pero ahora está envalentonada y hasta se atreve a amenazar con lanzar una guerra contra Israel para recuperar los altos del Golán, territorio estratégico que perdió en la guerra del Yön Kippur (1973).
Siria e Iran son hoy los principales enemigos no sólo de Occidente, sino también de esa parte del mundo árabe que ha guardado un prudente silencio durante todo el conflicto reciente entre Israel y Hezbolá: Egipto, Jordania, Irak y hasta Arabia Saudita, beligerantes en las anteriores guerras árabe-israelies. Y han guardado silencio porque esos países también se sienten amenazados por la furia jihadista extrema que se teledirige desde Teherán y Damasco, el cual no sólo ha golpeado en Nueva York, Madrid y Londres, sino también en ciudades árabes como Estambul, Sharm el Sheikh, Riad, Bali y, diariamente, en Afganistán e Irak.
Tras la reciente guerra entre Israel y Hezbolá se ve más claro que el enfrentamiento vigente no es entre la cultura occidental y la musulmana, como los extremistas pretender hacer ver, sino entre una concepción liberal y democrática de la vida y un fanatismo medieval impulsado no desde “todo” el mundo árabe, ni desde “toda” la cultura islámica, sino, exclusivamente, desde el “fascismo” islamista de Teherán y Damasco.
La estrategia de Iran y de Siria ha quedado desvelada: convertir el Líbano en un nuevo Irak, logrando así el tiempo necesario para dotarse de armas nucleares, el aditivo imprescindible para que el terrorismo que patrocinan sea realmente aterrorizante.La situación en el Líbano es hoy parecida a la existente en Irak. En ambos paises existen gobiernos democráticos débiles, incapaces de resistir al terrorismo y al activismo enloquecido de sus vecinos, según acaba de escribir Mohammed Fadhil en The Wall Street Journal.
Los errores son antiguos, pero el error más grave, el que prendió la mecha de la actual guerra, ocurrió el pasado año, cuando el Libano experimentaba la libertad y la ilusión, después de que la ONU acusara a régimen sirio del asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri. Entonces, las potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos y Francia, se contentaron con la retirada del ejército de ocupación sirio del Líbano, sin advertir que las milicias armadas de Hezbolá iban a ser utilizadas por Teherán y Damasco como punta de lanza y quinta columna del terror.
El momento elegido era óptimo para el fascismo islamista, con Bush y Blair bajos en popularidad y en retirada, mientras Ariel Sharon agonizaba en el hospital.
La prospectiva es negra y el futuro emerge más amenazante que nunca. El grueso de los analistas norteamericanos sostienen que Occidente tendrá que hacer frente, tarde o temprano, al binomio del terror que representan Iran y Siria, y es mejor hacerlo con armas convencionales, ahora que es posible, que con armas atómicas.
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