Nos encontramos ante un libro de los llamados de hondo calado por cuanto aporta en su contenido, teniendo, dentro del rigor, una fluidez ensayística y estando escrito desde la serenidad vital de un profesional en su madurez; se refleja en su subtítulo: "Periodismo y relaciones pervertidas con el poder".
El periodista Daniel Ruiz ya define al autor en el Prólogo a la obra: “Mago de la Comunicación, a todos los niveles y en todos los ámbitos. Integral, lo llaman”.
Una obra que sale de un periodista con un bagaje universal vivido en distintos continentes e imbuido del transcurrir ejercitante y de la teoría desde el método científico pues se doctoró en la cincuentena de la vida por aquello del acceso/aumento del Conocimiento, lo cual se nota a lo largo del rigor sistemático del planteamiento narrativo a lo largo de las páginas de esta edición que comentamos y en la que escribe: “Creíamos que íbamos a evolucionar desde la Sociedad de la Información a la Sociedad del Conocimiento, pero no ha sido así porque estamos evolucionando hacia la Sociedad de la Confusión. Creíamos que la inmensa cantidad de información disponible y el libre acceso a la creatividad, el pensamiento, los fondos y bases de datos a través de internet, iban a crear sociedades más inteligentes y ciudadanos mejor informados y más libres y ocurre justo lo contrario porque estamos cada día más confundidos, embrutecidos y aborregados”.
Rubiales ya en el inicio deja patente el poder de la prensa: “Desde su nacimiento, el Periodismo moderno ha sido poderoso. Algunas veces ha podido escribir la Historia y hasta quitar y poner gobiernos, sobrepasando su poder natural, que es la de informar, defender la verdad, fiscalizar a los grandes poderes y ser testigo y notario de los acontecimientos relevantes”, matizando: “Ahora, en el siglo XXI, el poder mediático ha crecido y suele asumir también el papel de árbitro, constructor y destructor. Nunca antes el poder de los Medios fue tan grande”. Una continuidad de párrafos, ordenados, pautados, vertebrados para ahondar en análisis y posicionamientos de políticos (hienas) y periodistas (buitres).
El autor vaticina: “La Prensa de papel, en apariencia agonizante, tiene un gran sitio en el mundo futuro porque, poco a poco, se convertirá en la gran referencia de verdad y solvencia, en el faro que proporcione a los lectores y a la opinión pública las certezas y seguridades que les arrebatarán cada día los océanos de mentiras y manipulaciones que inundan el planeta de la información y la opinión”. Tras precisar sobre el número de periodistas que, en los años llamados de la crisis en la primera y segunda década del siglo actual, han perdido su trabajo, alega: “Un periodista que ve peligrar su puesto de trabajo tiene miedo y un periodista con miedo no puede ejercer con garantías el oficio de contar la verdad”, remarcando: “El que no tiene la intención de contar la verdad no es un periodista, sino un tipo asustado y con alma predispuesta a trabajar como mercenario, incluso a sueldo del hampa”.
Un continuo analizar la situación del Periodismo dentro del contexto mundial, patentizando que las élites manejan y presionan para que la burguesía superviva sin que los periodistas obtengan identidad sino que se incida en la opinión pública como generadora de un tiempo real y consciente de su canalización social para no desembocar en la dictadura universal donde el poder encontraría una nueva temporalidad. Leemos: “El Periodismo, por desgracia, es una de las actividades más contaminadas por la plaga de la posverdad”. Remarca y matiza como actualmente los estratos sociales están desinformados dentro de la amplia conectividad en que habitamos, dejando párrafos en torno a que los grandes poderes se alertarían y procederían de manera distinta si el Periodismo procediera al fin, que ya ejercitó en el pasado, de contar y profundizar en los entresijos y posible miserias que del poder oligárquico y desenfrenado/indecente.
Un apartado del libro se denomina “Los escuderos” y se refiere a quienes se ponen/están al servicio de los grupos poderosos y dominantes, planteando la vertebración de quienes dedican sus horas a la influencia de sus ideas para dirigir la opinión pública hacia sectores que no perjudiquen a los generadores y controladores del vivir ciudadano. Al Periodismo actual le ubica en campo que debe “iluminar el mundo” ejerciendo su función con cometido “veraz y con criterios decentes, fraguados en el libre pensamiento y análisis implacable”. Considera que si esas acciones se dieran los poderosos paralizarían sus dinámicas o retrocederían al proyectarse su descubrimiento. Sin embargo, carga todo el cometido en el periodista para corregir o devaluar el poderío de quienes lo ejercen en grupos de poder, llegando a considerar que algunos hasta están en connivencia con los poderosos; no apreciamos en ningún momento de la obra que dirija la climación hacia los dueños de los Medios de Comunicación, aunque defienda que el profesional ha de estar bien retribuido para que se sienta seguro, pues la estructura empresarial es la conductora del producto y por consiguiente del mensaje comunicativo; fundamentaríamos que salvo algunos periodistas ombliguistas, la mayoría se sienten asalariados de una empresa que se aprovecha de los altibajos de la economía y cuyos dirigentes fluyen engarzados más allá de los Medios con esos grupos de poder universal, haciendo que se defiendan, a veces, los Derechos Humanos en sus espacios periodísticos para después en la práctica no asumirlos.
Habla de Prensa libre en el capítulo sobre “Periodismo mercenario”, sobre ese profesional que se ve empujado a alquilar su “inteligencia y su pluma a los grandes poderes”, cuando ha de imponerse “a través de la información veraz y libre, la disciplina y la ley a los poderes públicos” y a los que “se mueven en las sombras, cuya afición al despotismo y la mentira parece insaciable”. Plantea y desmenuza argumentos en razón y búsqueda de ese Periodismo que desarrolle un ambiente óptimo donde no crezca la corrupción. Sin embargo, toda dinámica la sigue posibilitando en la fuerza del periodista, quien –insisto- seguirá siendo un asalariado cualificado, si quiere ejercer su quehacer, al servicio estructural de una empresa de Comunicación a la que hay que demandar principios y valores para un nuevo tiempo social, aunque reconoce que “la plena libertad de Prensa no existe en casi ningún país del mundo”.
Nos alegra acceder a los apartados donde se habla sobre el silencio y se concreta en torno al mismo: “La peor forma de censura es el silencio, sea voluntario o impuesto”. Se defienden los conceptos de independencia y libertad, proponiéndose que quienes no la ejerzan hasta pudiesen ser expulsados de las Asociaciones de la Prensa, al igual que ser periodista en plenitud de periodista y “agitador”, quedando sin contestación el cómo se puede ser independiente en el ejercicio del Periodismo si ningún empresario compra el mensaje y por consiguiente no se tiene la crematística individual para la supervivencia...
Un jugoso libro donde los políticos sí que son hienas al servicio de la oligarquía y donde los periodistas más que buitres, a pesar de quedar ubicados y con movilidad certera y precisa, son otra especie, limpia y sincera, que realiza su trabajo en la libertad que la sociedad le otorga y que le condiciona la empresa que lo contrata. A lo mejor quienes no se atreven a aullar a los propietarios de los Medios son los viejos periodistas que se acomodaron al servicio del poder mediático y de sus alianzas con los grupos oligárquicos del planeta Tierra, sirviéndoles en sus pervivencias a través de la Comunicología.
María Concepción Turón-Padial
El periodista Daniel Ruiz ya define al autor en el Prólogo a la obra: “Mago de la Comunicación, a todos los niveles y en todos los ámbitos. Integral, lo llaman”.
Una obra que sale de un periodista con un bagaje universal vivido en distintos continentes e imbuido del transcurrir ejercitante y de la teoría desde el método científico pues se doctoró en la cincuentena de la vida por aquello del acceso/aumento del Conocimiento, lo cual se nota a lo largo del rigor sistemático del planteamiento narrativo a lo largo de las páginas de esta edición que comentamos y en la que escribe: “Creíamos que íbamos a evolucionar desde la Sociedad de la Información a la Sociedad del Conocimiento, pero no ha sido así porque estamos evolucionando hacia la Sociedad de la Confusión. Creíamos que la inmensa cantidad de información disponible y el libre acceso a la creatividad, el pensamiento, los fondos y bases de datos a través de internet, iban a crear sociedades más inteligentes y ciudadanos mejor informados y más libres y ocurre justo lo contrario porque estamos cada día más confundidos, embrutecidos y aborregados”.
Rubiales ya en el inicio deja patente el poder de la prensa: “Desde su nacimiento, el Periodismo moderno ha sido poderoso. Algunas veces ha podido escribir la Historia y hasta quitar y poner gobiernos, sobrepasando su poder natural, que es la de informar, defender la verdad, fiscalizar a los grandes poderes y ser testigo y notario de los acontecimientos relevantes”, matizando: “Ahora, en el siglo XXI, el poder mediático ha crecido y suele asumir también el papel de árbitro, constructor y destructor. Nunca antes el poder de los Medios fue tan grande”. Una continuidad de párrafos, ordenados, pautados, vertebrados para ahondar en análisis y posicionamientos de políticos (hienas) y periodistas (buitres).
El autor vaticina: “La Prensa de papel, en apariencia agonizante, tiene un gran sitio en el mundo futuro porque, poco a poco, se convertirá en la gran referencia de verdad y solvencia, en el faro que proporcione a los lectores y a la opinión pública las certezas y seguridades que les arrebatarán cada día los océanos de mentiras y manipulaciones que inundan el planeta de la información y la opinión”. Tras precisar sobre el número de periodistas que, en los años llamados de la crisis en la primera y segunda década del siglo actual, han perdido su trabajo, alega: “Un periodista que ve peligrar su puesto de trabajo tiene miedo y un periodista con miedo no puede ejercer con garantías el oficio de contar la verdad”, remarcando: “El que no tiene la intención de contar la verdad no es un periodista, sino un tipo asustado y con alma predispuesta a trabajar como mercenario, incluso a sueldo del hampa”.
Un continuo analizar la situación del Periodismo dentro del contexto mundial, patentizando que las élites manejan y presionan para que la burguesía superviva sin que los periodistas obtengan identidad sino que se incida en la opinión pública como generadora de un tiempo real y consciente de su canalización social para no desembocar en la dictadura universal donde el poder encontraría una nueva temporalidad. Leemos: “El Periodismo, por desgracia, es una de las actividades más contaminadas por la plaga de la posverdad”. Remarca y matiza como actualmente los estratos sociales están desinformados dentro de la amplia conectividad en que habitamos, dejando párrafos en torno a que los grandes poderes se alertarían y procederían de manera distinta si el Periodismo procediera al fin, que ya ejercitó en el pasado, de contar y profundizar en los entresijos y posible miserias que del poder oligárquico y desenfrenado/indecente.
Un apartado del libro se denomina “Los escuderos” y se refiere a quienes se ponen/están al servicio de los grupos poderosos y dominantes, planteando la vertebración de quienes dedican sus horas a la influencia de sus ideas para dirigir la opinión pública hacia sectores que no perjudiquen a los generadores y controladores del vivir ciudadano. Al Periodismo actual le ubica en campo que debe “iluminar el mundo” ejerciendo su función con cometido “veraz y con criterios decentes, fraguados en el libre pensamiento y análisis implacable”. Considera que si esas acciones se dieran los poderosos paralizarían sus dinámicas o retrocederían al proyectarse su descubrimiento. Sin embargo, carga todo el cometido en el periodista para corregir o devaluar el poderío de quienes lo ejercen en grupos de poder, llegando a considerar que algunos hasta están en connivencia con los poderosos; no apreciamos en ningún momento de la obra que dirija la climación hacia los dueños de los Medios de Comunicación, aunque defienda que el profesional ha de estar bien retribuido para que se sienta seguro, pues la estructura empresarial es la conductora del producto y por consiguiente del mensaje comunicativo; fundamentaríamos que salvo algunos periodistas ombliguistas, la mayoría se sienten asalariados de una empresa que se aprovecha de los altibajos de la economía y cuyos dirigentes fluyen engarzados más allá de los Medios con esos grupos de poder universal, haciendo que se defiendan, a veces, los Derechos Humanos en sus espacios periodísticos para después en la práctica no asumirlos.
Habla de Prensa libre en el capítulo sobre “Periodismo mercenario”, sobre ese profesional que se ve empujado a alquilar su “inteligencia y su pluma a los grandes poderes”, cuando ha de imponerse “a través de la información veraz y libre, la disciplina y la ley a los poderes públicos” y a los que “se mueven en las sombras, cuya afición al despotismo y la mentira parece insaciable”. Plantea y desmenuza argumentos en razón y búsqueda de ese Periodismo que desarrolle un ambiente óptimo donde no crezca la corrupción. Sin embargo, toda dinámica la sigue posibilitando en la fuerza del periodista, quien –insisto- seguirá siendo un asalariado cualificado, si quiere ejercer su quehacer, al servicio estructural de una empresa de Comunicación a la que hay que demandar principios y valores para un nuevo tiempo social, aunque reconoce que “la plena libertad de Prensa no existe en casi ningún país del mundo”.
Nos alegra acceder a los apartados donde se habla sobre el silencio y se concreta en torno al mismo: “La peor forma de censura es el silencio, sea voluntario o impuesto”. Se defienden los conceptos de independencia y libertad, proponiéndose que quienes no la ejerzan hasta pudiesen ser expulsados de las Asociaciones de la Prensa, al igual que ser periodista en plenitud de periodista y “agitador”, quedando sin contestación el cómo se puede ser independiente en el ejercicio del Periodismo si ningún empresario compra el mensaje y por consiguiente no se tiene la crematística individual para la supervivencia...
Un jugoso libro donde los políticos sí que son hienas al servicio de la oligarquía y donde los periodistas más que buitres, a pesar de quedar ubicados y con movilidad certera y precisa, son otra especie, limpia y sincera, que realiza su trabajo en la libertad que la sociedad le otorga y que le condiciona la empresa que lo contrata. A lo mejor quienes no se atreven a aullar a los propietarios de los Medios son los viejos periodistas que se acomodaron al servicio del poder mediático y de sus alianzas con los grupos oligárquicos del planeta Tierra, sirviéndoles en sus pervivencias a través de la Comunicología.
María Concepción Turón-Padial
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