Nadie esperaba que un político como el peruano Alan García, que hace tres décadas abandonó la presidencia de Perú desprestigiado y dejando atrás una sociedad peruana asqueada por su corrupción, pudiera regresar como aspirante a presidir nuevamente su país, algo que podría conseguir sorprendentemente gracias al voto de sus conciudadanos.
Mucho ha debido envilecerse la política peruana para que pueda retornar como candidato Alan García, el mismo que en 1992, dos años después de concluir su mandato, tuvo que asilarse en Colombia –y luego en Francia–, para escapar a órdenes de arresto cursadas por enriquecimiento ilícito, cohecho y responsabilidad en acciones represivas en las cárceles peruanas, durante su gobierno.
El caso peruano aparece como típico en los manuales democráticos: cuando todas las ofertas políticas están envilecidas, lo que está fallando es el sistema y lo que procede es votar en blanco, que es la major opción cuando se es demócrata y las ofertas y programas no tienen suficiente dignidad cívica. Pero la palestra peruana es tan apasionante, que los votantes demócratas prefieren votar al menos malo, quizás con la nariz tapada, sólo para evitar que gobierne el peor. Sin embargo, el verdadero problema consiste en saber cual de los dos candidatos es el menos malo.
Alan García, socialdemócrata, uno de los políticos que más han desprestigiado a la izquierda populista en América Latina, es también culpable de haber llevado a Perú hasta la bancarrota, con un nivel de inflación superior al dos mil por ciento y con una moneda que, de tanto devaluarse, tuvo que cambiar dos veces de nombre.
Los peruanos más conscientes están desesperados porque la historia les obliga a tener que elegir entre el corrupto y desprestigiado Alan García y el peligroso candidato nacionalista Ollanta Humala, del que esperan que se convierta, si gana las elecciones, en un líder autoritario, populista, vengativo y antidemócrata.
Hasta Mario Vargas Llosa ha tenido que ofrecerle su apoyo a García, a quien desprecia políticamente, sólo para evitar el triunfo de Humala.
El más terrible de los destinos políticos obligará a los peruanos a elegir entre dos malos candidatos, lo que oscurece profundamente el futuro del país. Deberán optar por una de las dos versiones del populismo que están a las puertas de la Presidencia: la del militar que se rebeló contra Alberto Fujimori, hace seis años, ahora lider de un partido improvisado que promete alianzas con Castro y Hugo Chavez y que dice que defenderá a Perú de los intereses extranjeros, como si el verdadero problema peruano no fueran lo mal representado que están sus propios intereses nacionales, y la del político que llegó al poder como heredero del legendario Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador del Apra, pero cuya pésima y corrupta gestión como presidente destrozó a un país que, ya desquiciado y sin esperanzas, se echó en brazos del "fujimorismo".
¡Dios salve a Perú!
Mucho ha debido envilecerse la política peruana para que pueda retornar como candidato Alan García, el mismo que en 1992, dos años después de concluir su mandato, tuvo que asilarse en Colombia –y luego en Francia–, para escapar a órdenes de arresto cursadas por enriquecimiento ilícito, cohecho y responsabilidad en acciones represivas en las cárceles peruanas, durante su gobierno.
El caso peruano aparece como típico en los manuales democráticos: cuando todas las ofertas políticas están envilecidas, lo que está fallando es el sistema y lo que procede es votar en blanco, que es la major opción cuando se es demócrata y las ofertas y programas no tienen suficiente dignidad cívica. Pero la palestra peruana es tan apasionante, que los votantes demócratas prefieren votar al menos malo, quizás con la nariz tapada, sólo para evitar que gobierne el peor. Sin embargo, el verdadero problema consiste en saber cual de los dos candidatos es el menos malo.
Alan García, socialdemócrata, uno de los políticos que más han desprestigiado a la izquierda populista en América Latina, es también culpable de haber llevado a Perú hasta la bancarrota, con un nivel de inflación superior al dos mil por ciento y con una moneda que, de tanto devaluarse, tuvo que cambiar dos veces de nombre.
Los peruanos más conscientes están desesperados porque la historia les obliga a tener que elegir entre el corrupto y desprestigiado Alan García y el peligroso candidato nacionalista Ollanta Humala, del que esperan que se convierta, si gana las elecciones, en un líder autoritario, populista, vengativo y antidemócrata.
Hasta Mario Vargas Llosa ha tenido que ofrecerle su apoyo a García, a quien desprecia políticamente, sólo para evitar el triunfo de Humala.
El más terrible de los destinos políticos obligará a los peruanos a elegir entre dos malos candidatos, lo que oscurece profundamente el futuro del país. Deberán optar por una de las dos versiones del populismo que están a las puertas de la Presidencia: la del militar que se rebeló contra Alberto Fujimori, hace seis años, ahora lider de un partido improvisado que promete alianzas con Castro y Hugo Chavez y que dice que defenderá a Perú de los intereses extranjeros, como si el verdadero problema peruano no fueran lo mal representado que están sus propios intereses nacionales, y la del político que llegó al poder como heredero del legendario Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador del Apra, pero cuya pésima y corrupta gestión como presidente destrozó a un país que, ya desquiciado y sin esperanzas, se echó en brazos del "fujimorismo".
¡Dios salve a Perú!
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