“El día que el género humano conozca que su verdadera gloria consiste en la virtud mirará con tedio a los que tanto le pasman ahora”.
José Cadalso
El menda lerenda confió, pero ya no se fía ni volverá a confiar nunca más en los gerifaltes que prometen el oro y el moro (con perdón) y hasta el paraíso, porque ése es el medio más corto o raudo o “camino más seguro”, urdiría quizás Karl Popper, para acabar con equis vidas de inocentes y cavar su propia fosa en el infierno. Y es que, desde que “Otramotro” leyera in illo témpore “La peste”, de Albert Camus, con cierta frecuencia recuerda su párrafo final: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa”.
En la Cámara vasca, donde, de cuando en vez, se aprueba una moción que da bascas, donde, de vez en cuando, se acuerda una declaración institucional que da asco, ahora se pretende la cuadratura del círculo, una paz “sin vencedores ni vencidos”, algo que, si viviera Aristóteles, llamaría, sin dudarlo un segundo, por su nombre, entelequia.
Los etarras, las (er)ratas, están más cerca de los mafiosos sicilianos y los camorristas napolitanos en sus comportamientos, en la praxis de su ideario, que de auténticos (rei)vindicadores de la independencia de Euskal Herría.
ETA, muerto Franco, es un anacronismo, una antigualla.
En este mal llamado “proceso de paz” (en cuyos antecedentes guerreaban por su cuenta y riesgo los delincuentes), entreveo más una propensión a la procesión de cesiones a los malhechores que cualquier otra cosa.
En el caso de que ETA decida abandonar definitivamente la lucha armada, convendría que supiera y tuviera claro, al menos, dos cuestiones capitales, éstas; una, que la memoria de quienes cayeron bajo el terror no puede ser hollada (o sea, que las víctimas no pueden ser revíctimas o rematadas), y dos, que los vencedores, los deudos y amigos de las víctimas terroristas, sabrán ser generosos con quienes se hayan hecho dignos acreedores a su perdón. Y es que, como dijo el “Mahatma” Gandhi, “no hay caminos para la paz; la paz es el camino”.
Ángel Sáez García
José Cadalso
El menda lerenda confió, pero ya no se fía ni volverá a confiar nunca más en los gerifaltes que prometen el oro y el moro (con perdón) y hasta el paraíso, porque ése es el medio más corto o raudo o “camino más seguro”, urdiría quizás Karl Popper, para acabar con equis vidas de inocentes y cavar su propia fosa en el infierno. Y es que, desde que “Otramotro” leyera in illo témpore “La peste”, de Albert Camus, con cierta frecuencia recuerda su párrafo final: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa”.
En la Cámara vasca, donde, de cuando en vez, se aprueba una moción que da bascas, donde, de vez en cuando, se acuerda una declaración institucional que da asco, ahora se pretende la cuadratura del círculo, una paz “sin vencedores ni vencidos”, algo que, si viviera Aristóteles, llamaría, sin dudarlo un segundo, por su nombre, entelequia.
Los etarras, las (er)ratas, están más cerca de los mafiosos sicilianos y los camorristas napolitanos en sus comportamientos, en la praxis de su ideario, que de auténticos (rei)vindicadores de la independencia de Euskal Herría.
ETA, muerto Franco, es un anacronismo, una antigualla.
En este mal llamado “proceso de paz” (en cuyos antecedentes guerreaban por su cuenta y riesgo los delincuentes), entreveo más una propensión a la procesión de cesiones a los malhechores que cualquier otra cosa.
En el caso de que ETA decida abandonar definitivamente la lucha armada, convendría que supiera y tuviera claro, al menos, dos cuestiones capitales, éstas; una, que la memoria de quienes cayeron bajo el terror no puede ser hollada (o sea, que las víctimas no pueden ser revíctimas o rematadas), y dos, que los vencedores, los deudos y amigos de las víctimas terroristas, sabrán ser generosos con quienes se hayan hecho dignos acreedores a su perdón. Y es que, como dijo el “Mahatma” Gandhi, “no hay caminos para la paz; la paz es el camino”.
Ángel Sáez García