Pedro Sánchez no es un tirano corrompido que ha surgido de la nada y ha alcanzado el poder para desgracia de España. Él, al igual que Rajoy, Zapatero, Aznar y Felipe González, todos ellos malos presidentes y maltratadores de España, son productos criados y macerados en unas organizaciones llamadas partidos políticos, que son los grandes culpables de la profunda decadencia y del grave deterioro de España.
Los partidos políticos nacieron, en teoría, con el fin de facilitar la participación de los ciudadanos en la política o, dicho de otro modo, para servir de intermediarios entre la sociedad y el poder, llevando con autoridad los deseos del pueblo hasta el gobierno. Pero la experiencia demostró que eran organizaciones nocivas y peligrosas, promotores de discordias, conflictos, dramas, desigualdad, injusticia, tiranía y decadencia.
La humanidad siempre ha desconfiado de los partidos, desde el principio de la Historia. Los tiranos egipcios, persas, babilonios, y de otros pueblos antiguos no los toleraban y a los que querían crearlos les cortaban la cabeza. En la Grecia democrática estaban prohibidos y en la Roma republicana e imperial fueron perseguidos. La Revolución Francesa los prohibió, al igual que la naciente nación americana, primera democracia del mundo moderno, cuyos padres fundadores desconfiaban de ellos. Los argumento contra ellos siempre fueron los mismos: lucharían no por el bien común, sino por su propio beneficio y serían "parte" y no "todo", lo que contribuiría a despedazar la sociedad y las naciones.
De aquellos idílicos partidos-puentes ya no queda nada. Los partidos descubrieron pronto que les convenía más estar donde el Estado y decidieron que era más rentable "dominar" al ciudadano que representarlo ante el poder. Hoy ya han abandonado al ciudadano y se han incorporado tanto al Estado que se han apoderado de sus estructuras y recursos. Con ese comportamiento traidor, también han abandonado la democracia.
El blog La República Constitucional explica esa gran tragedia para la ciudadanía con rara precisión:
Finalizada la guerra mundial, el miedo a un retorno de las ideologías totalitarias, motivó el blindaje del Estado con normas constitucionales que, suprimiendo la representación política mediante el sistema proporcional, convirtieron a los partidos en órganos estatales y en titulares del poder constituyente (soberanía), reservándoles la potencia de reformar la Constitución. Afamados juristas alemanes defendieron la supresión de la representación política, en favor de la democracia directa que suponía, para ellos, la integración de las masas en el Estado de Partidos. Y sucedió lo que tenia que suceder, conforme a la naturaleza de un poder incontrolado.
La integración de los partidos de masas en el Estado no produce la de las masas, sino la de los partidos, y éstos no conforman la voluntad general, sino la voluntad de poder de la clase política. Su transformación en órganos estatales los hace enemigos de la libertad y amigos del orden público. La falta de representación de la sociedad separa el país oficial del país real. Un mismo afán estatal une a los partidos en un consenso negador de la política y de la posibilidad de control del poder. La justicia sobre lo político se imparte en función de las cuotas judiciales de partido. La corrupción no la causa la débil moralidad de los gobernantes, sino la impunidad de sus crímenes. La conciencia nacional se disuelve en convenios de reparto del poder territorial entre ambiciones nacionalistas. Y la información de la verdad no tiene espacio en unos medios de comunicación que viven pendientes de los favores empresariales de los partidos estatales.
Una de las claves del actual drama español es que los partidos políticos otorgan altas responsabilidades a quienes no están preparados para ejercerlas. Pedro Sánchez es un mal presidente, pero habría sido un buen dependiente en El Corte Inglés, Ábalos, un buen portero de discoteca e Iglesias, un aceptable cuentacuentos de feria.
Cualquier país moderno que quiera ser libre y prosperar, tiene que prohibir los partidos políticos o sujetarlos con fuerza, limitando sus poderes y sometiéndolos a leyes y controles democráticos de gran fortaleza. España cometió un error fatal al aprobar una constitución en 1978 que depositaba en los partidos casi todo el poder, sin los controles, frenos y contrapesos que la democracia exige para sujetar y someter al monstruo totalitario que anida en el interior de esas organizaciones.
Francisco Rubiales
Los partidos políticos nacieron, en teoría, con el fin de facilitar la participación de los ciudadanos en la política o, dicho de otro modo, para servir de intermediarios entre la sociedad y el poder, llevando con autoridad los deseos del pueblo hasta el gobierno. Pero la experiencia demostró que eran organizaciones nocivas y peligrosas, promotores de discordias, conflictos, dramas, desigualdad, injusticia, tiranía y decadencia.
La humanidad siempre ha desconfiado de los partidos, desde el principio de la Historia. Los tiranos egipcios, persas, babilonios, y de otros pueblos antiguos no los toleraban y a los que querían crearlos les cortaban la cabeza. En la Grecia democrática estaban prohibidos y en la Roma republicana e imperial fueron perseguidos. La Revolución Francesa los prohibió, al igual que la naciente nación americana, primera democracia del mundo moderno, cuyos padres fundadores desconfiaban de ellos. Los argumento contra ellos siempre fueron los mismos: lucharían no por el bien común, sino por su propio beneficio y serían "parte" y no "todo", lo que contribuiría a despedazar la sociedad y las naciones.
De aquellos idílicos partidos-puentes ya no queda nada. Los partidos descubrieron pronto que les convenía más estar donde el Estado y decidieron que era más rentable "dominar" al ciudadano que representarlo ante el poder. Hoy ya han abandonado al ciudadano y se han incorporado tanto al Estado que se han apoderado de sus estructuras y recursos. Con ese comportamiento traidor, también han abandonado la democracia.
El blog La República Constitucional explica esa gran tragedia para la ciudadanía con rara precisión:
Finalizada la guerra mundial, el miedo a un retorno de las ideologías totalitarias, motivó el blindaje del Estado con normas constitucionales que, suprimiendo la representación política mediante el sistema proporcional, convirtieron a los partidos en órganos estatales y en titulares del poder constituyente (soberanía), reservándoles la potencia de reformar la Constitución. Afamados juristas alemanes defendieron la supresión de la representación política, en favor de la democracia directa que suponía, para ellos, la integración de las masas en el Estado de Partidos. Y sucedió lo que tenia que suceder, conforme a la naturaleza de un poder incontrolado.
La integración de los partidos de masas en el Estado no produce la de las masas, sino la de los partidos, y éstos no conforman la voluntad general, sino la voluntad de poder de la clase política. Su transformación en órganos estatales los hace enemigos de la libertad y amigos del orden público. La falta de representación de la sociedad separa el país oficial del país real. Un mismo afán estatal une a los partidos en un consenso negador de la política y de la posibilidad de control del poder. La justicia sobre lo político se imparte en función de las cuotas judiciales de partido. La corrupción no la causa la débil moralidad de los gobernantes, sino la impunidad de sus crímenes. La conciencia nacional se disuelve en convenios de reparto del poder territorial entre ambiciones nacionalistas. Y la información de la verdad no tiene espacio en unos medios de comunicación que viven pendientes de los favores empresariales de los partidos estatales.
Una de las claves del actual drama español es que los partidos políticos otorgan altas responsabilidades a quienes no están preparados para ejercerlas. Pedro Sánchez es un mal presidente, pero habría sido un buen dependiente en El Corte Inglés, Ábalos, un buen portero de discoteca e Iglesias, un aceptable cuentacuentos de feria.
Cualquier país moderno que quiera ser libre y prosperar, tiene que prohibir los partidos políticos o sujetarlos con fuerza, limitando sus poderes y sometiéndolos a leyes y controles democráticos de gran fortaleza. España cometió un error fatal al aprobar una constitución en 1978 que depositaba en los partidos casi todo el poder, sin los controles, frenos y contrapesos que la democracia exige para sujetar y someter al monstruo totalitario que anida en el interior de esas organizaciones.
Francisco Rubiales
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