Los "malos españoles" están en todas partes, pero el pueblo los señala, sobre todo, en la clase política.
Los ciudadanos creen que lo peor de España se concentra en tres grandes grupos: delincuentes, políticos y periodistas. En los primeros años de la democracia, políticos y periodistas eran los profesionales más admirados y respetados, pero hoy son los más detestados, lo que demuestra el profundo deterioro de esos dos colectivos en la España actual.
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Malos españoles son los que quieren romper España desde Cataluña, sembrando violencia y odio, burlando las leyes y avanzando con demencia hacia una guerra civil, los que destruyeron el barrio madrileño de Lavapiés porque un mantero senegalés se desplomó y murió de un ataque al corazón, acusando falsamente a la policía de haberlo matado, como también lo es aquella catalana que fingió que la policía le había roto los dedos, o la asesina de Gabriel y muchos otros energúmenos atiborrados de odio y delito que abundan por las tierras de España.
Pero lo sorprendente y novedoso es que el pueblo español incluya en el grupo de los malos a políticos y periodistas, que, al amparo de su influencia y de partidos políticos corrompidos, han alcanzado las altas esferas del poder y desde allí están causando grandes daños a España.
La corrupción, la mentira, las leyes inocuas, las injusticias, robos y todo tipo de abusos de los poderosos están generando un ambiente de insatisfacción, rechazo a la política, descrédito de la democracia y odio a los que mandan, un clima intensamente peligroso y dañino que pone en peligro el futuro de España.
Recuerdo al viejo presidente italiano Pertini diciéndome, en el trascurso de una cena con periodistas celebrada en mi casa de Roma, a finales de 1982, que lo peor que puede ocurrirle a una nación es que sus peores hijos tomen el poder, advirtiendo que cuando eso ocurre sólo las revoluciones y las limpiezas a fondo pueden erradicar el mal.
Los delincuentes de poca monta y los malos españoles de infantería son poca cosa comparados con los malos españoles encaramados en el poder. Esos han convertido la corrupción en la sangre del sistema y la injusticia y el abuso son su dieta diaria, mientras que España y su pueblo son sus víctimas maltratadas, destrozadas por los impuestos injustos, la pobreza, la desigualdad, la mentira y mil formas distintas de abuso de poder, un comportamiento delictivo y cruel que envenena, debilita y mata a España.
Lo único que los malos españoles temen es a la policia honrada, a las leyes que castigan el delito y a los jueces justos. No temen a los políticos, porque están paralizados por la corrupción, ni al pueblo, desarmado por la propaganda, la clase política y la desmoralización.
Los malos españoles, tanto los de poca monta como aquellos que logran influir y gobernar, están de fiesta hoy, después de que uno de los castigos más temibles de la legislación española, el de la prisión permanente revisable, esté a punto de ser suprimido gracias al voto desleal con España de los partidos socialista, Podemos y el nacionalismo que odia a España, en esta ocasión representado por el PNV.
Francisco Rubiales
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Malos españoles son los que quieren romper España desde Cataluña, sembrando violencia y odio, burlando las leyes y avanzando con demencia hacia una guerra civil, los que destruyeron el barrio madrileño de Lavapiés porque un mantero senegalés se desplomó y murió de un ataque al corazón, acusando falsamente a la policía de haberlo matado, como también lo es aquella catalana que fingió que la policía le había roto los dedos, o la asesina de Gabriel y muchos otros energúmenos atiborrados de odio y delito que abundan por las tierras de España.
Pero lo sorprendente y novedoso es que el pueblo español incluya en el grupo de los malos a políticos y periodistas, que, al amparo de su influencia y de partidos políticos corrompidos, han alcanzado las altas esferas del poder y desde allí están causando grandes daños a España.
La corrupción, la mentira, las leyes inocuas, las injusticias, robos y todo tipo de abusos de los poderosos están generando un ambiente de insatisfacción, rechazo a la política, descrédito de la democracia y odio a los que mandan, un clima intensamente peligroso y dañino que pone en peligro el futuro de España.
Recuerdo al viejo presidente italiano Pertini diciéndome, en el trascurso de una cena con periodistas celebrada en mi casa de Roma, a finales de 1982, que lo peor que puede ocurrirle a una nación es que sus peores hijos tomen el poder, advirtiendo que cuando eso ocurre sólo las revoluciones y las limpiezas a fondo pueden erradicar el mal.
Los delincuentes de poca monta y los malos españoles de infantería son poca cosa comparados con los malos españoles encaramados en el poder. Esos han convertido la corrupción en la sangre del sistema y la injusticia y el abuso son su dieta diaria, mientras que España y su pueblo son sus víctimas maltratadas, destrozadas por los impuestos injustos, la pobreza, la desigualdad, la mentira y mil formas distintas de abuso de poder, un comportamiento delictivo y cruel que envenena, debilita y mata a España.
Lo único que los malos españoles temen es a la policia honrada, a las leyes que castigan el delito y a los jueces justos. No temen a los políticos, porque están paralizados por la corrupción, ni al pueblo, desarmado por la propaganda, la clase política y la desmoralización.
Los malos españoles, tanto los de poca monta como aquellos que logran influir y gobernar, están de fiesta hoy, después de que uno de los castigos más temibles de la legislación española, el de la prisión permanente revisable, esté a punto de ser suprimido gracias al voto desleal con España de los partidos socialista, Podemos y el nacionalismo que odia a España, en esta ocasión representado por el PNV.
Francisco Rubiales
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