Lo mejor del Estatuto catalán que debe votarse en referendum el día 18, quizás lo único bueno de ese documento insolidario y rupturista, que establece diferencias y privilegios, quizás insalvables y definitivos, entre la gente y los pueblos de España, es que contribuirá a que los ciudadanos aprendan de una vez que la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos.
Con independencia del resultado del próximo referendum, los ciudadanos, conscientes de que el Estatuto nunca fue una aspiración de la sociedad, ni un deseo de los votantes, ni una prioridad en los programas de los diferentes partidos, sino únicamente una apuesta de los políticos, siempre interesados en conseguir más poder, están poniendo en situación de revisión y crisis muchas de sus ideas y conceptos sobre la democracia y el sistema de partidos.
El trauma del estatuto va a servir al menos para reforzar la conciencia ciudadana y el criterio de que mientras que castiguemos a un partido político en las urnas votando a su adversario, seguiremos alimentando un sistema que falla porque ha sido degradado y ha dejado de ser "el gobierno del pueblo" para transformarse en una oligocracia en la que sólo deciden y mandan las élites.
Esos millones de ciudadanos españoles no alineados con partido político alguno, que todavía conservan la capacidad de votar a unos o a otros, según sus méritos, están descubriendo que mientras la competencia sea entre un partido y otro o entre derecha e izquierda, el sistema sigue degradándose y se sigue fortaleciendo porque tanto los que ganan, que consiguen el gobierno, como los que pierden, que van a la oposición, continuan viviendo del presupuesto, gozando de privilegios y ejerciendo un monopolio del poder que no es lícito en democracia. El sistema ha sido rediseñado para que beneficie siempre a los partidos, para que tanto en el gobierno como en la oposición exista abundante financiación pública, privilegios, poder, coches oficiales, etc.
Cada día son más los que entienden que la verdadera competencia, para un ciudadano consciente y libre, debe plantearse entre este sistema corrompido y otro, más justo y auténticamente democrático, que debemos crear entre todos.
Muchos de esos ciudadanos han visto con horror e impotencia como el Estatuto, con toda su carga de insolidaridad y de ruptura de la igualdad, la convivencia y la armonía, se abria paso, a pesar de la opinión contraria de la mayoría de los españoles, sólo porque el presidente del gobierno y sus socios nacionalistas se empeñaron en aprobarlo "como sea".
Muchos de esos españoles que no pertenecen a ningún partido y que conservan su capacidad de elegir con libertad en las elecciones, han vivido la triste experiencia de haber castigado los excesos y abusos de poder de Aznar apoyando a un Zapatero que, una vez en el poder, ha superado en arrogancia, prepotencia y monopolio del poder a su bigotudo antecesor.
Ese Zapatero parece imparable en su osadía disparatada y, por el momento, ha impuesto ya a los andaluces un Estatuto calcado del catalán, auspiciado sólo por una clase política atiborrada de poder y privilegios, que los ciudadanos no deseaban.
La conclusión lógica ciudadana es que lo que falla es el sistema de partidos, organizaciones que han transformado la democracia en oligocracia partidista, más obsesionadas por el poder que por el servicio y escasamente preparadas para gestionar un mundo tan complejo como el que vivimos.
Con independencia del resultado del próximo referendum, los ciudadanos, conscientes de que el Estatuto nunca fue una aspiración de la sociedad, ni un deseo de los votantes, ni una prioridad en los programas de los diferentes partidos, sino únicamente una apuesta de los políticos, siempre interesados en conseguir más poder, están poniendo en situación de revisión y crisis muchas de sus ideas y conceptos sobre la democracia y el sistema de partidos.
El trauma del estatuto va a servir al menos para reforzar la conciencia ciudadana y el criterio de que mientras que castiguemos a un partido político en las urnas votando a su adversario, seguiremos alimentando un sistema que falla porque ha sido degradado y ha dejado de ser "el gobierno del pueblo" para transformarse en una oligocracia en la que sólo deciden y mandan las élites.
Esos millones de ciudadanos españoles no alineados con partido político alguno, que todavía conservan la capacidad de votar a unos o a otros, según sus méritos, están descubriendo que mientras la competencia sea entre un partido y otro o entre derecha e izquierda, el sistema sigue degradándose y se sigue fortaleciendo porque tanto los que ganan, que consiguen el gobierno, como los que pierden, que van a la oposición, continuan viviendo del presupuesto, gozando de privilegios y ejerciendo un monopolio del poder que no es lícito en democracia. El sistema ha sido rediseñado para que beneficie siempre a los partidos, para que tanto en el gobierno como en la oposición exista abundante financiación pública, privilegios, poder, coches oficiales, etc.
Cada día son más los que entienden que la verdadera competencia, para un ciudadano consciente y libre, debe plantearse entre este sistema corrompido y otro, más justo y auténticamente democrático, que debemos crear entre todos.
Muchos de esos ciudadanos han visto con horror e impotencia como el Estatuto, con toda su carga de insolidaridad y de ruptura de la igualdad, la convivencia y la armonía, se abria paso, a pesar de la opinión contraria de la mayoría de los españoles, sólo porque el presidente del gobierno y sus socios nacionalistas se empeñaron en aprobarlo "como sea".
Muchos de esos españoles que no pertenecen a ningún partido y que conservan su capacidad de elegir con libertad en las elecciones, han vivido la triste experiencia de haber castigado los excesos y abusos de poder de Aznar apoyando a un Zapatero que, una vez en el poder, ha superado en arrogancia, prepotencia y monopolio del poder a su bigotudo antecesor.
Ese Zapatero parece imparable en su osadía disparatada y, por el momento, ha impuesto ya a los andaluces un Estatuto calcado del catalán, auspiciado sólo por una clase política atiborrada de poder y privilegios, que los ciudadanos no deseaban.
La conclusión lógica ciudadana es que lo que falla es el sistema de partidos, organizaciones que han transformado la democracia en oligocracia partidista, más obsesionadas por el poder que por el servicio y escasamente preparadas para gestionar un mundo tan complejo como el que vivimos.
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