El gobierno de Sánchez no para de hablar de una falacia: "necesitamos más dinero para financiar el Estado de Bienestar". Pero nadie dice de que el dinero es escaso porque los políticos han construido un Estado insostenible, lleno de parásitos inútiles y de instituciones que no aportan nada al bien común. Tenemos más políticos a sueldo del Estado que Francia, Inglaterra y Alemania juntas, pero de eso no hablan jamás porque sobre esa estructura viciada y viciosa se sostiene su régimen injusto, anticiudadano y antidemocrático.
El de Sánchez es el único gobierno de Europa que sube los impuestos, a pesar del estado de postración de la economía. Ya ha subido una docena de impuestos y tasas, algunos nuevos, en contra de la opinión de los expertos y socios europeos, que saben que los impuestos altos fomentan el desempleo y la pobreza, mientras deprimen todavía más la economía.
Esa necesidad constante de más dinero, vía impuestos, mientras el gobierno se niega a adelgazar el Estado o a asumir políticas austeras, es la gran mentira, convertida en un gran tabú del que no se habla, la principal herida del sistema político y la grieta por donde España pierde más sangre. Nos esquilman con impuestos desproporcionados e injustos que justifican hablando de mantener un Estado de Bienestar que ya no existe y que sólo mantienen para beneficio de la propia clase política, que disfruta en los hospitales de una medicina de lujo y que tiene dinero suficiente para que sus hijos estudien en los mejores colegios, mientras el transporte público no lo utilizan porque disponen de la flota de coches públicos más grande de Europa.
El desgraciado ciudadano español, a pesar de que paga cada día más impuestos y tarifas más altas por la electricidad, los combustibles y el IBI de las viviendas, además de pasar más de medio año trabajando para el Estado, contempla cada día con más preocupación el profundo deterioro de la sanidad pública, la educación y los servicios básicos, incluyendo unas carreteras que cada año tienen más baches, causantes de más accidentes de los que el gobierno reconoce en sus estadísticas manipuladas.
Hay otras muchas mentiras convertidas en tabúes por el poder corrompido, como la de que España es una democracia, que la ley es igual para todos, que los partidos políticos son necesarios y que no existen poderes que desde la trastienda oscura controlan los destinos de España, como también hay silencios impuestos desde el poder que ocultan verdades inconvenientes, como el alcance real de la corrupción, la pavorosa cifra de suicidios, los pactos con los socios del gobierno y la verdadera situación de la economía, entre otros muchos.
La verdad es que España es un país reñido con la verdad y la transparencia, construido sobre la mentira y el engaño. Se le dice al ciudadano que él es el soberano del sistema, pero es mentira; se le dice que es él quien toma las decisiones, cuando la verdad es que está marginado y se le ocultan las grandes suciedades que nos han conducido a la situación actual de una España al borde de la ruptura, obra exclusiva de unos partidos políticos que han acumulado delitos y suciedades más que suficientes para que los tribunales los precinten y supriman por ser verdaderas asociaciones de malhechores.
El ciudadano ha aprendido a sospechar de todo lo oficial y se ha vuelto incrédulo con las palabras del poder. Ni siquiera cree ya en la limpieza de los procesos electorales, que desde que Pedro Sánchez llegó al poder están bajo sospecha de pucherazos.
La gente quiere que desaparezcan las subvenciones públicas a los partidos políticos y sindicatos y patronales, pero siguen existiendo; los ciudadanos quieren que los corruptos no salgan de la cárcel hasta que no devuelvan el botín robado, pero la ley sigue siendo suave para los mangantes y canallas; la gente quiere que se reforme la Ley Electoral para que cada voto tenga el mismo valor en cualquier lugar de España, pero los políticos ignoran esa demanda y siguen beneficiando a los nacionalistas desleales, burlando la voluntad popular y oprimiendo. Millones de ciudadanos quieren que no se pueda pactar para gobernar con partidos de distinta ideología, si no se ha advertido antes a los votantes, como ocurre en otras democracias.
Hay muchos ejemplos más, como el deseo de que las listas electorales sean abiertas y que los diputados respondan ante los ciudadanos, no como ahora, que lo hacen sólo ante los líderes de sus respectivos partidos.
La voluntad popular en España vale menos que un crucifijo en La Meca.
España es una gran estafa, perpetrada por los partidos políticos que son el gran obstáculo para el verdadero progreso y la regeneración, otra verdad hiriente que es ocultada al ciudadano por políticos y periodistas.
Francisco Rubiales
El de Sánchez es el único gobierno de Europa que sube los impuestos, a pesar del estado de postración de la economía. Ya ha subido una docena de impuestos y tasas, algunos nuevos, en contra de la opinión de los expertos y socios europeos, que saben que los impuestos altos fomentan el desempleo y la pobreza, mientras deprimen todavía más la economía.
Esa necesidad constante de más dinero, vía impuestos, mientras el gobierno se niega a adelgazar el Estado o a asumir políticas austeras, es la gran mentira, convertida en un gran tabú del que no se habla, la principal herida del sistema político y la grieta por donde España pierde más sangre. Nos esquilman con impuestos desproporcionados e injustos que justifican hablando de mantener un Estado de Bienestar que ya no existe y que sólo mantienen para beneficio de la propia clase política, que disfruta en los hospitales de una medicina de lujo y que tiene dinero suficiente para que sus hijos estudien en los mejores colegios, mientras el transporte público no lo utilizan porque disponen de la flota de coches públicos más grande de Europa.
El desgraciado ciudadano español, a pesar de que paga cada día más impuestos y tarifas más altas por la electricidad, los combustibles y el IBI de las viviendas, además de pasar más de medio año trabajando para el Estado, contempla cada día con más preocupación el profundo deterioro de la sanidad pública, la educación y los servicios básicos, incluyendo unas carreteras que cada año tienen más baches, causantes de más accidentes de los que el gobierno reconoce en sus estadísticas manipuladas.
Hay otras muchas mentiras convertidas en tabúes por el poder corrompido, como la de que España es una democracia, que la ley es igual para todos, que los partidos políticos son necesarios y que no existen poderes que desde la trastienda oscura controlan los destinos de España, como también hay silencios impuestos desde el poder que ocultan verdades inconvenientes, como el alcance real de la corrupción, la pavorosa cifra de suicidios, los pactos con los socios del gobierno y la verdadera situación de la economía, entre otros muchos.
La verdad es que España es un país reñido con la verdad y la transparencia, construido sobre la mentira y el engaño. Se le dice al ciudadano que él es el soberano del sistema, pero es mentira; se le dice que es él quien toma las decisiones, cuando la verdad es que está marginado y se le ocultan las grandes suciedades que nos han conducido a la situación actual de una España al borde de la ruptura, obra exclusiva de unos partidos políticos que han acumulado delitos y suciedades más que suficientes para que los tribunales los precinten y supriman por ser verdaderas asociaciones de malhechores.
El ciudadano ha aprendido a sospechar de todo lo oficial y se ha vuelto incrédulo con las palabras del poder. Ni siquiera cree ya en la limpieza de los procesos electorales, que desde que Pedro Sánchez llegó al poder están bajo sospecha de pucherazos.
La gente quiere que desaparezcan las subvenciones públicas a los partidos políticos y sindicatos y patronales, pero siguen existiendo; los ciudadanos quieren que los corruptos no salgan de la cárcel hasta que no devuelvan el botín robado, pero la ley sigue siendo suave para los mangantes y canallas; la gente quiere que se reforme la Ley Electoral para que cada voto tenga el mismo valor en cualquier lugar de España, pero los políticos ignoran esa demanda y siguen beneficiando a los nacionalistas desleales, burlando la voluntad popular y oprimiendo. Millones de ciudadanos quieren que no se pueda pactar para gobernar con partidos de distinta ideología, si no se ha advertido antes a los votantes, como ocurre en otras democracias.
Hay muchos ejemplos más, como el deseo de que las listas electorales sean abiertas y que los diputados respondan ante los ciudadanos, no como ahora, que lo hacen sólo ante los líderes de sus respectivos partidos.
La voluntad popular en España vale menos que un crucifijo en La Meca.
España es una gran estafa, perpetrada por los partidos políticos que son el gran obstáculo para el verdadero progreso y la regeneración, otra verdad hiriente que es ocultada al ciudadano por políticos y periodistas.
Francisco Rubiales
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